Enrique y Juan, usuario de la asociación viguesa Doa, abogan por romper con las etiquetas y que la sociedad los entienda
11 oct 2024 . Actualizado a las 01:31 h.Enrique y Juan tienen los estigmas grabados en la piel. Les pasa a muchas personas con problemas de salud mental. Crecen con su etiqueta, para dentro y para fuera. Se les queda pegada y se aíslan, por miedo y, también, por dolor. En realidad, «nos pasa a todos, de hecho, esas emociones tienden a obligarnos a evitar determinadas situaciones», explica el psicólogo de la asociación viguesa Doa Saúde Mental, Marcos Mallo. Una persona que crece estigmatiza para recuperar su vida debe romper esas etiquetas. Juan Carlos Borge y Enrique Estévez están en ese proceso. «Somos personas normales, con sus problemas individuales, como cualquier otro», recuerdan. Aunque, Juan y Carlos también se preguntan qué es ser normal. «En realidad, nadie lo es. Todos tenemos nuestras rarezas y manías». Ambos hablan orgullosos en el Día Mundial de la Salud Mental de un proceso en el que cada día superan metas relacionadas con su enfermedad. «Es su camino, el de superarse poco a poco e ir avanzando», destaca Mallo.
Enrique tiene una esquizofrenia paranoide, una enfermedad mental que, entre otros síntomas, provoca delirios, desgana, apatía, falta de iniciativa y de concentración. Se la diagnosticaron con 17 años, tiene 62, después de un episodio de ansiedad extrema en su cama. Aquella noche lo llevaron al médico, le hicieron unas pruebas y el doctor le dijo a su madre «su hijo está loco». Eran otros tiempos, pero la palabra quedó grabada en Enrique y en su familia. De hecho, desde hace tiempo escribe relatos para desahogarse. Uno de estos textos empieza con todas aquellas etiquetas que le fueron poniendo en su vida: «Loco, esquizofrénico, paranoico...».
La enfermedad de Enrique le provoca mucha ansiedad social porque cuando pasea o está su casa se siente perseguido. Tiene la percepción de que todo el mundo lo observa y eso le genera una «vergüenza», él lo llama así, que le hace sentir mal. Recuerda la primera vez que la sintió, «con 16 años fui al mar dos meses y en una parada en tierra fui a jugar a una máquina. De un momento para otro comencé a sentir que todo el mundo me estaba espiando», recuerda.
No le ha sido fácil vivir con esta enfermedad, pero con la medicación y sus sesiones en Doa «ha mejorado mucho», destaca Mallo. Durante todos estos años, ha tenido buenos y malos momentos, lo ingresaron en dos ocasiones, pero en los últimos años tiene una estabilidad por la que se ha luchado mucho. Para una persona con esquizofrenia paranoide salir de casa es un gran esfuerzo, de hecho, Enrique, intentó comenzar sus sesiones en la asociación en varias ocasiones, pero adaptarse a la rutina le era muy difícil. Hoy, lleva diez años acudiendo cada semana, tiene amigos, no los tenía desde que era adolescente, y hasta ha sido el portavoz de la asociación en alguna lectura que se han hecho en sitios públicos. Además, desde hace un tiempo vive solo de manera autónoma. Enrique es el ejemplo de que una persona con enfermedad mental «puede vivir como una persona normal». Aún siente muchas veces esa «vergüenza», pero se repite «que lo que siente es mentira, que no es real», un truco con el que quiere aconsejar a cualquier persona que tenga esta sensación de manera constante.
A Juan le diagnosticaron un trastorno esquizoide de la personalidad, una enfermedad que se caracteriza por indiferencia hacia los demás y de aislamiento social, a los 31 años. Probablemente, «llevaba tiempo con síntomas», pero todo explotó un día de manera violenta. Estaba desesperado, lleno de ansiedad, y rompió dos puertas de su casa. «Yo pensaba que era porque estaba dejando de fumar y no aguantaba», recuerda. Vivía con sus padres y su hermano y, la situación se complicó tanto, que acabó en un juzgado de Vigo. Allí, un médico forense lo remitió al Nicolás Peña. «Tiene un trastorno esquizoide de la personalidad», le dijeron. Juan no entendía nada.
Su vida cambio aquel día y, aunque tomaba medicación, cada vez quería estar más solo. La relación en casa no era la mejor y se fue a vivir solo a una vivienda que tenían en O Rosal. Estuvo allí de 2008 a 2016. Ocho años sin salir de casa más que para ir a la compra y coger el periódico. «No hablaba con nadie por semanas. Lo único que hacía era escuchar la radio y leer la prensa», recuerda. El último año la situación ya era insostenible. «Vivía con la comida que me iba trayendo mi familia una vez al mes. Ya no iba a la compra y apenas comía», pero él tampoco era consciente de su situación.
Un día, unos vecinos avisaron a su hermano de que no veían a Juan desde hace un tiempo. Lo fueron a buscar y se lo llevaron de vuelta a Vigo. Poco después, «vine a Doa por primera vez». Fue entrar por la puerta del centro y sentir que «ese no era mi sitio. Recuerdo que una psicóloga me dijo que con esa actitud no iba a durar ni un mes aquí». Ya lleva casi ocho años. Un camino en el que ha conseguido «hacer cosas que pensaba que nunca podría hacer», dice con orgullo. Juan ya tiene un grupo de amigos, se apunta a muchas actividades, va a excursiones, a conciertos y hasta concede entrevistas. Sonríe recordando todas «las pequeñas metas» que alcanzó. «Todo esto no sería posible sin Doa y sin Marcos», recuerda. El psicólogo se quita méritos, pero, lo cierto, «es que sin su apoyo no sería el que soy hoy». A Juan lo sacaron de un bucle de una enfermedad, «con la que se puede vivir y, por qué no, ser feliz».
«Hemos mejorado como sociedad, pero aún debemos hablar mucho más de salud mental»
Marcos Mallo escucha a Juan y a Enrique con atención. Lleva 17 años trabajando como psicólogo en Doa. Tiempo de sobra para observar cómo la sociedad, poco a poco, tiene más conocimiento sobre las enfermedades mentales, habla más de estos problemas y ya no los oculta tanto. Hace 40 años, Juan y Enrique habrían terminado ingresados en un manicomio, hoy, «por suerte», la sociedad ha mejorado y se apuesta por «terapias multidisciplinares» para que adquieran habilidades «que les permitan vivir como uno más». Se han dado pasos en una buena dirección, «pero aún debemos hablar más de salud mental», destaca.
Recuerda que aún hay muchos estigmas, «que se tienden a alimentar cuando se asocian a hechos violentos en titulares... Decir que un esquizofrénico mata a o un bipolar agrade a provoca que muchas personas asocien estas enfermedades a conductas violentas, pero la realidad no es así», indica. La mayoría de estas personas «sufren en solitario y su situación los aísla y los hace vulnerables», indica y destaca que «debemos hacer el esfuerzo de romper estigmas y hablar sin miedo de estas enfermedades y situaciones».