Mafiosos de película

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04 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Matteo Messina, capo supremo de la mafia siciliana, llevaba una vida vulgar en un modesto piso de Campobello di Mazara, a solo ocho kilómetros de Castelvetrano, en donde había nacido sesenta y dos años atrás e inaugurado su biografía criminal. Messina compartía espacio doméstico con el póster de El Padrino en el que Marlon Brando viste esmoquin y acaricia un gato, la imagen canónica del mafioso desde que Francis Ford Coppola dirigió su magistral trilogía y dotó a estos forajidos de unos atributos nuevos que los auténticos jefes de la Cosa Nostra reclaman desde entonces para sí.

Es fácil imaginar a Messina concentrado frente al cartel con la imagen de Vito Corleone, buscando dentro de él su maldad, inteligencia, su frialdad, su ademán aristocrático, su refinado cinismo. Por lo que ha trascendido de sus costumbres, no parece que el capo real entre bien en el traje del personaje, ni que sus fechorías deban ser suavizadas por el glamur del cine, pero intriga mucho esa imagen de Matteo Messina frente a lo que quizás él aspiraba a convertir en espejo.

Existe una historia criminal muy fértil inspirada en hechos irreales, argumentos salidos de la mente de un guionista que algún tarado acaba convirtiendo en realidad. Asesinos natos, la cinta de Oliver Stone con guion de Tarantino, pasa por ser una de las más inspiradoras para mentalidades quebradas dispuestas a jorobar al prójimo. Stone llegó a ser denunciado por John Grisham, que lo acusó de no haber controlado la potencia de la mecha violenta que encendía con la película y que fue a la que se aferraron dos anormales llamados Sarah Edmondson y Benjamin Darras para asesinar a William Savage, íntimo amigo de Grisham.

El autor de La tapadera acusó a Stone de «hacernos insensibles al asesinato absurdo» y emprendió en 1996 una cruzada legal para que se considerara a las películas un artefacto potencialmente letal, como un coche con un fallo de fabricación que acaba matando a quien lo conduce. Treinta años después, sabemos que la idea de Grisham era una chaladura pero ese póster en el salón de Messina es una metáfora de toda la potencia que destila el cine.