El debutante Daniel Luque se gradúa con honores en Pontevedra

M. Conde / M. Escauriaza PONTEVEDRA/LA VOZ.

PONTEVEDRA

Alejandro Talavante dejó escapar la puerta grande al fallar con el acero en dos faenas muy lucidas

02 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

El sevillano Daniel Luque no pudo haber tenido ayer mejor estreno en la plaza de Pontevedra. Tres orejas que le abrieron la puerta grande y una buena conexión con el público pontevedrés y con sus dos compañeros de cartel. El éxito mediático estaba asegurado con la esperada reaparición de su paisano Julio Aparicio. Si bien el andaluz no logró convencer al respetable, el público le reconoció con una sonora ovación el gran mérito de volverse a plantar ante un astado vestido de rojo coral y oro, tras su drámatica cogida de Las Ventas hace solo dos meses y medio.

Le costó encontrarse a gusto en el ruedo y, si bien con el primero, Cortesano, tardó en acoplarse, una buena estocada le permitió levantar el puño en alto en señal de triunfo.

Aparicio no cortó apéndice alguno, pero tampoco se fue de vacío tras dar la vuelta al ruedo recolectando cuantos muñecos de peluche le lanzó el público. Los otros dos integrantes de la terna tuvieron el detalle de brindarle el segundo y el sexto de la tarde, Guapito y Graduado.

Precisamente este último, un ejemplar negro de la ganadería Lagunajanda -que ofreció un mayor espectáculo que su antecesor Alcurrucén-, brindó a Daniel Ruffo Luque una tarde de gloria. Así el joven matador pudo seguir los pasos de su padrino de alternativa, el Juli, y salió por la misma puerta grande por la que lo hizo solo un día antes el torero madrileño.

La anécdota de la tarde la dejó el presidente de la plaza, quien tuvo que sacar de su propio bolsillo un pañuelo para conceder la segunda oreja de Graduado a un exultante matador. Luque también tiene dotes adivinatorias. El domingo señalaba en La Voz que «Ojalá que mi debut en Pontevedra sea triunfal». Y vaya que si lo fue.

El extremeño Alejandro Talavante, que cortó una oreja con su segundo astado, Dulcero, dejó escapar la puerta grande al fallar con el acero tras rematar dos bonitas faenas.

Especialmente lucida fue la primera. Con el negro Guapito, encandiló al tendido tras dibujar con el capote verónicas, medias verónicas y otros lucidos quites que repitió con la muleta al ritmo de «olé, olé y olé».