«Vine para cuidar a un niño y me prostituyeron»

Xulio Vázquez

VIGO

Dice que tuvo una relación con un joven de Ghana y que la abandonó embarazada

04 mar 2009 . Actualizado a las 12:43 h.

En la flor de su juventud, con solo 20 años, conoció el desengaño y tuvo que entregarse a los hombres sin amor. Mariana Magdalena Calomfir podría ser la triste protagonista de esas películas en las que se trafica con el sexo y la víctima es una inocente chica del Este. Bajo la promesa de que las van a sacar de la pobreza, ofreciéndoles un trabajo digno y bien remunerado, se suben a un autobús sin retorno y la parada termina en un club de alterne. A esta rumana (ahora tiene 25 años) la llevaron a un bar de mala muerte, que se encuentra muy cerca del Concello de Vigo. Dice que fue obligada a comerciar con su cuerpo. Además culpa de ello a una compatriota suya.

«Vine engañada. Una gitana rumana me ofreció en mi país un sueldo para que acudiese a Vigo a cuidar a su hijo pequeño. Pero no fue así, porque me forzó a ejercer la prostitución», afirma resignada, dejando asomar una furtiva lágrima en sus ojos.

Una historia que se fraguó en su ciudad de Fetesti, situada a tres horas en coche de la capital de Bucarest. Fue un vecino quien le hizo la proposición para que viniese a España a cuidar un hijo de su hermana. Curiosamente la oferta iba dirigida a una hermana de Mariana. Pero ella no quiso aceptarla. Lo que está para uno no se lo lleva nadie. Y fue ella la sacrificada. «Me metieron tantas cosas en la cabeza, que iba a cuidar a su hijo, y que ganaría mucho dinero, lo que me permitiría comprarme una casa para mí en Rumanía», afirma desilusionada.

Era como ponerle la miel en los labios a una chica que se dedicaba a trabajar en las rudas faenas del campo. «Cogía olivas en el campo para hacer aceite y también espigas de maíz. En el invierno no se trabajaba nada, por lo que consideré que se trataba de una buena oportunidad para huir de la miseria», explica una muchacha que solo fue al colegio hasta los diez años. Con pocos estudios, se le abrían las luces de un futuro prometedor. Y no se lo pensó dos veces para emprender el camino de la emigración.

De familia pobre

Pertenece a una familia de cuatro hermanos. Sus dos hermanas están casadas y el hermano trabaja con su padre en un taller de lavado de coches, donde también se dedican a hinchar las ruedas. Demasiado aire a final de mes para tan poco dinero. «Lo que ganaban no era suficiente para cuidar a toda la familia», señala Mariana con cierta amargura. «Tenía que buscarme la vida. Viajamos en autobús desde Rumanía hasta Madrid. Luego proseguimos también en autocar a Vigo. El viaje duró cuatro días. Venía el hermano de la rumana que me contrató, junto con una sobrina suya y otra chica. Ella nos estaba esperando en la estación de autobuses de Vigo, con su marido», rememora con tristeza.

Asegura que al llegar a la casa de la gitana rumana, les ofreció comida y les dijo que se tenían que duchar. Después las invitó a que se fuesen a la cama, porque deberían estar cansadas. «Al día siguiente, me llevó a un club, que se encuentra cerca del Ayuntamiento, junto con la otra chica que tenía 19 años. Estábamos cinco chicas rumanas. Yo no sabía lo que tenía que hacer allí y ella me ordenaba hablar con los clientes. Pero no sabía ni palabra de castellano y me insultaba. Durante dos o tres días no trabajé nada. Y la gitana rumana me pegaba. Sin embargo, no me defendía, porque me daba pena levantarle la mano, debido a que me recordaba a mi madre. Tenía su misma edad (50 años). Al final, tuve que plegarme a sus deseos. Me enseñaron a hablar algunas frases en castellano y me puse a trabajar. Ella le decía a los clientes que no sabía hablar y luego me mandaba subir con ellos», argumenta entre sollozos.

Mariana había conocido el amor verdadero antes de la mayoría de edad. Se casó con un rumano a los 17 años, pero solo le duró dos meses. En el club permaneció cerca de siete meses. La descubrió la policía y terminó deportándola a su país, a pesar de que se había refugiado en el domicilio de un portugués, donde solo encontró maltrato, «porque quería que trabajase en la prostitución para él». «Salí de la casa llorando y un vecino llamó a la policía. Me pidieron los documentos y, como no los tenía, me llevaron detenida a la comisaría de López Mora. Estuve encerrada dos noches y un día. Después me deportaron. Pasé un año en Rumanía con mi familia, pero mi hermano me hacía la vida imposible y decidí regresar a Vigo», añade.

Un agrio retorno. Buscó trabajo inútilmente durante una semana. Acuciada por la necesidad volvió a donde nunca desearía entrar. A los pocos días, se reencontró con un africano, al que había conocido como cliente. Le propuso que se fuese a vivir con él. Y aceptó la oferta de este soldador. Pasó algo más de medio año. Ella se quedó embarazada (en octubre del año 2006) y él le dijo que se iba a su país (Ghana) para ver a sus padres. Le dejó 500 euros para su subsistencia. Retornó casado con una compatriota.

Mariana vuelve a Rumanía. Antes había sido su hermano, pero esta vez fue una hermana quien la ahuyentó como si se tratase de una fiera, «porque estaba embarazada y era otra boca para alimentar», afirma. De nuevo en Vigo, pasó por un hostal en A Pedra, merced a la colaboración de una asistenta social. El 29 de julio del 2007 dice que nació su hija Sara en el hospital Xeral. Una niña morenita. Estuvo en Cáritas y ahora se encuentra hospedada con su hija en el Hogar Santa Isabel. Pero en el mes de julio tendrá que irse. Solo trabaja cuando la llaman para el servicio doméstico. Tiene el pasaporte caducado. No puede ir al Consulado a Madrid por falta de dinero. Tampoco puede ir a ver a su madre gravemente enferma. Además aún no consiguió registrar a su hija como nacida aquí.