La increíble historia de Raúl y Manolo, que tras 30 años sin verse se volvieron a encontrar

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MARCOS MÍGUEZ

Separados por el destino y unidos de nuevo gracias a él. La historia de Raúl y Manolo es la de un hijo y un padre, que no lo son. La de dos personas que, en poco tiempo, establecieron una increíble relación, que perdieron y recuperaron 30 años después. «No creo que mi padre fuera mejor que Manolo», confiesa Raúl.

19 mar 2021 . Actualizado a las 12:37 h.

Raúl y Manolo son familia. Pero de esa familia que no viene dada. De esa que la vida te pone delante para que el afecto y el respeto fluyan por sí solos sin control, construyendo uniones inquebrantables.

Hace 35 años que se conocieron. Fue en 1986. Raúl era un joven de 17 años que ya le había comentado a su madre, que regentaba un ultramarinos, su intención de dejar los estudios para comprarse una moto. Manolo, natural de Lugo, trabajaba en una empresa de transporte y, además, transportaba patatas de Lugo a A Coruña. Allí, la vida no le iba todo lo bien que quisiera, y decidió mudarse. Con una carta de recomendación bajo el brazo, se incorporó a la Compañía de Tranvías de A Coruña. Estuvo trabajando en los trolebuses, pero como veía que el negocio de las patatas podía dar dinero, junto con otro socio, alquilaron un bajo y se compraron un camión. Compaginaba ambos trabajos. Cuando vio que eran más rentables las patatas que los buses, decidió centrarse únicamente él, ya sin nadie más, en el negocio. Al mismo tiempo, su mujer y su hijo se trasladaron con Manolo, que se instaló definitivamente en A Coruña. Entre todas las tiendas de barrio y supermercados que servía Manolo, se encontraba la de la madre de Raúl. Y así fue como el destino los puso en el mismo camino. «Mi ilusión era dejar de estudiar para comprarme una moto. Hablé con este hombre y me puso a andar. Empecé a trabajar con él. Para mí fue como un auténtico padre», señala Raúl, que perdió al suyo siendo muy pequeño. «Yo no creo que mi padre fuera mejor para mí que este hombre», confiesa.

«Levámonos coma se fósemos pai e fillo», interrumpe Manolo emocionado.

Juntos formaron un tándem perfecto. Repartían patatas por Coruña adelante, aunque siempre había tiempo para un café o una tapita. «El trabajo había que sacarlo adelante. Pero cuando estaba todo en marcha, era una maravilla. No había una palabra más alta que la otra», dice Raúl, que asegura que jamás se han enfadado. «Traballaba moi ben, sabía quedar moi ben coa xente», señala Manolo a sus 85 años. «Evidentemente, alguna vez me riñó, como le riño yo a un hijo», añade Raúl.

Lo más curioso de esta historia es que han forjado una relación muy estrecha en muy poco tiempo. Raúl estuvo trabajando con él apenas año y medio, ya que después se fue a hacer la mili. «Me dijo: ‘Vete y vente cuando termines. Tú conmigo vas a tener siempre trabajo’», explica el «hijo». Efectivamente, al día siguiente de volver, estaba trabajando de nuevo.

-¿Compraste la moto?

-Al final no, compré un coche.

Tiempo después, Raúl tuvo otras aspiraciones y sintió ganas de mejorar. Se marchó a trabajar a Barcelona. Y Manolo le repitió lo que ya le había dicho: las puertas seguirán abiertas. «Esto lo llevé grabado siempre, toda la vida», apunta Raúl que añade: «Eso y todo lo que me enseñó él, que fue muchísimo. A ser persona, a ser honrado, a ser trabajador, a ser disciplinado, a ser buena persona...». Habían pasado solo tres años desde que estrecharon estos lazos tan fuertes, pero el destino les tenía preparadas rutas diferentes. Perdieron el contacto, aunque no del todo. Cuando Raúl venía a A Coruña, lo veía a veces pasar con el camión; una vez que le cuadró pasar por Lugo, se acercó a su casa, pero Manolo no estaba en ese momento; alguna vez se encontró con el hijo, que es taxista, y preguntaba por él... Pero no era lo mismo.

INSEPARABLES

A raíz de su jubilación, Manolo volvió a Lugo y Raúl ya hacía tiempo que había regresado de Barcelona. Los años pasaron, concretamente 27. Y un día, hace cinco años, el azar quiso que Raúl se encontrara con el hijo de Manolo. Le comentó que había montado un centro de día junto a su mujer. A los pocos días Manolo se presentó allí. «Si alguna vez por desgracia me quedo solo, vengo para aquí contigo», le dijo a Raúl, que le repitió lo mismo que le había dicho a él treinta años antes. «En aquel momento, nosotros teníamos lista de espera, pero le dije: ‘Tú no te preocupes, que tú conmigo siempre vas a tener una plaza’», señala. En diciembre del 2019, Manolo perdió a su mujer, pero recuperó a «su hijo». Desde ese momento no se han separado ni un día. José Manuel, su hijo, con quien vive junto a su nuera y nieto, lo deja todas las mañanas en el centro ReCréate, donde aseguran que no tiene ningún enchufe, y Raúl lo lleva a casa al finalizar la jornada. Están eternamente agradecidos el uno con el otro. Y a la vida por regalarles esta nueva oportunidad.