Diana Al Azem, profesora y divulgadora: «A un adolescente no puedes hacerle más de dos preguntas seguidas, prohibido»
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Echa de casa el miedo y haz sitio para la paciencia y los límites de seguridad. «Los padres queremos solucionarlo todo en el momento, ese es nuestro problema», dice la fundadora de Adolescencia Positiva, autora de «¡Quiero entenderte!» y «AdolescenteZ, de la A a la Z»
17 nov 2024 . Actualizado a las 16:16 h.Vivimos siempre hacia delante, y a veces la única manera de seguir es dar un paso atrás. Y acompañar. La adolescencia de tu hijo empieza en ti, en ese paso atrás, o a un lado, para dejar que su enfado, su lentitud o su miedo no te parta en dos y os deje sin conexión en lo más importante. A ello invita la profesora Diana Al Azem, divulgadora, fundadora de Adolescencia positiva, y autora de ¡Quiero entenderte! y de los talleres dirigidos a padres y madres Gestión de batallas con adolescentes.
—¿Cómo entender a un adolescente si a veces nosotros no nos entendemos?, ¿cómo se da ese paso atrás cuando crecen para dejarles ser sin dejarles solos?
—Hace un momento he tenido una conversación con una mamá sobre este tema. Cuando vamos a ser padres, nos informamos muchísimo, de la lactancia, del parto, de sus primeros pasos... En fin, en ese momento lo leemos todo: revistas, libros; nos informamos por todos lados de lo que es la crianza en la infancia; sin embargo, nadie se prepara para la crianza en la adolescencia. Es un reseteo el que hay que hacer. Lo que nos servía cuando nuestros hijos eran pequeños ya no nos sirve cuando entran en la adolescencia. Como con todo en esta vida, tenemos que estar formados para saber qué está sucediendo o el porqué de determinadas conductas para no llevarnos sustos.
—¿Qué cambios son normales?
—¡Muchos! Antes te obedecía y ahora ¡ni caso! Antes se desvivía por pasar tiempo contigo y ahora ni dar una vuelta... Hay que tener claro que la infancia es una cosa y la adolescencia es otra diferente. Esta etapa trae cambios cerebrales, hormonales, cambios sexuales, sociales, cognitivos... No es solo la conducta, son otras muchas cosas, y lo mejor es prepararse bien para ellas.
—¿Por qué están enfadados siempre? Es una cuestión que abordas en «¡Quiero entenderte!». Yo lo que veo es que pasan del enfado a la alegría suprema sin transición.
—Mira, antes de responder a esa pregunta, te diría que, si yo fuera adolescente, también me haría la misma pregunta hacia mi madre. ¿Por qué mi madre siempre está enfadada? ¿Por qué siempre me está regañando? ¿Por qué solo me habla para echarme en cara lo que he hecho mal? Quiero decir que nosotros nos tenemos que mirar hacia adentro. Sabemos, por resumirlo, que el cerebro tiene tres partes fundamentales. La primera es el cerebro reptiliano, el de la supervivencia. Es la primera parte del cerebro que se desarrolla, que nos permite cuidarnos y estar alerta ante el peligro y reaccionar ante él. De hecho, un bebé ya tiene esta capacidad en el momento en que se pone a llorar por hambre. Su cuerpo reacciona ante el peligro: quedarse sin comer. ¿Qué pasa? Que según van desarrollando, entonces llegamos a la segunda parte del cerebro, que es el sistema límbico, donde se gestionan las emociones. Esto lo sabes si eres madre.
«No olvidemos que la corteza prefrontal no acaba de desarrollarse hasta los 25 años, la parte ejecutiva del cerebro todavía no se ha desarrollado...»
—¿En qué se nota más esa parte?
—Por ejemplo, los niños pequeños tienen rabietas terribles o están superfelices y siempre sonriendo. Y en la adolescencia pasa un poco lo mismo, que siguen siendo muy niños en ese sentido, pero nosotros pensamos que son mayores. No olvidemos que la corteza prefrontal, que es la tercera parte principal del cerebro, no acaba de desarrollarse hasta los 25 años, aproximadamente. Por lo tanto, si esa parte del cerebro, la parte ejecutiva (la que me ayuda a calmarme, a buscar soluciones), si esa todavía no se ha desarrollado, lógicamente un adolescente aún no es capaz de gestionar sus emociones. Entonces, basta que haya un activador que lo dispare hacia el enfado o hacia la alegría para que su estado anímico vaya hacia un lado o hacia otro. Puedes estar muy feliz y de repente recibes un mensaje de una amiga que no quiere volver a verte ¡y te hundes en la miseria!
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—¿Hay que encajarlo como normal?
—Ellos aún no tienen esa capacidad de pensar: «Mañana hablo con ella, a ver qué pasa». No, lo primero es: «¡Dios mío, me quedo sin amiga, yo necesito a mi grupo, ¿ahora qué va a pasar?». No son capaces todavía de pensar con claridad y se ven secuestrados por la emoción de ese momento. Pero es algo que a veces también nos pasa a los adultos.
