Qué orgullo

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE V TELEVISIÓN

YES

01 jul 2017 . Actualizado a las 05:15 h.

No soporto a los hombres que han decidido que las mujeres somos superiores. En el fondo siguen queriendo controlar el relato.

La reflexión la expresa una de las protagonistas de Transparent, la serie que emite en España Movistar en la que se narra el tránsito de un sesentón padre de familia judía que empieza jugando con la ropa interior de su mujer y acaba sumergido en el largo proceso psicológico, físico y social que implica un reajuste de género. A la peripecia de Mort-Maura Pfefferman (Jeffrey Tambor) se suma la búsqueda de la identidad sexual por parte de todos los personajes, en realidad un esfuerzo por retratar el derecho que los seres humanos tenemos a encontrar la felicidad aunque el viaje conlleve la incomprensión del entorno.

La frase inicial sale de la boca de una mujer que vive con normalidad su homosexualidad y teoriza sobre todos esos detalles que muchas veces se obvian desde las posiciones más convencionales, aquellas que durante décadas han sido las mayoritarias o las únicas posibles.

La reivindicación que en el fondo destila Transparent resuena esta semana del orgullo en el que se visibiliza de una forma festiva la normalización de la homosexualidad, un logro colectivo que arrancó con la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y que hoy permite a miles de personas vivir con cierta tranquilidad su opción sexual. Digo cierta porque sigue habiendo ámbitos de riesgo para los gais, lugares en los que son insultados o agredidos o despreciados o ridiculizados. Resulta llamativa, por ejemplo, la irritación que a algunas personas les siguen produciendo las carrozas de los desfiles de estos días, como si se hubiese aceptado que los homosexuales existen, pero se les exigiera que no exhibieran su pluma.

Una evidencia del camino que queda por recorrer tiene que ver con el fútbol, deporte mayoritario en España, fuente de un negocio descomunal y capaz de movilizar a millones de personas y plantarlas delante de un televisor. Estos días se ha estrenado un documental en el que precisamente se retrata esa omertá que existe en el balompié en torno a la homosexualidad, con clubes que sugieren a sus futbolistas que no salgan del armario; árbitros que son golpeados y jugadores que son obligados a mantener una doble vida en una renuncia perpetua que destila crueldad. El hecho de que parezca que ningún gran jugador de fútbol de las grandes ligas es gay es una anormalidad que no solo indica que hay camino por recorrer, sino que vuelve a poner el foco sobre un deporte en el que parece que rigen reglas diferentes a las del resto de la sociedad. Es esta la misma actividad en la que cada día aparecen evasores de impuestos, actos de violencia intolerables y sospechas de corrupción que minarían de forma irremisible a cualquier otro colectivo que en este caso parece estar protegido por su capacidad de movilización y por la cantidad de dinero que proporciona a unos cuantos.

En realidad, la exhibición orgullosa de la homosexualidad a la que estos días asistimos solo es un paso más en el camino, una reacción saludable a décadas de represión. Muchos de los que estos días bailan por las calles esconden en su memoria episodios dramáticos. Pocos han superado la adolescencia con el apoyo natural de la familia y unos cuantos afrontaron al fin su orientación sexual después de haber superado muchas mentiras. O cosas peores.

Por eso el chunda chunda petardo de las carrozas del orgullo nos tiene que sonar a prosperidad y civilización, a respeto y tolerancia. Todo bueno.