
Hace casi cuarenta años que la moda se rinde a sus pies (porque no le queda más remedio). La directora de «Vogue USA» acaba de dejar su puesto vacante, un cargo que la ha convertido en leyenda
03 jul 2025 . Actualizado a las 09:13 h.«¿Florales? ¿En primavera? ¡Qué original!». De las muchísimas frases que ha dejado para la historia el personaje de Miranda Priestly en El diablo viste de Prada, esta es la que más representa a quien hasta la semana pasada dirigía la biblia de la moda: Vogue USA. La película protagonizada por Anne Hathaway y Meryl Streep nunca ha ocultado que su personaje más icónico está basado en los dimes y diretes que planean sobre Anna Wintour, una figura opaca y atrayente que puso patas arriba el mundo de las revistas para mujeres.
Es cierto que Vogue no es de esos folletines que en el siglo XX tenían la voluntad de captar al público femenino —cotilleos, horóscopos y remedios contra el envejecimiento—, pero genuinamente han sido ellas las que esperaban conocer, cada mes, quién iba a protagonizar una portada que marcaría tendencia en los próximos meses. Ese fue el motivo por el que Anna Wintour, que comenzó a dirigir el Vogue estadounidense en 1988, quiso que hubiera vida más allá de las top models en la primera página de la revista. Tanto es así que en su primer September Issue, el ejemplar más importante del año, optó por darle una oportunidad a la modelo Michaela Bercu, y vestirla, simple y llanamente, con un suéter y unos vaqueros de Guess que podían adquirirse por 50 dólares. Esta portada solo fue el principio de un cambio de era que marcaría quién podía brillar. O que confirmaba quién era una estrella —spoiler: cualquiera—. Para la posteridad quedan portadas como la protagonizada por Madonna cuando era carne de escándalos, o más recientemente, en el 2014, cuando asumió que los tiempos habían cambiado y las celebridades también, y les ofreció a Kim Kardashian y a su entonces marido Kanye West uno de los números más polémicos que se recuerdan. «Lo peor desde las sandalias con calcetines», llegaron a publicar en sus redes esos lectores disgustados que llamaron a boicotear Vogue porque había perdido ese glamur, ese aura, esa sofisticación que hacía de cada número algo atemporal y necesario.
Como siempre ha hecho, Wintour dejó que escampara la tormenta desde su perfil bajo, pero poderoso y sobre todo omnipotente. Cobijada casi siempre por unas enormes gafas de sol y su eterno corte de pelo bob, la londinense ha protagonizado el enésimo revuelo mediático del año en la moda. A un 2025 marcado por un juego de las sillas en el que casi ningún director creativo ha mantenido su puesto en las grandes firmas del lujo, solo le faltaba que la gran jefa abandonara su puesto para que el sector se quedara huérfano.
Porque aunque Wintour pasa ahora a ser directora de contenidos del grupo editorial Condé Nast, la edición de Vogue más importante del mundo ha perdido su faro. Y su puesto, mientras se escribe este artículo, aún está vacante.
Con 75 años es abuela, amante del tenis, del Starbucks, y sierva de unas rutinas que han hecho las delicias de los confidenciales más propensos al clickbait. De aquí en adelante, marcará la senda de la moda desde, por ejemplo, la emblemática Gala Met: el evento que cada año organiza en Nueva York y que se ha convertido en el place to be para diseñadores y estrellas. Al menos para quienes están invitados, porque hace un lustro que Donald Trump es persona non grata en este evento. Quizás no le pilló por sorpresa, pues Melania es la única primera dama de los últimos años que no ha sido portada de Vogue.