«Si yo veo a mi hijo triste, me duele. Y en lugar de ocuparme de mi propia emoción, que es lo que debería hacer primero, intento ocuparme de la suya»
—Hay una corriente de padres que tiende a exagerar el drama. Si no quedan con sus amigos, enseguida te preocupas, si tienen un desengaño, cunde la alarma. ¿Somos muy agonías?
—Claro. Te voy a contar un secreto: los adultos no hemos aprendido a gestionar las emociones. ¿Por qué? Porque desde que hemos sido pequeños no nos han enseñado. Nos han enseñado a negarlas, a «no tengas miedo», «no llores», «qué tontería». Es decir, nos han enseñado a tapar las emociones o a dramatizar. Cuando vemos esa madre o ese padre: «¡Dios mío, me vais a matar a disgustos!», vemos a un adulto que dramatiza. Y también vemos que muchos padres cuando quieren comprender o sujetar las emociones de los hijos, se ven frustrados porque tienen otro tipo de emoción. Es decir, si yo veo a mi hijo triste, me duele muchísimo. Y en lugar de ocuparme de mi propia emoción, intento ocuparme de la suya. Debería preocuparme primero de la mía.
—¿Es un poco como ese ejemplo: ponte tú primero la máscara de oxígeno que se descuelga en el avión, para poder ayudar a otros?
—Efectivamente. Estamos más pendientes de cómo ayudo a mi adolescente, qué hago, qué le digo, que de ver cómo estamos nosotros por dentro. Primero necesito estar bien yo, tranquilizarme, y entender que por un episodio de tristeza nuestro adolescente no va a ser un desgraciado toda la vida.
—¿Buscamos entretenimiento, agendas de planes, para no enfrentarnos a solas a la verdad de nuestros hijos?
—Sí... Y cada vez hay más ansiolíticos, cada vez la gente tira más de alcohol, de droga, de videojuegos, de pornografía. Buscamos entretenernos para no sentir, sí. Y esto nuestros hijos lo viven sobre todo con las pantallas.
—Muchas veces maquillamos, adornamos, envolvemos en papel de regalo y escurrimos el bulto en lo incómodo.
—Claro, no nos gusta sentirnos incómodos, pero porque no hemos aprendido que eso se puede entrenar, como te decía. A veces a lo mejor necesitamos llorar, o salir a dar un paseo, o estar solos. Cada persona tiene su forma de gestionar las emociones. Hay cosas que nos pueden ayudar y otras que nos pueden perjudicar más. Hacer deporte puede ayudar. Abrir el frigorífico y pillar todo lo que hay dentro no.
—¿Qué límites no se pueden saltar?
—Un adolescente que no tiene límites sería como un potrillo salvaje que no sabe hacia dónde ir. Pero en la adolescencia no podemos estar limitándolo todo. Hay que priorizar. Para mí lo importante es que mis hijos cuiden su salud y sean respetuosos con ellos y con los demás. Si se peinan de una manera u otra, en eso hay que dejarles que elijan.
«Si a nuestros hijos no les permitimos caer, estar abajo, de mayores van a venir problemas mucho más gordos. La adolescencia es una gran etapa de entrenamiento de la frustración»
—¿Es vital entrenarlos en la frustración, propiciar las ocasiones?
—Claro. La adolescencia es una gran etapa de entrenamiento de la frustración. Si no la entrenan ahora, de mayores ya te digo que solo van a poder gestionarla desde la medicación. En la adolescencia es normal que las emociones sean una montaña rusa, que un día estén arriba y otro abajo. Si no les permitimos estar abajo, de mayores van a venir problemas más gordos. ¿Cómo van a gestionar eso si no han aprendido desde pequeños en el hogar? Difícil.
—Hay cosas que como padres no debemos tolerar, adviertes. ¿Por ejemplo?
—No debemos tolerar las faltas de respeto. El gran problema es que los padres queremos solucionarlo todo en el momento. Y tú no puedes solucionar una falta de respeto justo cuando el adolescente ha dicho la barbaridad. Porque dentro de él hay un dolor grande y la está pagando contigo. Tú en ese momento no te puedes poner a recriminarle nada porque no lo va a escuchar. Mejor esperar que el pico cortisol baje, que deje de estar cegado por la emoción y ya más tarde, o incluso al día siguiente, cuando esté calmado, preguntarle y decirle: «¿Qué te pasó ayer? Me hablaste así y eso no lo voy a consentir».
—Entre otras, ofreces las claves para que nos cojan el teléfono. Bombardeo de llamadas, no. ¿Qué hacer para que confíen y conectar con ellos?
—Algo que tendemos a hacer siempre los padres es un tercer grado a los hijos: ¿qué has hecho?, ¿pero con quién has ido?, ¿has estado fumando?, ¿has estudiado?, ¿has bebido?... Es demasiado. Más de dos preguntas seguidas a un adolescente no se le pueden hacer, ¡prohibido! Y si yo quiero que un adolescente me cuente sus cosas, debo estar dispuesto a contarle las mías. No vale que yo no cuente nada y pregunte de todo. Esto, la comunicación desde la confianza, es algo bidireccional: yo te cuento y tú me cuentas. Funciona así.