Letras inteligentes

La Voz DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

29 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Aparecía en cubierta con la primera luz del día, encontraba un sitio para sentarse a la sombra, y sacaba del bolsillo un pequeño cuaderno negro de piel y una pluma negra, que abría cuidadosamente. Lentamente, palabra por palabra, sin tachar nada y en una caligrafía pulcra y cuadrada, las letras tan pequeñas y apretadas que parecía que estaba intentando escribir el padrenuestro en la cabeza de un alfiler, Graham escribía, durante mas o menos una hora, exactamente quinientas palabras. Contaba las palabras con un arcano sistema propio y luego tapaba la pluma, se levantaba, se estiraba y volviéndose hacia mí decía: Ya está. ¿Qué vamos a desayunar?». El relato lo compuso el escritor Michael Korda tras observar cada mañana cómo Graham Greene abordaba la escritura de El final del romance. Merece la pena detallar el ritual porque lo habitual entre las personas que escriben es que la inspiración aparezca arropada de un cierto procedimiento. Como los futbolistas cuando pisan el campo, casi todos los creadores necesitan que las cosas sucedan en un orden y con determinadas herramientas: pluma o bolígrafo; papel usado o nuevo; caligrafía u ordenador. Aún hoy, con la tecnología apabullándolo todo, quedan escritores que tiran de dedos y lápiz para conectar con el exterior las historias que llevan dentro porque cualquiera que se haya sometido al vibrante proceso de escribir sabe que cada manera de hacerlo conlleva un estilo y que una puede ser seca y cortante con una Underwood del Todo colección o remilgada y perezosa con una pluma a la que hay que ir cargando de palabras en un tintero.

Escribir a mano dice más de nosotros que nuestra cuenta de Twitter. El tipo de letra, su inclinación, los márgenes que dejamos. Nuestra letra indica si ibas apresurada o melancólica; desvela la edad y el colegio en el que estudiaste; tu nacionalidad y tu clase social. Gutenberg imprimió su Biblia en letra gótica, lo que trasladó este estilo a la caligrafía de la época, que hoy imita a los ordenadores. En los años 60, con la fabricación masiva de bolígrafos -plumas atómicas- la forma de escribir se adaptó a la rapidez que sugería el nuevo artefacto, aunque en países como Francia muchos colegios siguen exigiendo a sus alumnos el dominio de la pluma azul como un ejercicio de estética que se vincula al respeto.

Luego está el aspecto de tu caligrafía, sometida a los mismos devenires que los largos de las faldas. Cada una presume de buena o mala letra, un hecho cierto entre los periodistas que hemos sido entrenados en registrar rápido el tracatrá acelerado de cualquier conversación. Todos esos colegas comparten hoy las conclusiones publicadas en una revista de psicología: tener mala letra puede ser un síntoma de inteligencia. Hay que vigilar la inclinación de nuestras zetas porque puede ser la evidencia de que somos tipas avispadas o auténticas zopencas. Ya lo saben.