Carmen López, doctora en Pedagogía y experta en el uso de nuevas tecnologías: «En cuanto dejan los pañales hay que empezar a educar con disciplina»

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Lleva una década reivindicando el uso cero de pantallas en menores de 6 y que no deben tener móvil hasta los 16, algo por lo que dejaron de contar con ella. «Estoy segura de que en unos años será impensable comprarle un móvil a un menor de 16. Será igual que darle un cubata a uno de 15», asegura
06 jul 2025 . Actualizado a las 11:45 h.A Carmen López Suárez, doctora en Pedagogía y experta en educación familiar para el uso responsable de las tecnologías, siempre le ha movido el que querer saber más para enseñar a otros padres a educar mejor, o de otra forma, a sus hijos. Defiende un modelo de crianza democrático, poner límites desde muy pequeños y alejarlos de las pantallas hasta mínimo los 6 años. «Y nada de móvil hasta los 16. Aunque yo defiendo 18, y mucha gente se está apuntando al carro, igual que no pueden fumar, ni conducir, ni votar», asegura Carmen, que trabaja como conferenciante y formadora desde la plataforma Hijos con éxito, con una comunidad de más de 70.000 seguidores, y que ahora acaba de publicar Pon límites, no pantallas, un libro en el que comparte las herramientas y estrategias que ha aprendido tras más de 30 años como docente e investigadora.
—Insistes en que poner límites es un acto de amor. ¿Por qué crees que tantos padres temen ejercer la autoridad?
—Hay muchas razones. La primera es que muchos han sido educados en un sistema represivo y dictatorial, y ahora se van al polo opuesto temiendo que sus hijos «sufran» tanto como sufrieron ellos. La segunda, generalmente no saben cómo hacerlo. Y tercero, porque sienten incertidumbre, piensan que pueden dañar a sus menores, que pueden frustrarse, que pueden convertirlos en infelices. Esto me lo dicen muchos. «Yo no quiero que sufra por decirle “no puedes hacer esto o no te puedo comprar un móvil». Pero lo que más pena me da es que lo hacen por comodidad, por no complicarse la vida, y así evitan la renuncia y la espera. Porque poner límites es un acto de amor y también de paciencia. Viven en un mundo de hiperfelicidad, y los límites dificultan mucho esa forma de vivir. Es más fácil no poner horarios, si no gusta la comida, hacer otra, comprar regalos por buen comportamiento, aunque sea su responsabilidad... Si los límites se ponen con firmeza y tolerancia los resultados son sorprendentes.
—Está demostrado que tanto educar con mano dura como con total libertad suele dar mal resultado.
—Sí, porque no podemos olvidar que los menores no tienen desarrollado su cerebro hasta los 25 años. Su corteza frontal, ese lugar donde se gestiona la toma de decisiones, el autocontrol, es decir, todo lo difícil a la hora de comportarnos como seres humanos, no llega hasta muchos años después. Mientras se está recableando su cerebro no saben qué hacer y los resultados son nefastos. No saben cómo comportarse, ni cómo gestionar sus emociones... Ayer mismo publiqué un artículo sobre este tema, en el que decía que cuando quiere ver a un influencer y no les dejan entrar, se ponen a patear la puerta de la vivienda donde está. No saben controlar el tiempo que pasan en las redes, y esto tiene consecuencias muy negativas para ellos. Ponerles límites, de algún modo, es prestarles tu cerebro, que está formado, y enseñarles las normas que hay que cumplir en sociedad, los límites que no se pueden traspasar.
—¿Cuál es el mayor error que cometen los padres a la hora de poner normas?
