«La gente que prueba a hacer pan en casa se da cuenta de que no es tan fácil y valora al panadero»

María Jesús Fuente Decimavilla
maría J. fuente O PORRIÑO / LA VOZ

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Oscar Vázquez

Aumenta el reparto a domicilio en el área metropolitana y se descarta Internet

20 nov 2020 . Actualizado a las 09:53 h.

El sector de la panadería vive de forma muy diferente las consecuencias de la pandemia en función de su tamaño y dedicación. Los establecimientos más grandes que surten a restaurantes, hoteles y cátering son los que más sufren con el parón de esos establecimientos. Los pequeños, por el contrario, incluso han aumentado las ventas. «La gente sale a la calle y al estar tantos locales cerrados acaba entrando en la panadería, sobre todo los fines de semana», dicen. La venta de bollería se ha disparado al hacerse los desayunos en casa. Es lo que detecta la Asociación Provincial de Panadería y Pastelería de la provincia, Aproinppa. Su presidente, Francisco Sánchez Bergantiños, rompe una lanza en favor de la hostelería, de la que dice «lleva 50 o 60 años sacando las castañas del fuego y se la trata como si fuera un subsector. Es todo creación neta de inversión privada sin un euro público, al contrario de lo que sucede en algunas grandes empresas».

Sobre la moda de hacer pan en casa para matar el tiempo libre indica: «No me da miedo que me quite el trabajo, porque la gente que prueba a hacerlo se da cuenta que no es fácil y de la gran labor del panadero, lleva su tiempo, un horno adecuado para algunos tipos de pan y luego está la limpieza».

Para acercar el pan a los hogares el único sistema eficaz es el reparto directo por las casas, el de toda la vida. «En el rural funciona mucho y hasta se ha incrementado la venta de pan y empanadas», dice. Por el contrario, Internet no triunfa en este sector, encarecería el producto y perdería calidad. Al tratarse de un alimento fresco perecedero, el consumidor prefiere comerlo casi recién hecho o, como mucho, congelarlo en casa al llegar.

Es lo que observan en la panadería Amaquía, de O Porriño. «La gente hace estocaje en casa y un día igual se lleva diez barras para no salir. Si es fresco se conserva bien, lo congelan y lo van sacando. También llevan tipos de panes con más durabilidad, con masa madre, fermentaciones largas y evitan volver al día siguiente», explica Luis Miguel Iglesias. El problema es que con esta modalidad resulta más difícil controlar la fabricación, porque un día coincide que se despachan muchas barras y otro, menos. Detecta también la venta de levadura y harina para hacer pan en casa. Coincide con Sánchez Bergantiños en que esta moda es buena, «porque valoran el negocio y se dan cuenta de que no es tan fácil como parece». Advierte que ahora los fines de semana no se llevan tantas piezas grandes para las comidas familiares, aunque, en general, no tiene queja.

Como en el establecimiento anterior, en la panadería Cal Barral, de Cangas, perciben más venta de harina y levadura que antes de la pandemia y, sobre todo, «se venden muy bien las magdalenas». El pan, dicen, se compra algo más para tomar en casa lo que antes se comía en el bar. Advierten que a la gente le sigue gustando que se lo lleven al domicilio, como demuestra que aumenten los clientes nuevos, según explica Natalia Piñeiro.

En la panadería La Pintora, de Nigrán, aseguran que cada día es diferente, una locura. Durante el confinamiento la gente llevaba los productos para hacer de todo en casa. Ahora la cosa ha cambiado, pero el cierre en la hostelería les ha tocado de lleno, igual que el cierre de otros municipios del entorno, de los que procedía buena parte de su clientela, indica Adolfo Villafines.