Conchi Botillo: «Soy calva, pero aún tengo que explicar que no estoy enferma»

ALEJANDRA CEBALLOS LÓPEZ / S. F.

YES

Elvira de Santiago

A los 51 años perdió por completo el pelo de su cuerpo y tuvo que reconstruirse. «Llegas a tocar fondo, pero sales reforzada. Ahora me gusto mucho más como persona. Hay que hacer mucho trabajo de autoaceptación», asegura

17 ene 2023 . Actualizado a las 14:46 h.

La Nochebuena del 2017 Conchi Botillo Pérez (Madrid, 1966) le dijo a su marido que le afeitara la cabeza. Parada frente al espejo, mientras se arreglaban para verse con la familia le dijo: «Rápame». Estaba cansada de luchar con los mechones de cabello que caían por toda la casa.

 «Él quedó como en shock. Pero se imaginaba que luego volvería a crecerme el cabello. Yo, de alguna manera, sabía que no. Que no volvería a tener pelo», relata.

Conchi, que en aquel entonces tenía 51 años, llevaba desde la adolescencia luchando contra la alopecia areata, un tipo de calvicie resultado de una respuesta autoinmune que ataca los folículos pilosos. Pero en ese momento de su vida la situación se había salido de control. «En la adolescencia me empezaron a salir plaquitas —pequeñas áreas de la cabeza que se quedaban sin cabello—. Los amigos me decían: ‘Hala, ¡qué tienes ahí!', era un poco traumatizante. Cuando fui al dermatólogo me lo trataron con corticoides inyectados. Estuve toda mi vida así. En algunos períodos aparecían calvicies pequeñitas y los médicos me las cubrían con pinchazos y en otros momentos todo era normal», explica Conchi, quien no imaginaba que su calvicie escalara hasta el punto en el que está hoy.

Aún no hay explicación para esta condición. Algunos aseguran que tiene componentes genéticos, o que puede asociarse a la exposición a algún químico, también se habla del estrés... «Pero no vamos a decir que porque estás estresada ya te vas a quedar sin pelo», asevera Conchi. 

«SE ME CAÍA A MECHONES»

A pesar de las plaquitas, Conchi siempre lució su cabellera. Sin embargo, en el verano del 2017 las cosas empezaron a cambiar. «Se me caía el pelo a mechones. Yo lo notaba en la almohada, en la bañera llena de pelos cuando me duchaba... Cuando fui al médico me dijo que no podía pincharme tanto, además de que sería muy doloroso. Empezaron a tratarme con corticoides orales, que tampoco funcionaron», narra ella.

Estos medicamentos le produjeron un hígado graso y una osteoporosis. El siguiente paso hubiera sido recurrir a inmunosupresores, pero Conchi se negó. «Incluso llegué a sentirme culpable, en plan: ‘Pensarán que no me quiero curar' y cuando llegué a la cita con la doctora tenía miedo de que me juzgara. En lugar de eso me dijo: ‘Pues haces muy bien, yo tampoco me los pondría'. Joer… Me hubiera planteado eso desde antes. No tratarnos debería ser una de las opciones que nos den», dice. «Cuando vas al especialista estás en una posición vulnerable, solo quieres que te salga pelo y estás dispuesta a todo por conseguirlo, no preguntas muchas cosas, y los sanitarios tampoco te advierten. Aunque también es cierto que nosotras como pacientes nos tenemos que empoderar e informarnos», señala.

En cuestión de meses Conchi perdió todo su cabello. Su alopecia se volvió universal, es decir, perdió todo el pelo del cuerpo, incluidas cejas y pestañas.

«La Nochebuena del 2017 mi marido se estaba afeitando y le dije: ‘Rápame'. No es que me hubiera dado la ventolera, ya llevaba un tiempo pensando: ‘Así no puedo estar'. Fue muy difícil, aunque antes tuviera solo cuatro pelos, fue diferente a verme sin nada. Raparnos implica dos procesos: el duelo y la sensación de pérdida, pero también la sensación de liberación de no estar viendo cabellos por todos los lados», recuerda ese momento como si hubiera sido ayer.

Pero lo más complejo vino después. «Hay un período de ostracismo en el que no quieres nada. Yo me cubría con la manta y pensaba: ‘No quiero existir'. No quería salir. No era capaz de mirarme en el espejo, si me veía de refilón pensaba: ‘¿Quién es esa?'. Es una etapa muy intimista, de estar contigo misma. Como no me miraba al espejo, tampoco me pintaba ni me arreglaba», relata.

Sin embargo, siempre contó con el apoyo de su familia. «Mi marido me sobaba la cabeza, me daba cariño, me decía que me veía guapa. Fue muy importante el apoyo por parte de él. Tu familia te acepta más rápido que tú misma», reflexiona agradecida.

Luego le contó a sus hijos, quienes estaban preocupados por una posible enfermedad grave que pudiera estar sufriendo Conchi. Lo normal es asociar la calvicie con el cáncer, y los comentarios de vecinos o desconocidos en la calle no se hicieron esperar. Muchos le preguntaban a sus hijos si le pasaba algo y otros, más imprudentes, o en un intento de empatía, se acercaban a ofrecerle ayuda.

«Venían a preguntarme si tenía cáncer: ‘Es que te ha visto fulanita, que no sé qué'. Siendo calva tienes dos trabajos: el propio de aceptarte y decidir cuál será tu nueva imagen, y el de salir al exterior y explicarle a la sociedad que no estás enferma», expone Conchi.

Al principio se ponía a llorar ante las insinuaciones de otros, otra veces se enojaba y ahora trata de tomárselo con gracia. «Aprendí a sacarle siempre la parte bonita y simpática, si no me hubiera hundido. El humor es indispensable», dice.

Después del período de duelo, que forma parte del proceso normal de pérdida, Conchi decidió abandonar el estado de aislamiento. Primero comenzó saliendo con gorros, tapándose un poco la cabeza para tratar de no llamar la atención, y también buscó grupos de personas en la misma situación. Se encontró con A Pelo, una asociación de Barcelona, que justo iban a hacer una quedada en Madrid.

Quedó con ellas. «Entré al restaurante y vi una mesa de ocho o diez mujeres sin nada en la cabeza, supertranquilas y dije: ‘Guau, yo quiero llegar a eso'. Estar con otras mujeres calvas te hace sentir tranquila, ya no eres un bicho raro. Te da una sensación de pertenencia y la seguridad de sentir que hay vida, que puedes salir así», relata. Encontró en otras mujeres una inspiración para no ocultarse. Desde ese momento, Conchi ha centrado su energía en sí misma y cada vez está más fortalecida. «Hay que hacer mucho trabajo de autoaceptación y autoconocimiento para saber que eres la misma, solo que sin pelo. Es un proceso de deconstrucción y reconstrucción, pero ahora estoy más fortalecida, me gusto más como persona», reflexiona. Además, buscó ayuda psicológica, que casi tuvo que «mendigarle» a su médico para que la derivara.

También creó una asociación en Madrid con el objetivo de que haya referentes de mujeres calvas y que aquellas que empiezan el proceso sepan que no están solas. Hoy reconoce la fuerza que le han dado las redes sociales y el apoyo que ha encontrado entre los mensajes de aliento de quienes la ven guapa.

Hoy, Conchi se acepta tal y como es, y encontró en su condición el impulso para seguir apoyando a otras mujeres o a las niñas que vienen detrás. «La calvicie es mi compañera, forma parte de mí. No tiene sentido que luche contra ella», asegura.