
Nunca es tarde. Ese es el lema que ha llevado a este albañil a apuntarse a la escuela de mayores después de jubilado: «Había que trabajar. Con 11 años tuve que cuidar de las ovejas y con 14 me fui a la construcción»
14 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Para alguien que haya nacido en el siglo XXI o incluso a finales del siglo pasado, le puede parecer ciencia ficción que un niño apenas haya ido a la escuela. Pero así ha sido para muchos de los nacidos en plena posguerra y en los años 50, que también vivieron después el despertar de los 60 y el bum urbanístico de los 70. Ese fue el caso de Dionisio. Su paso por la escuela durante su infancia quedó reducido a mera anécdota: «He ido solo dos años. Por aquel entonces había que trabajar. Era lo que había. ¡Qué ibas a hacer!». Su familia se había mudado de un pueblo de Guadalajara, Prádenas, a Boadilla del Monte porque le ofrecieron unas tierras para cultivar. Con 11 o 12 años ya tuvo que ocuparse del cuidado de las cabras y de las ovejas del duque de Sueca, también de la huerta, hasta que ya empezó a trabajar en la construcción. Con apenas 14 años ya era albañil, profesión que ya no abandonó hasta que se jubiló y que ha dejado huella en la aspereza de sus manos. Llegó a ser oficial de primera. Recuerda que iba en bicicleta a todos lados, porque nunca se pudo sacar el carné de conducir a pesar de que lo intentó varias veces, y que vio crecer, urbanísticamente, la zona oeste de Madrid y algo de la zona sur. Pozuelo, Majadahonda, Boadilla, Somosaguas, Alcorcón... «Boadilla era todo campo y ahora son todo pisos. En Majadahonda había casas, pero también mucho era campo», dice.
Con mucho esfuerzo, y después de instalarse la familia en Boadilla, el padre de Dionisio pudo comprarse una casa vieja: «Allí estuve viviendo con mi padre bastantes años. Pero luego, él se compró uno de los primeros pisos que se hicieron en Boadilla y nos fuimos a vivir para allí. Y en la casa que tenía hicimos un edificio de cuatro plantas mis dos hermanos y yo, con la ayuda de un primo. Lo fuimos haciendo los domingos, los días que teníamos libre y tuvimos que pedir permiso a la Guardia Civil, pero como éramos familia numerosa nos dejaron levantar cuatro plantas», explica Dionisio, que también cuenta que nunca se ha casado. En eso reconoce que no ha tenido muy buena fortuna o toda la del mundo, según se mire.
«Sí, estoy soltero. He tenido amigas, novias... pero al final nada. Una me quería mucho, estaba sirviendo en Majadahonda y la conocí allí. Yo tenía 30 y ella 20, y me pidió que la llevara a las fiestas de Boadilla. La llevé en taxi y le enseñé la finca. Aunque vivíamos en el piso, la casa ya la teníamos hecha. Pero yo no llegué a conocer a su familia. Un día me dejó en la puerta. Se metió ella a hablar con quien fuera y no me presentó a la familia. Y al ver eso, pues ya nada», dice. De sus palabras se intuye que le ofendió tanto que ya no quiso tener más relación con ella.
«Luego tuve otra, que esa no me engañó, y ahora vive en Burgos. Era una chica soltera que tenía una hija y hemos estado de vacaciones en Tenerife... Lo que pasa es que era 20 años más joven que yo. Y ya no fue para adelante tampoco la relación. Y ahora, he tenido amigas, pero en este momento, no tengo nada», reconoce Dionisio, que ahora está más centrado en ir a clase y llevar una vida muy tranquila.
