«Quería ser santo, pero pasé la juventud escapando de maridos por los balcones»

MOAÑA

M.MORALEJO

José Piñeiro representa a los mayores de Galicia y les pide que no se rindan y vivan

28 jun 2022 . Actualizado a las 23:54 h.

En verano cumplirá 97 años. «Estoy llegando a la plenitud de mi vida», cuenta con tono de confesión personal José Piñeiro (Moaña, 1925) mientras se coloca en su oficina entre dos ordenadores, el micrófono para las videoconferencias, el cuadrante de sus clases de informática y el de las aulas que organiza junto a comidas y viajes para los jubilados que sigue representando desde la presidencia de la Confederación Gallega de Organizaciones de Mayores.

Recuerda al detalle vivencias de la infancia, de su juventud alocada «pero siempre con sentido», de la emigración y los negocios que en Uruguay emprendió, experiencias de toda una vida en la que el secreto para encaminar la centena «es no parar, hacer cosas, moverse, porque las piernas es el mejor motor que hay», va diciendo mientras se mueve con soltura sobre sus zapatos bicolor Oxford y dentro del traje impecable del que sobresalen los puños de la camisa almidonados, sus gemelos y un pañuelo rojo. «La buena presencia me ha sacado de apuros muchas veces», asegura al tiempo que enseña sus dientes, «todos originales» dice sin el filtro de la vergüenza que se va perdiendo con las décadas y que cuando son muchas convierten los logros físicos y de salud en tesoros de los que no cabe más que vanagloriarse.

«Mi madre tuvo 20 partos, pero sobrevivimos 15 hermanos», centra así el marco familiar José Piñeiro dibujando una Moaña en la que el mar era el centro de todo y golpeaba incluso la puerta de casa cuando estaba bravo. «La mesa era más grande que la de los apóstoles», ríe, añadiendo a la escena camas en las que los hermanos dormían de tres en tres. La mayoría de los hermanos se enfocaron a la pesca, pero no era lo de José. Agradece el pescado que casi nunca faltó en los años del hambre, y cuando lo hizo, las gaviotas o los gatos formaron parte del guiso. «Las guerras son lo peor», reflexiona desde la perspectiva de haber vivido muy cerca una y sufrir los efectos de la Mundial.

«Yo quería ser santo», espeta con naturalidad al hablar sobre qué soñaba ser de pequeño. «Pero la verdad, es que pasé la juventud escapando de maridos por los balcones», dice de nuevo sin filtro para hacer evidente que siempre trato de disfrutar de la vida. «Ya de pequeño, cuando hacía de monaguillo le tomaba el vino de la misa al cura y le rellenaba la botella con agua», ríe con satisfacción otra vez. «Me miraba con una cara en plena celebración que pareciera que quiera matarme».

El sacerdote no le cascó, pero aconsejó a sus padres que lo mandasen a Santiago, al seminario. Pero fue una nueva aventura para él. «Era muy católico, pero de cura nada, a mi me gustaban las faldas», resuelve Piñeiro enseñando fotos «del pelo precioso que tenía».

Múltiples trabajos

Fue telefonista en Moaña, donde su padre llegó a ser alcalde, trabajador del puerto, del Ayuntamiento, en los juzgados o en la oficina de racionamiento, todo seguido hasta que tomó la estela de un tío y decidió embarcarse para conocer aquel paraíso de Uruguay del que le hablaba. Se fue para un año y estuvo 43. Se presentó a unas pruebas a la Ford de Montevideo, quedó de primero y entró. «Yo era el galleguiño de turno, se reían de mi y mis 18 años, pero trabajé fuerte, mucho por las noches y llegué a gerente». El éxito del emigrado con buen sueldo, coche, casa y casa de veraneo le hizo querer ir a más. Y se dedicó a reflotar empresas arruinadas. Una de ellas, una armadora cuyo dueño y los aviones que le buscaron desaparecieron en el Triángulo de las Bermudas. Ante la cara de sorpresa o escepticismo, José Piñeiro dobla la apuesta: «Yo vi un ovni en Uruguay y el círculo quemado que dejó otro al posarse. No sé por qué se callan estas cosas», contraataca con suma elegancia.

La aventura de la emigración concluyó cuando su hija encontró a la que sería su pareja en una estancia en Galicia. Los padres vinieron detrás y Piñeiro siguió en Vigo con su vena empresarial que le llevaría a ser representante de cotizadas marcas de automóviles. Esa mano para la organización es la que sigue marcando su actividad, los encuentros que monta para los mayores y en los que les gusta cerrar con un discurso que él mismo escribe en el ordenador. «No tengo nada, tengo todo lo que necesito» o «hay mucha gente pobre que lo único que tiene es dinero», son algunas perlas con las que trufa sus alocuciones, en las que lo que trasciende siempre son los mensajes con los que trata de espolear a los mayores para que ni se rindan ni bajen los brazos. Y a la gente de mediana edad les advierte que «se envejece muy deprisa», tanto que José Piñeiro ya ve a dicho grupo de edad como mayores en potencia y por eso les pide que ahora que tienen fuerzas deben de, cada uno en su parcela de decisión, hacer lo posible por hacer cómoda la vejez. «Les va a tocar y entonces no podrán hacer nada por cambiarlo. ¡Pero ojo!, los mayores somos la solución, no un problema», dice al despedirse.

Álbum familiar

EN DETALLE

-Primer trabajo

-Telefonista en Moaña, de los de centralita con clavijas. Si querías, claro que escuchabas lo que se contaba la gente.

-Causa a la que se entregaría

-Saber envejecer es lo más difícil que hay en la vida. Ayudo en eso, en acompañar a mucha gente en ese proceso y en hacer propuestas para los mayores a los políticos.