Cantamañanas

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

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13 ene 2018 . Actualizado a las 05:05 h.

Gregorio Serrano ha recurrido a la ironía en un momento procesal muy inoportuno. Conocemos el tuit del director general de la DGT: «Pido disculpas a todos los que estén molestos porque la tarde de la tremenda nevada sobre la AP-6 estaba con mi familia en Sevilla pasando el día de Reyes, una maravillosa ciudad donde funcionan las líneas telefónicas e Internet». Algún día una tesis doctoral determinará cuántos tuiteros han caído víctimas del dedo fácil, pero de momento el puestazo de Serrano peligra tras haber sido bautizado en off the record por sus compañeros de partido: según el PP, el director general es un cantamañanas.

A Flaubert le parecía que el valor de un hombre lo determina el número de sus enemigos y, la importancia de una obra de arte, los ataques que recibe. Con los insultos pasa lo mismo. La consistencia de una persona la mide el tipo de improperios que encaja. Algunos reconocen la inteligencia del receptor (ese cabrón...), o su crueldad o su capacidad para engañar. Todos incomodan, pero de algunos es imposible recuperarse. ¿Cómo hacerlo de un cantamañanas o de un cretino o de un caguiñas o de un pailán o de un mentecato o de un pedorro? Todos aspiramos a ser considerados sujetos trascendentes, y esa categoría siempre será un sueño inasequible para un merluzo.

Insultar bien es un arte; encontrar la mofa que encaja, una manifestación de respeto; localizar el improperio adecuado, una muestra de erudición lingüística. Nada que ver con el reduccionismo elemental propio de los tiempos en los que a un lado todos son «fachas» y en el de enfrente todos «populistas». Podríamos reclamar de los políticos que se lo currasen más, y ahí la historia nos ofrece grandes ejemplos. Se conoce el intercambio entre Bernard Shaw y Winston Churchill. El dramaturgo le dijo al político: «Tengo dos entradas para el estreno de mi nueva obra. Tráete a un amigo... si es que tienes alguno». A lo que el primer ministro respondió: «Lo lamento, no puedo ir al estreno. Intentaré ir al día siguiente... si es que sigue en cartel». Entre los clásicos, los versos que Quevedo dedicó al escritor mexicano Ruiz de Alarcón, a quien bautizó como Corcovilla por la chepa que sobrellevaba: «¿Quién parece con sotana / empanada de ternera? / ¿Quién, si dos palmos creciera, / pudiera llegar a rana?». Y a Billy Wilder se le atribuye el clásico: «Tiene el oído de Van Gogh para la música».

Luego están los maestros de los neologismos. En El gran libro de los insultos que publicó el mexicano Pancracio Celdán en La Esfera de los Libros, Forges propone unos cuantos: brillan por su sonoridad tradicional inflaescrotos o jilimuermo, pero nada como sus propuestas contemporáneas para insultar: desde consejero delegado a tertuliano, programador de televisión o novelista urbano, portavoz parlamentario o mismo sombrerero de la reina de Inglaterra. Cualquier cosa, menos cantamañanas.

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ILUSTRACIÓN: MABEL RODRÍGUEZ