EL CAMBIO SILENCIOSO Cada noche, a las diez, la vida cambia el paso. A esa hora enfermeras, policías o vigilantes se van, o vuelven, según el turno. Unos dos millones de españoles trabajan de noche. Es también la hora del reencuentro: «¿Te voy a buscar cuando salgas de trabajar?». Y del inicio de las confidencias...
05 nov 2016 . Actualizado a las 05:15 h.Andamos estos días a vueltas con la hora. El viejo bolero no logró parar el reloj: «Detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca». Ante la imposibilidad de parar ese intangible del tiempo colaboramos con lo inevitable y nos aferramos a Sabina, o quizá a Enrique Urquijo. Cuentan cómo durante una noche de copas, mucho después de que les dieran las diez, compusieron entre ambos un par de frases que escribieron en una servilleta. Fue el origen de aquellos Ojos de gata, que Urquijo, dicen, escribió en el taxi mientras volvía a casa; es la historia de aquella chica que reinaba «detrás de la barra del único bar que vimos abierto». A partir del texto de aquella servilleta también sacaría Sabina una petición: «Que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata», y el relato de un encuentro en el que «nos dieron las diez, las once, las doce, la una y las dos...». Y es que las diez parece una hora mágica, casi tanto como las doce de la Cenicienta, y ya el abuelo Serrat la incluía en aquella sesentera historia de amor de adolescentes: «Tu madre abrirá la puerta, / sonreirá y os besaréis. / La niña duerme en casa... / y en el reloj darán las diez». ¿Ya no se estila?, que canta otra clásica, volver a las diez en casa. Pues parece que en algún caso sí: «¿Dónde estáis?... Vamos por la plaza de Orense para Monte Alto porque Lucas tiene que estar a la diez en casa». Era lo que decía hace un par de semanas, hablando por teléfono, una adolescente a la que acompañaba el tal Lucas.
El momento de volver a casa o de salir del trabajo. A esa hora, delante de los centros comerciales ellos aguardan a que ellas salgan de trabajar, o a la inversa. En la calle Ramón y Cajal de A Coruña, frente a El Corte Inglés, la espera de algunos daría para escribir otra canción... Sobre un talonario de multas. Y es que, en general, lo hacen en el coche aparcado en doble fila. Claro que la multa es poco probable: a esa hora en el cuartel de la Policía Local los agentes también cambian de turno. Lo mismo ocurre en los hospitales, como el coruñés Abente y Lago. Quienes trabajan allí, al lado del romántico jardín de San Carlos y del rocoso castillo de San Antón, si se paran un momento antes de entrar, o al salir, podrán escuchar la siempre melancólica música de la Negra Sombra sonando en el reloj del edificio de Correos, después de las diez campanadas. Durante años también lo hacía en la plaza de España de Ferrol, ciudad en la que, a esa hora, en las cada vez más menguadas instalaciones militares, y también en los barcos, hacen el cambio de turno para que entre la primera guardia. La costumbre viene desde los romanos, que empezaron con esto de dividir el día en doce horas, con alguna de ellas como sexta todavía vigente para muchos: es la hora de la siesta. Eran horas más largas en verano y más cortas en invierno. La noche romana se dividía en cuatro vigilias, que arrancaban sobre las diez, dependiendo de las estaciones, y acababa a la hora prima: las seis de la mañana. Esta fue más tarde la de los maitines en otra cronología que en la Edad Media fijaron los religiosos y que sigue vigente: a las diez de la noche las monjas del convento de las Bárbaras, en la Ciudad Vieja de A Coruña, acaban sus rezos que, cuando hay conciertos en la plaza, se mezclan con la música. Y hasta una escritora, Kate de Goldi, ha elegido la hora para el título de su libro, La pregunta de las diez de la noche (Random House); ahí relata las inquietas preguntas de un adolescente a su madre. Y con las respuestas, nos dieron las diez, las once...