¿Somos cada vez más pijos?

YES

Tamara Falcó
Tamara Falcó José Oliva | EUROPA PRESS

El libro «Quiero y no puedo» analiza cómo el comportamiento de las clases pudientes influye en quién queremos ser. Su autora, Raquel Peláez, es clara: «Vivimos en una sociedad donde no tener privilegios está mal visto, y parte de estos elementos del bienestar son derechos que hemos perdido»

11 oct 2024 . Actualizado a las 16:52 h.

Los millennials llevan más de una década indignados. Algunos lo gritaron en el 2011 en diferentes plazas de España, en un mayo que prometió ser histórico gracias a unos jóvenes que se dejaron la garganta para poner en duda el statu quo y revelarse contra un sistema que les impedía, a sus veintilargos, abandonar el nido familiar. Aquel año, el 46 % de los ciudadanos se sentían —según datos del CIS— pertenecientes a la clase obrera. Aquel año, las manifestaciones aún eran cosa de rojos. Aquel año, ser pijo era un insulto. Es 2024 y la sociedad se maneja en otros códigos. Hoy solo un 10,3 % de los españoles se sienten proletarios, la derecha le coge el gusto a la libertad de reunión; y el líder de Carolina Durante, ese grupo que se rio de los cayetanos, dice que es un pijo. ¿Qué está pasando?

La periodista Raquel Peláez estudió a fondo este fenómeno. Tanto fue así que para entender en qué consiste pertenecer a este estrato social, quién puede formar parte de este grupúsculo y, en definitiva, si el pijo nace o se hace, se remonta hasta los tiempos de Fernando VII —aunque para ella el primer monarca pijo fuera Alfonso XIII—. Así, indagando en los usos y costumbres de la historia de España y, sobre todo, en cómo la estructura de clases modela nuestros sueños, nace Quiero y no puedo (Blackie Books), el ensayo revelación de la temporada que de manera velada concluye que casi todos somos un poco más pijos que ayer, pero menos que mañana.

Las redes sociales tienen parte de culpa de la configuración social actual. Pero con matices. Ahora es más fácil hacer trampa con nuestra posición en el mundo a través de Instagram o TikTok, que nos permiten mostrar una vida aesthetic y, sobre todo, replicar conductas de perfiles pertenecientes a clases superiores que, por tanto, se convierten en deseables. Sin embargo, para Peláez las redes sociales son el árbol que impide ver el bosque. «Hay que señalar a estructuras mucho más potentes sobre por qué tenemos la necesidad constante de aparentar mayor bienestar del que gozamos; de alguna forma, no tener dinero y no disfrutar de privilegios está mal visto, y creo que hay muchos elementos que idealizamos que han formado parte de nuestros derechos y que mucha gente ahora no tiene. Así que presumir de ellos te hace posicionarte».

La reina de TikTok, Marina Rivers, y la reina de Instagram, María Pombo, han sido acusadas —si es que este es el verbo adecuado— de pijas. La primera intenta quitarse este sambenito cada lunes en Masterchef Celebrity apelando a sus orígenes humildes, pero, para algunos, que se comprara una casa con 22 años la hace digna perteneciente a este grupo social. La segunda procede de una familia acomodada de Madrid y muestra a diario su vida entre bolsos de Chanel, casoplones en Cantabria y patatas fritas.

La «influencer» María Pombo, en una fotografía del pasado mes de abril
La «influencer» María Pombo, en una fotografía del pasado mes de abril Manuel Pinilla Cruces | Europa Press

Coincide Raquel Peláez en que Pombo se parece más a las pijas «de toda la vida» que salían en el ¡Hola!, la revista pija por excelencia, que nació para que a las españolitas de a pie se les pusieran los dientes largos con esas mansiones que jamás tendrán, esas fiestas a las que nunca irán y esas bodas que ni olerán. Las páginas satinadas de esta publicación siempre tuvieron claras sus intenciones: mostrar «la espuma de la vida». Y pocas como Isabel Preysler y su hija Tamara Falcó han sido mejores embajadoras de este universo. Quizás porque la madre, hija de su tiempo, ha preferido el recato y la discreción a abrirse al gran público, es Tamara quien ostenta el título de pija de España. «En ella concurren varias clases sociales y varios estamentos. Su padre es hijo de un noble y parte de sus posesiones proceden casi del Antiguo Régimen. Su madre es una de las socialités más simbólicas de nuestro país, y representa el triunfo de la mujer que quiere formar parte de las clases altas y lo consigue. Por otro lado, Tamara es una curranta de lo aspiracional como influencer y se esfuerza bastante por mantenerse en la cresta de la ola, aunque sea a base de exclusivas y de participaciones en programas de televisión». Sus patinazos en el amor, alguna que otra patada al diccionario y su extroversión de novata han hecho que parte de ese público que adora a Belén Esteban empatice con esta mujer de alta alcurnia.

Lo que a la Falcó le funciona, para otros es un lastre. Willy Bárcenas intenta despojarse de su imagen de niño bien sin demasiado éxito. Ya lo explica Peláez en su libro: los pijos tienen varias caras. Los hay creativos —con ellos nació Ciudadanos—, pijipis —hacen yoga, son vegetarianos— o de cuna —asiduos al tenis—. Sea como fuere, y por mucha camisa canallita que se ponga, no hay quien le quite la etiqueta de pijo al hijo del extesorero del PP. Su grupo, Taburete, es la banda heredera de Hombres G, con quienes se han ido de gira rendidos a la evidencia y quienes, como indica la autora de Quiero y no puedo en su libro, dieron a conocer a las masas la palabra pijo en su canción Sufre mamón.

Imagen de un concierto de Hombres G en Castrelos.
Imagen de un concierto de Hombres G en Castrelos. M.Moralejo

El que es uno de los temas más radiados en bodas, bautizos y comuniones, incluso en tiempos de Bad Gyal, vio la luz en los ochenta, esa década en la que Don Algodón reinventó la moda española dotando a las sudaderas de un estatus inédito hasta la fecha. Era el momento del «España va bien», de Verano Azul y de pensar en esos atardeceres en una playa del norte con una prenda sobre los hombros. La marca de Pepe Barroso se popularizó en todo el país, pero al albur de su éxito nacieron en la península diferentes marcas que crearon su propia idiosincrasia local. Menciona Peláez como ejemplo el marquismo del que se apoderó A Coruña con Pure o Raz, o la categoría que daba entre cierta chavalada viguesa lucir prendas náuticas de Amura. Don Algodón lleva años amenazando con dar la campanada, y, de hecho, la web de la marca reza «coming soon» [muy pronto]. Volvería en un contexto perfecto para exhibir ese lujo accesible en la jaula de oro que es Instagram.