Antón Leis trabaja desde hace 20 meses en el Banco Mundial, uno de los organismos más relevantes, y más cuestionados, de la globalización. «Pero es necesario», justifica
10 abr 2009 . Actualizado a las 18:06 h.Cuando a las organizaciones no gubernamentales se les pide que señalen a los agentes culpables de los desajustes Norte-Sur, sus dedos señalan directamente a dos: el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Para las oenegés, el primero es Satán; el segundo, Lucifer. Los grandes tótems de una globalización mal entendida. «El Banco Mundial hace un buen papel, seguro que hay cosas criticables, sobre todo por su actuación en los años ochenta y noventa, pero está cambiando, aplica otras recetas y yo creo que es necesario, imprescindible», defiende Antón Leis. Es el único gallego («al menos, que yo sepa», concede) en una institución en la que el grupo de españoles es muy reducido.
Compostelano de 27 años, residente en el barrio de Os Tilos (Teo), desde septiembre del 2007 trabaja como abogado para esa institución, que, ojo, no es un banco propiamente dicho. Nadie tiene cartillas y no hay tarjetas de crédito con su sello. «Es una organización para el desarrollo de los países, presta dinero, da créditos o concede donaciones para ayudar a las zonas menos desarrolladas», justifica Antón.
La suya es una carrera rápida y bien planificada. Licenciado en Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid, logró una beca de Caixa Galicia que le llevó a estudiar un máster en la prestigiosa Harvard. De allí pasó a Bruselas, donde trabajó durante tres años en un despacho de abogados. Con apenas 26 años llegó a Washington como empleado del Banco Mundial. Estará allí al menos hasta acabar este convulso 2009. «Y luego ya se verá», agrega.
Por lo pronto, en el tiempo que lleva, el avión se ha convertido en su segunda casa. Para volver a Santiago, al domicilio familiar al que acude al menos dos veces al año. Pero, sobre todo, por un trabajo que le lleva a moverse con agilidad por América Latina, el Caribe y África. Entre sus destinos frecuentes, República Dominicana, Sierra Leona, Brasil, Colombia, Trinidad y Tobago, Belice o México. Le tocan los proyectos de habla inglesa, francesa (su novia es gala) y española en una actividad que tiene bastante de burocracia: se encarga de revisar los aspectos jurídicos de los proyectos que financia el Banco Mundial, y acompasa también la negociación de acuerdos con los gobiernos locales. «Es una de las cosas que más nos critican -asume-, que trabajemos solo con administraciones, no con oenegés, pero eso también está cambiando».
La operativa del BM, con matices, se podría resumir así: obtiene financiación de los países ricos que participan en su funcionamiento, de manera que se hace con dinero a precio barato, que se concede luego a zonas deprimidas para financiar proyectos. Algunos, concreta Leis, a interés casi cero.
Con la crisis, más trabajo
El crac económico, dice, no se ha notado aún en la financiación que recibe esa institución. «Pero estamos constatando cómo algunos países reducen las donaciones y sus fondos para ayuda al desarrollo», agrega. Y ahora es cuando más necesario se hace y más trabajo tiene. La crisis se vive de forma diferente según el territorio. «En Sierra Leona también hay, y seguro que les llegará con más fuerza, pero es que es un país que vive en una crisis permanente». En otros puntos sí es más acuciante: «En la República Dominicana, el turismo ha caído, las remesas del exterior han bajado y, además, se envía dinero a los familiares que están fuera porque esos, los de Estados Unidos, lo necesitan». Paradojas: el país pobre presta al rico.