En el año 1983, Pedro Almodóvar rodó una tragicomedia demencial e insolente titulada Entre tinieblas protagonizada por un grupo de monjas llamadas sor Rata de Callejón, sor Estiércol y sor Perdida. Fue una de las aproximaciones más delirantes al universo de las religiosas, vieja fuente de inspiración para el cine con un repunte reciente en el que las sores y sus cofias merodean en universos terroríficos. La monja progre y sin hábito que interpreta Leonor Benedetto en Un lugar en el mundo; la perspicaz y estricta hermana Aloysius a la que da vida la inmensa Meryl Streep en la turbadora La duda incluso la novicia Tomasa de la Gracia Morales de Sor Citroën, son solo tres ejemplos de lo inspiradora que puede ser una monja para un guionista.
Imagino a varios de ellos tomando notas estos días de los detalles que los periódicos sirven sobre la peripecia de las clarisas de Burgos, seguidoras del sacerdote Pablo de Rojas Sánchez-Franco, excomulgado en el 2019 por pasarse de ultraconservador, amigo de la familia de Francisco Franco, propietario de una imagen hipnótica y «obispo, fundador y rector máximo» de la Pía Unión Sancti Pauli Apostoli con sede en Bilbao a la que las 16 clarisas han decidido seguir tras abjurar de la Iglesia católica y de su papa, Francisco. El comunicado hecho público en los últimos días por las monjas, conscientes del tirón mediático de su rebeldía, no tiene desperdicio, incluida esta frase: «Nos van a denominar herejes y cismáticas, locas y muchas cosas más, muy calumniosas y desagradables. No os los creáis, al menos esta vez, que no os engañen». En la página tehagoluz.com explican un ideario que considera el Concilio Vaticano II «un conciliábulo plagado de herejías», aunque en el fondo de esta cinematográfica peripecia parecen anidar otros intereses, incluidos los inmobiliarios. La historia nos ha mantenido fascinadas esta semana, pendientes de la evolución de un guion lleno de giros que el mejor de los escritores tendría muchos problemas para vender.