—No educar con disciplina desde la infancia. Y disciplina no es ser autoritario como en la época de Franco. Es enseñar a poner normas y límites. En cuanto que dejan de usar pañales, tenemos que empezar a educar con disciplina. Es el momento en el que el menor está preparado. Es como si te dijera: «Estoy preparado para que me digas qué tengo que hacer, cómo, cuándo, de qué manera... y si no lo hago, tú me vas a poner consecuencias». Pero no lo hacen porque no saben cómo, no se preparan, no dedican tiempo, porque es más fácil que decir «porque lo digo yo» o «haz lo que quieras». Para mí es fundamental ser perseverante. El menor tiene que entrenar como mínimo de tres a seis meses para ver resultados, no 21 días como dicen las influencers que están ahora de moda. Y mucha gente a los cinco días al ver que siguen teniendo rabietas, se hartan, y tiran la toalla.
—Nunca hay que ceder ante una rabieta.
—Nunca. Hasta los 5 o 6 años es cuando más se dan, porque como no está desarrollado, no tiene capacidad de autocontrol. Y cuando algo no sale bien, se frustra y su única salida es gritar, dar patadas, o te da un golpe o tira lo que hay encima de la mesa. Hasta los 6 años todos esos comportamientos son normales. No saben cómo gestionar y tú les tiene que ayudar a regularse.
—¿Cómo?
—Con una serie de estrategias. Y aunque las pongas en marcha, seguramente seguirá con las rabietas. Pero cuando este comportamiento se repite un día tras otro, le estás transmitiendo que montar un pollo no le va a servir para que tú hagas lo que él quiere. Y cuando ese comportamiento se repite 10,15,18 veces, el menor aprende a regularse, y con 5 o 6 años aprende a llorar, pero no a montar un pollo, ni dar golpes, ni tirarse en la calle.
—Dices que cada vez son más frecuentes las rabietas en adolescentes.
—Sí, porque si tú no actúas en los primeros seis años de vida, que es cuando el cerebro tiene mayor actividad de toda la vida del individuo, cuando llega la adolescencia es tarde. Y por eso tenemos tanto adolescentes y adultos, sobre todo varones, que no han sido capaces de autorregularse, porque nadie les ha dicho que no se puede conseguir todo lo que uno quiere, que hay que esperar, que los deseos no son derechos... No hacerlo cuando hay que hacerlo trae consecuencias nefastas, por eso hay tantos problemas de adicción a las tecnologías en la adolescencia. Pero no es un problema de ellos, sino una dejación de funciones de los padres, que simplemente no han sabido hacerlo de otra manera y tampoco se han formado.
—¿Cómo se puede mejorar la comunicación con los adolescentes que parece que están desconectados de sus padres?
—Es un momento en el que hay muchísimo ensimismamiento, porque quieren poner distancia. Necesitan crear su propio espacio, que es normal para hacerse adultos funcionales e independientes de papá o mamá, pero para hacer eso tienen que darnos un pequeño empujón emocional. Se tienen que retirar y eso implica que la comunicación se tambalee. Quieren intimidad, y a nosotros nos asusta que dejen de contarnos cosas.
—¿Alguna estrategia?
—Yo propongo agendar conversaciones, es decir, quedar para un día a la semana salir juntos a la calle, quieran o no. Segundo, jamás comer ni cenar con la televisión puesta. Y tercero, fuera teléfono móvil. También funciona muy bien hacer preguntas abiertas e intentar aprender sobre sus gustos, eso les encanta. Y jamás, jamás, romper lazos comunicativos con ellos, porque de adultos esa comunicación es muy difícil de recuperar. Son ocho o diez años malos, pero nos tenemos que esforzar. Que es un latazo que no podamos ir al gimnasio, que no podamos ver nuestra peli favorita, seguro, pero es nuestra responsabilidad.
—¿Qué opinas de los padres que quieren ser amigos de sus hijos en lugar de referentes?
—Que es absolutamente negativo. Nosotros tenemos que ser un faro, un ejemplo, si nos comportamos como ellos es la irresponsabilidad más grande que podemos tener. Ojo, que no estoy diciendo que no te puedas tomar un día una cervecita o una tapa. Ganará un amigo, pero pierde una madre y un padre, se queda huérfano. Yo me encuentro con menores que han tenido colegas, que se han ido de botellón con sus padres...
