Angie L. Luna aborda en redes los tabúes del divorcio cuando hay niños: «Si yo no le facilito el alojamiento en mi casa, él me dice que no viene a ver a nuestras hijas»

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Angie se ha propuesto coparentar con su exmarido, que siempre será el padre de sus hijas. «No puede ser que una separación se siga entendiendo como una ruptura que implica no volver a hablarte con tu ex», dice
18 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Angie tiene el modo supervivencia activado por defecto, aunque le gustaría desconectarlo algún día. Se crio con sus abuelos, que le dieron todo lo que necesitó, y más. Pero esos primeros años de vida la marcaron para siempre. Su padre falleció de cáncer sin que ella supiera que estaba enfermo, hacía años que había dejado de hablarle. No podía hacerlo después del dolor que les había provocado por su alcoholismo, especialmente a su madre. Un día tuvo que salir corriendo de casa con ella y esperar en un callejón a que llegara la policía. «Nuestra vida dependía completamente de sus borracheras», dice Angie L. Luna (@eyesofthemoon) en El amor más grande, el libro que acaba de publicar en el que esta creadora de contenido se ha atrevido a romper los tabúes en torno al divorcio y la coparentalidad. Confiesa que el último recuerdo bonito que tiene en familia es la celebración de sus 15 años. Así que en cuanto pudo cogió un avión en la República Dominicana con destino Madrid para estudiar un MBA con una beca. «La gente puede pensar que el momento más feliz de mi vida fue cuando me convertí en madre, pero ha sido subir a ese avión».
Su vida en Madrid era divertida, quizás porque siempre «compartió piso con gallegos», que volvían cargados de «huevos, patatas y filloas». A los pocos meses ya había tomado la decisión de no regresar a la República Dominicana. Después de cinco años de papeleo tras papeleo, se cansó y se fue a Australia, de donde volvió con 9 euros en la cuenta para instalarse en Barcelona. «En mi familia decían que estaba pasándomelo superbién, porque había conocido a un hombre, y estaba allí limpiando retretes en hostales», cuenta Angie, que se vio obligada de nuevo a empezar de cero en la Ciudad Condal.
Antes de conocer al que sería su marido y padre de sus hijas, vivió una historia de amor de película. Un piloto que llegó a pedirle la mano a su abuelo. Pero la relación se rompió cuando descubrió sus conversaciones con chicas desconocidas. Al quedarse soltera, tuvo que mudarse de piso, y en las visitas de los futuros inquilinos, el amor llamó, literalmente, a su puerta. Así conoció a Torben, un danés que representaba a su hombre ideal: europeo, alto, guapo y capaz de protegerla. «Lo conocí en un momento en el que necesitaba mucho acompañamiento, mucha fortaleza, me dio esa imagen masculina que no tuve con mi padre. Él me dio toda esa seguridad. Hoy en día, otro gallo cantaría». Pasaron por el altar, dos veces, pero el guion dio un giro en muy poco tiempo. «Él no deja de ser una buena persona, lo que pasa es que no es responsable, y yo soy hiperresponsable. Cuando las responsabilidades llegaron a la pareja, a la familia, a la vida... Cuando la vida deja de ser un viaje y la mayor decisión ya no es dónde cenar fuera, la relación se deterioró».
Su ex se empeñó en no aprender español, un tema que influyó «muchísimo a nivel de pareja». «Hacía continuamente de traductora, también de madre, de agenda, me encargaba de la limpieza... Eran muchas responsabilidades una encima de la otra». «Un día estaba en la oficina trabajando —recuerda— después de haber dejado a las niñas en cole, él estaba en casa, y vino una persona a arreglar la caldera, y yo tuve que parar de trabajar, coger el teléfono y hablar con el técnico. Yo con el idioma me di por vencida, porque si no, me iba a destruir. Era falta de interés, me tenía a mí, y como teníamos un círculo social bastante bilingüe, le iba facilitando las cosas». Pero era una barrera importante a nivel institucional, burocrático, incluso para ir a la farmacia sin que Angie le enviara una foto de lo que tenía que comprar. «Era una falta de iniciativa constante y sobre todo comodidad, que sumada a mi hipernecesidad de control y de hacer, pues obviamente había mucho desequilibrio».
EL EMBARAZO DE AVA
Cuando se quedó embarazada, las matronas le advirtieron de que estaba sufriendo una depresión perinatal, y aunque ella ya veía algunas señales de que la relación no funcionaba, pensaba que eran baches, y confiaba en que el amor todo lo puede. Pero no fue así. Cuando nació Ava hubo un rayo de esperanza, la ilusión de una nueva vida y «las hormonas» templaron un poco la situación. «Parecía que iba a empezar a involucrarse más con la casa y conmigo». Las palabras eran bonitas, no así los hechos, que nunca llegaron. «Me sentía sola en la crianza. Él no ha sido mal padre ni mucho menos, pero ser buen padre va más allá de si le pongo la cena o ducho a las niñas. Mi preocupación en el momento de divorciarme era quién le iba a hacer la cena a las niñas, porque él siempre me decía que si la relación romántica terminaba, se iría de España. El miedo que tenía en ese momento era la rutina, la logística. No era ‘uy, es que me ha dejado de amar', sino que tenía que buscar a alguien para que recogiera a las niñas. Eso no es una pareja, es un padre. Echaba mucho en falta esa fortaleza que tenía al inicio, que se fue mermando a medida que las cosas se fueron complicando. Si el objetivo era reservar un resort en Maldivas, bien, pero si era encontrar un piso, mudarnos, reunir toda la documentación, la crianza...».
