José María Bermúdez de Castro, paleoantropólogo: «Los humanos, como especie, terminaremos. No sé si dando lugar a otra o no»

YES

Viajamos al origen de la humanidad para ver hacia dónde nos dirigimos. La predicción no es muy optimista: «Deberíamos tener mucho tiempo para continuar en el planeta, si no tuviéramos esta situación medioambiental», dice el experto

10 dic 2022 . Actualizado a las 10:22 h.

José María Bermúdez de Castro (Madrid, 1952) lleva toda una vida estudiando la evolución de la especie humana a partir de restos fósiles, concretamente en los yacimientos de la sierra de Atapuerca donde es codirector. Él mejor que nadie sabe hacia dónde nos dirigimos. Y tiene muy clara la respuesta: hacia la extinción. Aunque abre una posibilidad esperanzadora sobre nuestro futuro. Eso sí, si nos tomamos en serio las señales que el cambio climático nos está dando.

—¿Cuál considera que es la época más apasionante del ser humano?

—Hay un momento crucial e importantísimo que es cuando empezamos a fabricar herramientas de piedra y cuando aparece la cultura, como la entendemos desde el punto de vista antropológico. Ahí, hay un giro brutal que nos lleva hasta la actualidad. La aparición de la tecnología hace cerca de tres millones de años fue un punto de inflexión fundamental.

—¿A qué aspectos tecnológicos se refiere?

—Empezamos a cambiar la materia prima, a controlarla, a manejarla a nuestro antojo y a producir las primeras herramientas. Ya no era utilizar una piedra como puede hacer un chimpancé, empezamos a cambiar la materia prima y ese cambio, además, lo hicimos de una manera intencionada y con unos procedimientos que implicaban cierta complejidad mental. Creo que ese fue un punto de partida, que fue muy lento al principio porque la primera gran revolución tecnológica de la piedra tardó un millón de años en producirse. Pero todo empezó hace tres millones de años.

—¿Cree que este último siglo será determinante para la evolución futura del ser humano?

—La cultura ha ido desarrollándose muy lentamente durante miles y miles de años, pero en el último siglo se ha acelerado de una manera tremenda. Y esto ha producido un cambio importante en el medio. Estamos creando un medio bastante hostil para la propia especie. Y eso es un problema.

—¿El desarrollo tecnológico podría producir una involución del ser humano? ¿Es posible que dejemos de pensar tanto al apoyarnos en los avances tecnológicos? ¿Hay algo de cierto en eso?

—No. El término involución no entra dentro de los parámetros de la evolución. Seguiremos evolucionando y puede haber un final. Todas las especies tienen un principio y un final. Eso está claro. Pero pueden dar lugar a otras especies. Y nosotros podemos hacer lo mismo. Podemos terminar o dar lugar a otro tipo de especie y continuar con la evolución, pero ya no siendo Homo sapiens, sino otra cosa.

—¿Por qué teoría se inclina más, cuál es su apuesta?

—Mi apuesta es que la cosa no está fácil. Y los países no se ponen de acuerdo. Hay demasiados intereses y mucha ignorancia al respecto. Y eso no nos permite ser demasiado optimistas.

—¿Pero cree que acabaremos desapareciendo o evolucionaremos hacia otra especie?

—Como especie terminaremos. No sé si dando lugar a otra o no. Lo normal es que las especies se bifurquen y den lugar a dos especies diferentes. Como pasó hace unos 800.000 años en los que hubo una divergencia y una genealogía se convirtió en neandentales y otra, en Homo sapiens. Nosotros podemos tener esa divergencia también y dar lugar a dos especies distintas o sencillamente continuar. Nuestra especie tiene muy poco tiempo de existencia, apenas 300.000 años. Cuando el promedio de vida de cualquier especie terrestre es de un millón de años. En principio, deberíamos tener mucho tiempo para continuar en el planeta, si no tuviéramos esta situación medioambiental. Me gustaría ser optimista y decir: «No va a pasar nada», pero creo que no es así. Lo estamos viendo todos. Vamos a tener un problema.

—¿En qué se puede traducir?

—A lo mejor, lo que resulta es un gran colapso que deje el planeta un poco más reducido de seres humanos y salgamos adelante como podamos habiendo aprendido la lección. Esa sería quizás la mejor lectura que podemos hacer.

—Su compañero Eudald Carbonell también habla de eso, que habrá una nueva pandemia y provocará el colapso de la especie.

—Sí, puede ser una pandemia o cualquier otra cosa. Me parece muy lógico utilizar la palabra colapso, que utiliza mucho Eudald Carbonell. No le quito razón.

—¿Qué se entiende por colapso de la especie?

—La situación es la siguiente: Estamos perjudicando al planeta y las consecuencias las estamos viendo en el cambio climático. Lo estamos padeciendo de una manera clara. A corto plazo puede tener unas consecuencias terribles para buena parte de la humanidad, que se puede quedar sin agua, sin alimentos, etcétera, y perecer. Y esos 8.000 millones de personas que somos se pueden reducir drásticamente. Eso es un colapso. No desaparecer, pero esa disminución drástica puede dar lugar a una situación en la que tengamos que renacer ya con la lección aprendida.