—¿Es posible criar a los hijos alejados de las pantallas?
—Si nos esforzamos mucho es posible. Yo hace diez años que empecé a decirlo. Fue una conferencia, los que me contrataron dijeron que era una barbaridad que yo dijera que los menores no tuvieran móvil hasta los 16 y que había sido un error contar conmigo. Durante mucho tiempo nadie me contrató. A ver, es más cómodo no creerse lo que los profesionales del tema venimos diciendo, sobre todo, en los últimos dos años, sobre que el uso incorrecto de las pantallas es absolutamente negativo para el desarrollo de un menor, cuando es tan contundente la evidencia empírica. Pero necesitamos la ayuda de las Administraciones públicas, que parece que están a por uvas, porque no se están esforzando. Si pusieran unas leyes tajantes, duras y rígidas como ponen para otras cosas, por ejemplo con el tema del alcohol o si conducen sin carné, los padres lo tendríamos más fácil.
—¿Hay un uso correcto o es el uso cero?
—La comunidad científica a la que pertenezco abogamos por un uso cero hasta los 6 años. Que no me vengan a contar que van a perder habilidades digitales, porque eso está demostrado que es mentira. A partir de las 6-8, a lo mejor una o dos horas a la semana, pero con mucho control. Y por supuesto, hasta los 16 nada de móvil. Aunque yo defiendo 18, y mucha gente se está apuntando al carro, igual que no pueden fumar, ni conducir, ni votar, no pueden tener pantallas. Estoy segura de que en unos años será impensable comprarle un móvil a un menor de 16. Será igual que darle un cubata a uno de 15. Yo creo que es posible tener un uso consciente y responsable con unas normas.
—¿La tele queda fuera?
—Sí, cuando hablamos de pantallas nos referimos a objetos donde el menor pueda interactuar. Yo soy partidaria de que entre que llegan del cole y empiezan a hacer los deberes, que defiendo con condiciones, tengan un ratito, media hora, para que puedan jugar al fútbol o incluso vean un ratito de tele, pero un programa adecuado a su edad que les haga desconectar. Y el fin de semana, a lo mejor, un ratito más. Lo que no quiere decir que la tele sea interactiva o que se pongan lo que ellos quieran. Con control y supervisión.
—¿Hay coles que ya se están replanteando el uso de la tecnología?
—Menos mal. Ya han empezado los países nórdicos, y como vamos detrás, parece que algunas comunidades ya se lo están replanteando. Hay un montón de estudios que demuestran que estas aplicaciones que se están poniendo en los colegios, sobre todo para las matemáticas, tienen efectos negativos y no aprenden. Porque además, luego tienen que hacer los deberes en las pantallas, y eso es una barbaridad. Y eso no puede ser, porque además yo defiendo la autonomía a la hora de hacer los trabajos, sin papá ni mamá al lado. Es que además, luego les pides un documento de Word y no saben, una búsqueda fuera de la IA, tampoco... Solo darle al dedo para meterse en una red social o seguir al youtuber de turno, o al jueguecito.
—¿Qué pueden hacer los padres para reducir el uso de pantallas sin entrar en conflicto?
—No es lo mismo un menor de 8 que de 15. Cuanto más pequeño, más fácil, porque su cerebro está menos desarrollado. Nos estamos encontrando a menores que usan 6-7 horas al día las tecnologías, entonces quizás haya que pedir ayuda. Hay lista de espera en psicólogas que se dedican a rehabilitar este tipo de adicciones de adolescentes. Lo primero que hay que hacer es un contrato para el uso de móvil o del ordenador, y dejar sentadas unas normas, empezando por un poquito de desintoxicación. Si lo usa cinco horas diarias, pues la primera semana que solo lo use una, la segunda, media... y la tercera ya solo el fin de semana. Y todo esto a partir de los 16, antes nunca. Y hay que ponerlo en práctica un mínimo de seis meses, que es lo que tarda el cerebro en interiorizar un hábito nuevo.