Cuando se quedó embarazada de Olivia tuvo sus dudas, porque las cosas con Torben ya no iban bien. Dice que les faltó mucha comunicación. Las conversaciones cada vez eran más difíciles y la respuesta a los problemas comenzaba a repetirse: «No sé qué hacer». Por si fuera poco, Torben se quedó sin trabajo, y se convirtió en un fantasma sentado en el sofá de casa. La mochila de Angie se fue cargando demasiado. Es consciente de que no es necesario tener siempre todo tan controlado, pero eso a ella le daba la seguridad que necesitaba desde niña. «No verle tomar la iniciativa, aunque fuera en pequeñas cosas, me hacía sentir muy insegura, y cuando pensaba en mi vida dentro de diez años, me veía preocupada, no veía esa estabilidad que yo buscaba, ni el resultado de construir algo juntos, y me dije: ‘No puedo vivir así'. El momento en el que me recetaron ansiolíticos fue muy chocante también, era una representación muy tangible de que algo estaba mal».
Torben cumplió con su palabra. Y tras romper con Angie se fue a Dinamarca. «No me lo quería creer, me chocó muchísimo, pero a la vez pensaba que se podía coparentar, y no veía en él esa falta de interés por sus hijas. A mí me parece algo muy irracional, igual es una cosa cultural, pero para mí fue muy duro de transitar. La cuestión práctica de una manera u otra tiene solución, lo que no la tiene es que tú te estés perdiendo, porque quieres, algo que no vuelve, que es la infancia de unas niñas. Pero es una decisión personal». Durante un tiempo, Angie puso de su parte para facilitarle la relación con las pequeñas, incluso le permite dormir en casa durante las visitas, a pesar de que habían acordado que no, «porque si no, no viene», pero con el tiempo ha entendido que es él el que tiene que responsabilizarse de la relación que quiera tener con las pequeñas. «A mí me gustaría huir de la narrativa de que los niños sufren cuando los padres se separan, siempre y cuando no haya habido un acto difícil de perdonar, por ejemplo, violencia de género o vicaria. ¿Si no han pasado cosas tan extremas, por qué tenemos que tener una separación conflictiva? Mamá y papá siempre serán papá y mamá. ¿Por qué tiene que cambiar? Me enfoco en esto, pero soy consciente de que hay que poner límites también, porque si no, continuamos perpetuando las cosas por las que nos hemos separado. Si yo continúo responsabilizándome de la relación de Torben con sus hijas, sigo haciendo lo mismo por lo que me separé de él».
COPARENTAR
Hoy, Torben no reside en España, y Angie ha aprendido a aceptar que es lo que hay. «Ahora mismo facilito la relación entre ellos, pero no soy la que tiene que generarla, ni fomentarla, ni cuidarla. Es cierto que mis hijas son pequeñas para enviarle una foto o un mensaje, y tengo esa responsabilidad como progenitora que las tiene a cargo, pero no de aceptar cualquier cosa», cuenta Angie, que ha tenido que perdonarle que no viniera a ver a Ava cuando estuvo ingresada, Olivia y ella durmiendo a su lado en el suelo del hospital, y él en Fuerteventura «colgando fotos de paisajes espectaculares». Dice que él le ha pedido volver en más de una ocasión, pero sabe que es más de lo mismo. «Espero no escupir para arriba, pero hoy por hoy no puedo regresar a esa situación. Tienen que cambiar muchas cosas para que pudiéramos volver». Aunque ella esté sola en Barcelona con las niñas, y tenga la patria potestad y la custodia, reconoce que la mayoría de las decisiones las toman conjuntamente. «En nuestra realidad de familia, la presencia es en la medida que él quiera dar como padre. En mi caso no es un 50-50, pero ahora mismo, y no quiero que se malinterprete, adonde él quiera llegar, yo acepto. No exijo ni busco más. Si yo fuera otro tipo de mujer, ahora mismo él no vería a mis hijas, pero quiero que las vea, quiero que esté presente, que tengan esa figura paterna que yo no tuve». La Angie de hoy no tiene nada que ver con la que un día salió de la República Dominicana, pero le queda esa humildad con la que fue criada y esa niña interior que anhela seguridad y ser amada, porque no cierra la puerta al amor. «Con el tiempo tan limitado es difícil, pero todo llega», dice Angie, que empezó a contar su historia en redes para visibilizar y romper todos los tabúes en torno al divorcio.