—¿Experimentaremos cambios físicos a lo largo de nuestra evolución? Es decir, ¿tendremos una cabeza más grande, por ejemplo, para albergar un cerebro de mayores dimensiones o desaparecerá nuestro dedo meñique?

—No, en absoluto. Todas esas son cuestiones míticas. En realidad, son cuentos infantiles. El cerebro, en todo caso, ha reducido su tamaño con respecto a los neandentales, pero permanece entre los 1.150 y los 1.700 centímetros cúbicos, aproximadamente. Y no va a aumentar por muchas razones. En primer lugar, porque el gasto energético que supone tener un cerebro de mayor tamaño es enorme. Consumimos el 25 % de toda la energía basal que tenemos solamente en el mantenimiento del cerebro, es decir, la que logramos al comer. Y en los niños asciende al 70 %, una barbaridad. Un cerebro más grande es un gasto energético que no podemos tener en ningún caso. Y, por otro lado, es que no podríamos nacer. El canal del parto tiene unas dimensiones. Lo que tendremos es un cerebro más complejo porque las sinapsis se van a seguir conectando. Y eso es precisamente lo que hacemos, vamos conectando sinapsis a lo largo de nuestra vida y acabamos teniendo más capacidad y más habilidades cognitivas. Pero eso es todo.

—¿Y seguimos siendo más parecidos de lo que pensamos a los primeros «Homo sapiens»?

—Somos la misma especie y, probablemente, han ocurrido algunas mutaciones, no demasiadas, que nos han conducido a ciertos adelantos culturales, como en el Neolítico. Seguramente el dominio de las especies vegetales y la domesticación de los animales es un paso, el pensamiento simbólico, quizás la mejora del lenguaje... Es decir, una serie de cambios en nuestro genoma, no muchos, que nos han hecho cambiar un poco con respecto a nuestros ancestros de hace 300.000 años. También ha habido cambios en el ambiente, que juegan un papel importantísimo. Con genes más ambiente nos conformamos. Por tanto, sí que hay diferencias, pero no excesivas. Si encontramos un cráneo de hace 200 .000 años, la diferencia con el nuestro es casi mínima. Prácticamente somos iguales. Muy, muy parecidos.

—¿Hemos aprendido algo de esta pandemia?

—De todo aprendemos. Por ejemplo, a hacer vacunas un poco diferentes a las que hacíamos antes. El problema es que la tecnología no puede con todo. Cuando sucede un terremoto, no lo podemos ni siquiera predecir. Y no hay tecnología que permita evitarlo. Tampoco, cuando viene un huracán. No hay tecnología suficiente para defenderse y que no haya víctimas. La tecnología es insuficiente contra una serie de cuestiones ambientales.

—¿En qué está trabajando ahora?

—En el hallazgo que se ha producido este verano en el yacimiento de la Sima del Elefante, en la sierra de Atapuerca. Es un fragmento de cara que podremos reproducir virtualmente y duplicar. Es uno de los restos más antiguos de Europa. Todavía no conocemos su cronología, se está trabajando en ello, y a comienzos del verano, nuestros compañeros nos darán los resultados. Y nosotros vamos a seguir trabajando en ello durante todos estos meses, ya que se trata de un descubrimiento muy importante. No hay muchas caras en el registro fósil porque son huesos que se conservan muy mal. Y este descubrimiento ha sido realmente extraño, es curioso que en este yacimiento se haya encontrado una cara de tanta antigüedad. Nos va a permitir averiguar qué ha pasado con la cara en el último millón y medio de años.

—Hace casi un año que ha ingresado en la RAE como académico. El de paleoantropólogo no es un perfil muy habitual...

—Eso mismo me dije yo en el 2021 cuando me lo propusieron. No es que me lo tomara a broma ni mucho menos, pero mientras esperaba el veredicto de los académicos, me decía que si no salía, pues que no pasaba nada porque fundamentalmente lo que hay son filósofos, lingüistas, lexicógrafos, personas de letras, escritores... Científicos ya ha habido alguno, pero muy poquitos. No tenía muchas esperanzas, aunque estaba ilusionado. Y a día de hoy y después de leer el discurso, sigo sin creérmelo. Pero es un honor. Ya lo creo.

—Pero es interesante para analizar o incorporar nuevos términos científicos.

—Sí, ya he visto algunos términos científicos que necesitan revisión. Es normal, porque si en la RAE hay personas dedicadas a ámbitos como los que he contado antes, pues lo normal es que la mayor parte de las palabras estén perfectas. Pero creo que hay ciertos términos científicos que están un poquito desatendidos. Y merece la pena que se ahonde sobre ellos. No sé si la primera parte es introducir términos nuevos, pero lo que sí creo es que es necesario revisar muchos de ellos.

—En A Coruña hay muchos Bermúdez de Castro, ¿tiene algún vínculo con la ciudad?

—Mi padre era coruñés y mi familia es de allí. Yo no nací en Galicia por los pelos. Hace tres años que no voy, pero durante mi infancia y adolescencia íbamos todos los años a pasar dos meses allí. Esos años los echo de menos. ¡Qué felicidad! Tengo una relación extraordinaria con mi familia de Galicia y cuando voy allí me siento gallego. Espero volver pronto. Lo estoy deseando.