¿Toque de no queda?

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

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El conselleiro de Sanidade, Julio García Comesaña
El conselleiro de Sanidade, Julio García Comesaña Xoán A. Soler

30 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando la realidad se pone tan insistentemente pesada como lo está estos días apenas queda el recurso de la algarabía lingüística, fórmulas que son como pequeñas lianas de esperanza a las que asirse para al menos reírse y desactivar por unos instantes el cabreo pandémico. La Xunta parió dos de estas felices expresiones el martes, cuando el conselleiro de Sanidade se convirtió durante un rato en Bill Murray para que todos fuésemos conscientes de que vivimos en el día de la marmota, obligados a repetir una y otra vez las cosas que habíamos dado por superadas. La primera de esas expresiones fue la felicísima «toque de no queda», una extraña cabriola lingüística a la que conviene introducir el escalpelo etimológico. Porque si el vocablo queda proviene del latín quietus y este quietus significa ‘quietud y silencio', esa suposición de calma que acompaña a la noche, la introducción de ese no previo trasladaría justo el mensaje contrario. Así que con el diccionario en la mano, los mozos que ansíen la juerga y el ruido nocturnos bien podrían contravenir a la autoridad aferrándose a la lingüística y demostrando que ese toque de no queda significaría en realidad ‘toque de marcha'.

La segunda expresión de la neolengua que nos está dejando el covid es un oxímoron delicioso: cabalgata estática. El origen de la primera palabra es italiano y exactamente significa reunión de muchas personas que andan a caballo. Una vocación de movimiento que frena en seco ese estático subsiguiente, un estático que ya hemos incorporado a otros objetos cuya esencia es la circulación. Es el caso de la bici, que en su versión inmóvil es capaz de girar las ruedas aunque permanezca varada en el salón de casa.

Lo cierto es que dos años después de Todo Esto se podría construir un relato solo con palabras alumbradas en este tiempo vírico, como si fuera uno de los maravillosos ejercicios del grupo Oulipo, fundado en París en 1960, y que entre otras cosas amparó la decisión de Georges Perec de escribir La desaparición sin utilizar la letra e, la más común en francés. El arsenal lingüístico empieza a ser apabullante, con algunas aportaciones fascinantes como este reciente toque de no queda. Ahí queda el reto.