Su sobrino y hermanos
Al no saber leer ni escribir, Dionisio agudizaba el ingenio. Es lo que tiene haber tenido que buscarse siempre la vida y reconoce que nunca tuvo miedo de que lo engañaran porque en eso era muy previsor: «Solo firmaba la nómina de mi empresa. Lo hacía con un garabato. Y si tenía que firmar algo distinto, pues les preguntaba a mis hermanos y a mi sobrino, que ellos saben leer y escribir. Uno de mis hermanos, el que tiene dos años menos, ese ya estuvo en la escuela hasta los 15. Y luego, mi hermana, que ya murió, también. Mis hermanos han podido estudiar. En eso han tenido más suerte que yo. Pero al mayor, le pasó como a mí, que tampoco pudo ir a la escuela». Él fue el segundo de seis hermanos.
Cuenta también Dionisio que intentó sacarse el carné de conducir sin saber leer, pero que no lo consiguió. «Me apunté en Boadilla. En aquellos tiempos se hacían las dos cosas a la vez, el práctico y el teórico. Y yo suspendí en el test y aprobé el práctico. Y lo dejé. Fui tonto por no seguir. Porque hay gente que ha suspendido muchas veces el teórico, pero ahora tienen el carné», explica aludiendo a que él era capaz de desarrollar algunas técnicas o herramientas para salir del paso y memorizar lo que le estaba preguntando y las respuestas. Y ahora se da cuenta de que la falta de insistencia lo llevó a fracasar en su intento de lograr el tan ansiado carné. Por eso, no cesa en su empeño de aprender.
«Al jubilarme, cuando ya dejé de trabajar, decidí apuntarme a la escuela», indica. Se presentó en el Centro de Educación de Personas Adultas La Mesta y no sabía ni rellenar la hoja de inscripción. Y las cuentas las hacía con los dedos, como había visto hacer a su madre. «Hubo un tiempo, cuando era más joven, que me apunté a la escuela nocturna. Íbamos varios por la noche pagando a un profesor particular. Pero luego empecé a ir al poco de jubilarme aquí. Ahora ya sé sumar, restar, dividir y multiplicar. Esas cosas ya las sé hacer. Y todo lo relacionado con los bancos me lo lleva mi sobrino. Y ahora ya voy leyendo también. Voy a la biblioteca y leo los periódicos. Estoy una hora por la tarde. Pero cuando no llevo las gafas, leo solo la letra grande», comenta. Dionisio ha logrado aprender todo lo que sabe gracias a la lecciones de Pedro, Isabel y Montse. Ahora lleva cinco años con su profesor Víctor, que le ayuda en todo lo que puede. «Soy el mayor de clase, pero no el más antiguo. Esa es Mari. Pero ella es más joven que yo. La verdad es que estoy muy contento por ir a clase con mi edad. Hablo con unos y otros y paso la mañana, además de todo lo que aprendo. He descubierto todo un mundo. Y eso también me permite estar activo a mi edad», confiesa este hombre entrañable, que también reconoce que ha mejorado su autoestima al ver que iba teniendo cada vez más habilidades. «Como no tengo nada que hacer en casa, porque luego voy a comer a casa de mi cuñada, y como con ella, con mi hermano y mi sobrino, pues esto me hace estar activo y contento de aprender cosas. También me mandan deberes y hacer sopas de letras por la tarde y así también estoy entretenido», indica.
«Son nuestros mayores. Una generación que se ha sacrificado mucho por nosotros y gracias a ellos hemos tenido oportunidades. Y esta es un manera de acompañarlos emocionalmente y también de desarrollar la estimulación cognitiva y la memoria. Trabajan también la atención. Hacen dictados, trabajamos el vocabulario, copias de texto, operaciones matemáticas, álgebra y cálculo mental. Y luego, adaptamos el currículo oficial a las circunstancias de cada alumno, porque no aprenden igual que un niño», cuenta su profesor Víctor, que habla maravillas de Dionisio. «Es muy disciplinado en clase, siempre está en la primera fila y se sienta delante. Se pone con una tarea y no levanta la cabeza hasta que la termina. Llevo ya cinco años con mis alumnos y para mí son como una familia. Es muy gratificante». Solo hay que verle la cara de felicidad a Dionisio y su empeño en seguir aprendiendo para saber que todo lo que su profesor dice de él es verdad.