El decano de los ilusionistas de Galicia: «Con mi magia he levantado de la silla hasta monjas de clausura»

Carlos Punzón
Carlos Punzón VIGO / LA VOZ

VIGO

M.MORALEJO

El «profesor Williams», de 95 años, sube cada semana a su canal de Youtube uno de sus trucos

25 sep 2023 . Actualizado a las 01:07 h.

Habla aprisa, piensa aprisa. De pie. Solo se sienta unos segundos contados para la foto. Nombres de calles, de comercios, de personas salen de su boca en orden, construyendo los pensamientos que emergen bajo la chistera con la gracia de un mago, de un maestro del ilusionismo que ha logrado su mayor truco viviendo 95 años con plenitud, haciendo propia cada época, cada instante. Guillermo Rodríguez Meijide (Chantada, 1928), profesor Williams por arte de la magia, sube cada viernes a su canal de Youtube su truco de la semana, su continuidad en un mundo que le apasiona, o mejor dicho, le ilusiona.

A la niñez la recuerda por las Perseidas que veía tumbado en el campo de su pueblo. Por el ruido de las sirenas del Vigo fabril de los años treinta y cuarenta. «Había muchos tranvías, en los que yo iba colgado en el estribo por fuera, hasta que te veía el revisor». Y también por los partidos del Celta. «Siempre llovía. Me metía en la grada bajo los paraguas de la gente». Pero sobre todo, su infancia la tiene presente por las actuaciones de circo. «Tenía en el colegio, en los Maristas, un amigo que era alemán. Había en la ría muchos barcos alemanes que por la noche surtían... Bueno, a lo que iba», frena los aderezos de la memoria para ir a lo importante. «El padre de mi amigo era inspector de Hacienda. A Vigo venían muchos circos, como el Price o el Atlas de los Hermanos Tonetti, uno de ellos se pegó un tiro por falta de dinero...», va colocando Guillermo más notas al pie de página de su memoria. «Al padre de mi amigo le regalaban muchas entradas de circo, y como se las daba a su hijo, íbamos los dos y a pie de pista, no en poleiro, eh!», destaca. Y ni las fieras, ni los payasos, quienes le hacían saltar los ojos eran los ilusionistas.

El conde D'Aguilar, el profesor Alba, Richiardi, Colombini, Fumanchú...», recita en su particular alineación. La cabeza le daba vueltas pensando cómo acertaban la carta escogida, cómo se soltaban los aros metálicos trenzados. «Los aros chinos me traían loco», hasta el punto de ahorrar la mayor parte de la paga para encargarlos a Barcelona. «No te voy a contar cómo se enlaza uno con otro». El profesor Williams solo desvela trucos a otros magos. «Todo radica en el misdirection, la distracción con la que llevas la vista y la mente del espectador a donde tu quieres».

Con ese gusanillo y la adolescencia en el cuerpo compró un libro, Juegos de Manos del profesor Boscar, un incunable que conserva como si fuera de oro. «Me costó 13 pesetas y hoy está cotizadísimo en el mercado negro», dice con él en la mano el mago vigués, decano honorífico además de los ilusionistas gallegos.

«Yo mismo igual pongo un enchufe que pinto las paredes. Siempre fui muy bueno con las manualidades y por eso empecé a fabricarme mis propios utensilios de magia», continúa su relato. «Como estaba en un colegio de curas, les dije un día, ¡Voy a hacer un milagro!», fue su primera actuación pública. En familia, en cumpleaños, bautizos, celebraciones cogió carrerilla el profesor Williams.

-«Dime un día de cualquier año».

-El 5 de diciembre de 1965.

-«Fue domingo», dice acertando el día de la semana y todas las pruebas que se le ponen a continuación. «Eso no lo hace nadie en Galicia», asevera con el autobombo inherente que todo mago lleva de serie.

Nunca cobró, ni en cines, ni en colegios. Su puesto en el Banco Bilbao cubría las necesidades del cuerpo y de la familia. Las de la ilusión las alcanzó «en lugares insólitos». Actuó un día de Reyes en la cárcel de Vigo, la ubicada entonces en la calle del Príncipe; en un internado de Jesuitas en el monasterio de Oia; ante los soldados en el cuartel de Barreiro, «y en un sitio en el que no ha actuado ningún mago más en la vida, en un convento de clausura, el del monasterio de las Salesas en el barrio de Teis. Con mi magia he levantado de la silla hasta las monjas de clausura», ríe rememorando la escena y simulando cómo se asomaban al enrejado. «¡Aplaudían pero bien! Les acertaba las cartas que escogían y una sor me puso el crucifijo delante como si fuera cosa del demonio», vuelve a reír, pero enlazando ya con otro relato.

Pese a toda su trayectoria, Guillermo Rodríguez se considera un aficionado de la ilusión mental y de las manos. La preocupación y los nervios siguen aflorando cuando afronta un número, igual que cuando con 13 años preparó una actuación al aire libre en el monte Trega. «Yo iba en pantalones cortos, claro, y se me acerca un señor y me dice, ‘usted no pasará hambre en la vida'».

Lo que no le ha faltado nunca es la ilusión, la que sigue transmitiendo cada jueves en las tertulias que con magos más jóvenes tienen en un bar de la viguesa calle Caracas, para ponerse al día.

Álbum familiar

EN DETALLE

-Primer trabajo

-La contabilidad de una farmacia y con la que perfeccioné la mecanografía. También llevé 25 años la de un comercio famoso de Vigo que se llamaba Cacharrón.

-Causa a la que se entregaría

-A la magia, a enseñarla a los colegas. De joven no revelaba un truco ni con una pistola delante. Ahora a los jóvenes, sí. Soy más abierto en eso.