En qué jardín me he metido

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PACO RODRÍGUEZ

FLORES DE MAYO Tengas un recuncho en tu terraza o una finca de mil metros cuadrados, tu enemigo número uno son las malas hierbas y los topos. Reconócelo, tú también hablas con tus plantas... para verlas crecer

14 may 2016 . Actualizado a las 05:22 h.

«Yo quiero tener flor todo el año»

PACO RODRÍGUEZ

Sus taludes de flores son tan increíbles y están tan tupidos que, desde lejos, parecen alfombras. Ocurre que el jardín de Tina Navío se ve desde la playa de Mera (Oleiros), así que son muchos los que le preguntan por sus mantos de colores. Esta mujer, que se ha pasado cuarenta y cinco años trabajando profesionalmente como florista, aún le dedica, en la actualidad, seis horas diarias a su jardín. Empieza a las diez de la mañana, descansa a la una y retoma la tarea por la tarde, con otras tres horas vespertinas de amor por las plantas. Dice que el jardín no le obsesiona, pero es la manera que tiene de sobrellevar la jubilación.

 Ella fue de las primeras personas en Galicia en preparar jardines de manera profesional, con proyecto incluido. Tuvo invernaderos y luego se especializó en la decoración de interiores, arreglos florales, bodas y todo tipo de eventos. Durante años regentó una floristería en el centro de A Coruña -Flores Muguet, en la calle Nicaragua-, enseñó a mucha gente a poner su floristería y también asesoró a lo largo de treinta años a los oyentes de RadioVoz A Coruña con su consultorio semanal de flores y plantas. A través de las ondas, ejercía casi de médica salvadora de jardines. La mayoría de las veces, las preguntas de la audiencia tenían que ver con cómo revivir una planta marchita, con cuándo y cuánto podar o con la cantidad adecuada de agua para regar.

Ahora pasa los días plácidamente, centrada en su descanso y disfrutando de las maravillosas flores de su jardín. Entonces, ¿por qué estar seis horas dándole al tema? Navío lo explica así: «Yo quiero tener flor todo el año, tanto en invierno como en verano, así que siempre estoy semillando el producto que sea de la temporada. Por ejemplo, ahora estoy con las dalias para que salgan cuando ya no tenga petunias; también estoy con las margaritas porque ya se están terminando las calas; y, en breve, empezará a salir la uña de gato, con toda su belleza de colorido». Su casa siempre está llena de jarrones repletos de flores. Su favorita es la gardenia y, en general, las flores blancas. Su estilo no es el del típico jardín perfectamente cuidado y ordenado. «Siempre lo verás arreglado, pero con un toque salvaje», aduce. Así es como le gustan las cosas a esta madrileña afincada en Galicia desde hace cincuenta años. Una cosa tiene clara: «Si volviese a nacer sería, otra vez, florista».

«Este jardín empezó por un pequeño regalo»

PACO RODRÍGUEZ

Ana Golpe creía que no le gustaban las plantas, pero se compró un piso con una terraza de 50 metros. Empezó haciéndose con unos setos verdes para enmarcar las vistas, y ahora tiene un rincón tan arbolado que rivaliza en protagonismo con la panorámica de A Coruña que otea desde su balcón. Todo empezó por un regalo. «Fue el del primer cumpleaños que pasé en esta casa, unos amigos me regalaron varias plantas y fui comprando otras para el mismo rincón. A mí nunca me gustó la jardinería y, de repente, me encontré buscando remedios en Internet, primero para que no se me muriesen las plantas de las macetas y después para cuidarlas», cuenta una gran aficionada a los deportes al aire libre que ahora disfruta casi tanto también quedándose en casa.

«YA NI ME FIJO EN LAS VISTAS»

«El fin de semana estuve haciendo el triatlón de Lisboa: cuando me fui llevaba días cuidando mucho uno de los árboles, pero al regresar el domingo y verlo todo en flor fue una alegría absoluta, un regalo». Precisamente los regalos han sido los que inyectaron la pasión por lo verde a esta coruñesa. «Hace poco mis amigos me regalaron cuatro arbolillos que me encantan, me hacen estar muy a gusto en la terraza, me aportan tanto que ya ni me fijo en las vistas. De hecho, algunos domingos me puedo quedar en casa y me siento como si estuviese en el campo», explica. Ana se ha metido en un jardín del que ya no espera salir y al que incluso ha encontrado aplicaciones para su trabajo. Una parte de la terraza de esta dietista está reservada para hierbas aromáticas y medicinales, como el romero o la lavanda, que le regalan sensaciones que van más allá de las visuales. «A veces solo con acercarme a una hoja y olerla es suficiente para que me haga sentir bien. La verdad es que nunca pensé que tomar un té en mi terraza me iba a enganchar y a equilibrar tanto», confiesa. Su próximo reto serán los jardines colgantes ¡y no descarta meterlos en casa!

«Las plantas son seres vivos, se parecen a las personas. Si les das cariño, recibes cariño», dice Conchi. Ella tiene 25 años de jardín. O un jardín de 25 años. Para ser exactos, se ha metido en dos jardines, el jardín del Norte y el jardín del Sur. Los dos pequeños pero vivones. Es decir, tan llenos de vida que ya quisiera ya algún vivero. «Dan trabajo, pero son muy agradecidos», asegura Conchi. Haga el tiempo que haga, bienvenido el pulmoncito verde del hogar. Ella sale al jardín «todos los días», cuida sus plantas sin guantes, tiene con ellas esa confianza que le permite criticarlas así por las buenas. «En 25 años, un jardín sufre muchas transformaciones, no es como una habitación que decoras una vez y ya está. Las plantas son caprichosas, no siempre les va bien lo que les das». Así como la buganvilla se le dio desde el principio, regalándole cada verano una «visera morada», la glicinia se resistió ¡21 años! «A la retorcida le di un ultimátum -confiesa Conchi-, la podé, le dejé solo el tronco». ¡Como no des flor, quito todo!, le dijo. Y, ¡plop!, floreció. Glicinia también se llama wisteria. Dos nombres para la misma trepadora que crecía como el share televisivo en Wisteria Lane, ese barrio residencial de humor negro y mujeres desesperadas.

 «La wisteria se resistió 21 años ¡de di un ultimátum y floreció!»

PACO RODRÍGUEZ

Conchi mira con debilidad a la paciente Pieris, un arbusto en toda regla, con sus brotes amarillos y rojos y sus racimos blancos, «viendo cambiar las estaciones». Una empieza por poner un pie en el jardín, afirma, y acaba haciendo allí la vida. Es natural...

Menta, orégano («lo usamos para la pizza»), hierbabuena («¡para los mojitos!... mucho mejor cortarla en el momento»), fresas, begonias, abelias, jazmines o rosas de pitiminí (cuatro o cinco en un ramito...) conviven en este espacio que acentúa el carácter natural de su hogar: «Un jardín es ver que hay espacio más allá, una habitación que va cambiando con la vida». Por cómo hablan de él, parece que este jardín se porta muy bien. «Evade, es bueno para la cabeza», dice Conchi. A sus 25, el jardín sureño de esta vivienda de una urbanización de Oleiros está «superbién». Ha visto meriendas, libros a la sombra del arce, florecer lavanda blanca... y crecer dos niñas que tienen ya, casi casi, la edad del jardín. Y todo el verano por delante.