uédense con este término porque promete ser la palabra del verano: estabilizado. Pensarán que no tiene nada de extraordinario, que no es ni rebuscada, ni vulgar; que es conocida y utilizada, fácil de recordar y sencilla de aplicar. La novedad tiene que ver con el campo semántico al que acaba de incorporarse, uno de esos terrenos en los que nada es lo que parece; uno de esos asuntos que queman en las manos; que incomodan como solo lo hacen las materias profundas, los grandes asuntos, los magníficos problemas.
En las últimas semanas la Xunta de Galicia ha empezado a utilizar el término estabilizado para definir un tipo de incendio forestal que no está ni extinguido ni controlado, un nuevo concepto de fuego que, según la definición que aparece en el Plan Estatal de Protección Civil para Emergencias por Incendios Forestales sería: «Aquel incendio que sin llegar a estar controlado evoluciona dentro de las líneas de control establecidas según las previsiones y labores de extinción conducentes a su control» [sic]. Una pequeña comprobación en la hemeroteca más reciente demuestra que el concepto empieza a triunfar y que los periodistas hemos aceptado un término que rebaja la tensión semántica de descontrolado aunque siga refiriéndose a un incendio en el que, básicamente, puede pasar cualquier cosa.
Estabilizado es la última incorporación a la neolengua que nos ha traído la crisis y que nos ha dejado grandísimas aportaciones convertidas a estas alturas en clásicos. Sirvan como reseña los incunables ?movilidad exterior? para emigración; ?procedimiento de ejecución hipotecaria? para desahucios; o ?medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas? para referirse a lo que fue una amnistía fiscal como la copa de un pino.
Toda una jerga enhebrada con la sutil vocación de apaciguar la indignación, aunque ninguna corriente política se libre de esa pretensión aleccionadora de los ciudadanos a los que unos tratan como niños de chupete y otros como virginales y bondadosos salvajes que en los últimos cuarenta años han sido incapaces de dar una a la hora de votar porque básicamente vivían en un estado de colonización mental y existencial.
El primer término de uso obligatorio entre los neo-políticos es empoderar, una palabra en desuso que hace un tiempo recuperó el tercer sector y que hasta el 15-M significaba: ?Conceder poder a un colectivo desfavorecido social o económicamente para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida?. El concepto saltó con éxito de boca en boca y hoy es fácil que te lo suelte un diputado al que le salieron los dientes sobre el escaño pero que maneja con soltura los nuevos códigos lingüísticos cuyo desconocimiento te arroja directamente al infierno de la política viejuna. A estas alturas está ya tan sobado, que cada vez que alguien suelta que hay que emperrar a los ciudadanos muere un gatito. Otro vocablo que se ha vuelto imprescindible es el de casta, eficaz como una bala de cera que impacta con fuerza al principio pero acaba derretida en las manos de quien empuña la pistola. Asamblea, nuevo y viejo, régimen... son palabras del nuevo tiempo político que, como todas las vanguardias, dejan de serlo cuando triunfan lo suficiente para hacerse populares.
Nuevas acepciones de politiqués, la jerga que al parecer necesitan los políticos para distinguirse de quienes los votan.