El último de la movida de Baiona

alejandro martínez VIGO / LA VOZ

BAIONA

M.MORALEJO

El responsable del Cerchas se jubila tras haber vivido los mejores años del ocio nocturno de la villa durante los 80

11 oct 2017 . Actualizado a las 18:19 h.

Tomás García Viviéns (Mérida, 1952) se jubilará en noviembre. De esta forma, pondrá el punto final a su trayectoria laboral el último hostelero que quedaba en activo de la movida baionesa de los años 80. La despedida será doble porque con él echará el cierre la cafetería Cerchas, todo un clásico de la villa turística que ha permanecido abierta desde hace casi 40 años en la calle Elduayen y que él asumió en el 2004. Por el momento no hay quien tome las riendas del establecimiento y posiblemente una sucursal bancaria ocupe el local en el futuro.

Termina así su andadura un local histórico que en sus buenos tiempos congregaba a tanta clientela, que los peatones con frecuencia se veían obligados a invadir la carretera para poder pasar y sortear la muchedumbre.

Tomás fue testigo de aquellos años gloriosos en los que Baiona era cada verano el punto de encuentro de miles de jóvenes que disfrutaban en los locales del casco viejo sin necesidad de hacer botellón ni destrozar el mobiliario urbano.

Pero antes de todo eso, Tomás fue un revolucionario en Eibar. Allí emigraron sus padres cuando él solo tenía ocho meses. Tuvo su primer trabajo como ajustador matricero en la empresa Jata a los 17 años. Y en ese ambiente fabril se vio influenciado por la izquierda más radical. Militó en la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT) desde la que llevó a cabo acciones clandestinas para luchar contra el franquismo y propiciar un cambio democrático en nuestro país. Eran los años 70 y a Tomás le había tocado correr más de una vez delante de la policía para no caer preso por sus ideas políticas. Claro que entonces se organizaban en cédulas y poca información hubiera podido suministrar a los agentes del resto de sus compañeros de lucha. La ausencia de libertad les obligaba a tomar todas las precauciones y el santo y seña era obligado cuando se trataba de compartir propaganda contraria al régimen. «Chove que nin Dios» le dijo a un compañero de otra cédula que estaba sentado en la barra del bar Ongi Etorri de Eibar. «Fai un sol do carallo», le contestó. La contraseña era correcta y recibió una bolsa con panfletos y publicaciones subversivas.

Vigilado

Tomás dejó de militar en la izquierda radical cuando se desplazó a Baiona en los años 80, si bien mucho tiempo después supo que la Guardia Civil lo vigiló durante dos años. De hecho, en una ocasión le hicieron una pequeña encerrona una noche de mucha lluvia cuando salía con su coche con matrícula de San Sebastián del puerto pesquero. Fue un minuto tenso, pero al final lo dejaron marchar.

Este vasco de adopción llegó a Galicia de la mano de su empresa y de su mujer, la maestra y exconcejala del PSOE de Baiona Teresa Pérez Vieira.

Su jefe le había hecho una oferta de trabajo en Vigo que él aceptó, pero una vez aquí le propusieron un puesto en A Coruña, a lo que se negó. Como a Teresa, que sacó las oposiciones al cuerpo de maestros, ya le habían aprobado el traslado a Baiona, decidió quedarse con ella y emprender nuevas aventuras profesionales en el ámbito de la hostelería. Así fue como abrió el Alaska, en la calle Ventura Misa, que para muchos era el punto de partida para iniciar la ruta por los bares de la zona y acabar en los locales de la famosa recta de Sabarís. Fueron los momentos del despegue turístico de Baiona. «Con la movida de los 80 cogimos una ola encantadora para todo el pueblo», recordaba ayer. «Lo comentaba con mis amigos de Euskadi. Allí chiquiteábamos con botellines y vinos y aquí la gente lo hacía a cubatas». Entonces había dinero y eso se veía en la calle. Los marineros cuando llegaban de sus campañas en alta mar «llegaban con mucha pasta y había potencia económica».

Pero lo que, en su opinión fue un cúmulo de decisiones no acertadas por parte de gobiernos municipales de la época acabó minando lo que se había convertido en la gallina de los huevos de oro. «Cuando llegué Sanxenxo era un pueblo pequeñajo y ahora nos ha superado», lamenta. «Estamos detrás de ellos y a ver qué hacemos, si hay ideas nuevas para que esto resurja», afirma. Cuando fue directivo de la asociación de empresarios de O Val Miñor siempre apostó por un gran hotel en la comarca. Ahora ya será cosa de las nuevas generaciones. Tras jubilarse, no piensa volver al País Vasco. Piensa continuar viviendo en Baiona y disfrutar de su tiempo libre.