La maldición de la lotería

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Javier Lizón | EFE

11 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Emilio Lusquiños Martínez había ganado un millón de euros en una bonoloto de octubre y apareció muerto el domingo en su casa de A Coruña. Lo contaron Mahía y Portabales en este periódico esta semana mientras en otras redacciones del mundo se escribían historias similares. En Brasil, Antonio Lopes Siqueira moría durante una intervención dental a la que pudo someterse apenas un mes después de ganar 31 millones en la lotería. Y en el Hinojal, Cáceres, el alguacil del Ayuntamiento asesinó a un vecino agraciado unas semanas antes con un millón. Más interesante fue todavía la peripecia de un asturiano que acertó los números de una cosa llamada Eurodreams, que fue dado por muerto y que reapareció vivo y tronchado de risa pocos días después. La lista podría ser eterna porque hay una vocación por localizar historias de la lotería que acaban mal, como si esa suerte inesperada fuese imposible de asimilar, una especie de pliegue en el orden del mundo que debe ser reparado a base de amolar al agraciado.

Hace unos años trascendió un estudio de la Universitat Oberta de Catalunya, cuya cocina desconocemos, que sostenía que el setenta por ciento de los ganadores de algún sorteo de la lotería terminan arruinados en el plazo de cinco años. Desde luego, la opción de la bancarrota es mejor que la de muerte, pero conserva ese determinismo hacia lo fatal que acompaña a la suerte. La sensación, en realidad, es que todas esas estadísticas son fallidas y todas la noticias un reflejo de lo extraordinario, como debe ser. Porque a la vista de lo extendido que el juego, el azar y las loterías están por el mundo tiene que haber mucha más gente a la que un pellizco de fortuna les ha mejorado la vida que desgraciados que no han sabido gestionar, por lo biológico o por lo económico, la impresión de un golpe de suerte. Ese mito del ángel caído está bien sustentado en referencias colectivas como la de los británicos Adrian y Gillian Bayford a quienes en el 2012 les tocó el mayor premio repartido nunca en el Reino Unido, 148 millones de libras. En pocos meses estaban divorciados y angustiados por la deriva que el dinero había provocado en sus vidas. La plantilla se repite una y otra vez. Como si inyectar un dinero súbito alterase un orden social inamovible en el que cada clase tiene que estar en donde se merece.