Cuando el tratamiento médico es un piso

Ángel Paniagua Pérez
Ángel paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

Oscar Vázquez

Una fundación abre una vivienda para ayudar a enfermos renales de bajos recursos

28 jun 2021 . Actualizado a las 11:15 h.

La pobreza es a veces una red que atrapa a quien menos se lo espera. Amancio era conductor de camiones, hasta que se quedó sin trabajo. «Pasas de ganar dinero a nada. Igual tenías deudas y no puedes hacer frente, y entonces llegas justito a fin de mes». En los enfermos renales como él, la pobreza agrava la enfermedad. Tres días a la semana, cuatro horas por jornada, tienen que estar conectados a una máquina de hemodiálisis que hace el trabajo que sus riñones son incapaces de realizar, que es limpiar la sangre de toxinas. Es una rutina rigurosa, que no admite descansos, y que se suma a un estilo de vida casi espartano, en el que el control de la dieta es esencial.

«La enfermedad empobrece y la pobreza enferma», resume el psicólogo José Luis Santos, de la Fundación Renal Íñigo Álvarez de Toledo (Friat). Santos, que dedicó su tesis doctoral a este tema, estima que en torno al 30 % de los enfermos renales están en riesgo de exclusión social.

La enfermedad empobrece porque no todos los puestos de trabajo soportan la exigente rutina de la diálisis; entonces, a muchos pacientes les cuesta encontrar un modo de ganarse la vida. La pobreza enferma porque «llega un día en que piensas que ya te da igual, y olvidas la dieta», resume Amancio. No es fácil planificar las comidas, porque hay que tratar de reducir todo lo que pone en apuros a los riñones: la sal, el potasio, el fósforo, las proteínas...

La Friat ya ha abierto un centro de diálisis en Vigo y otro en O Porriño y la incidencia de la enfermedad renal sigue creciendo. Pero una de sus últimas iniciativas para tratar enfermos no ha sido montar un tercer centro, sino en abrir un piso. Es una vivienda alquilada con capacidad para cuatro personas, que suele estar ocupada al completo. En los centros de diálisis detectan qué personas están en una situación más vulnerable y pueden necesitar esta estabilidad.

Uno de los habitantes es un salvadoreño de 28 años que se llama Francisco y aporta la nota joven a la casa. «La cosa es no rendirse», dice, animoso. Lleva un año en tratamiento. Hasta hace un par de meses vivía en un albergue. No tenía trabajo ni recursos, y una ambulancia iba a buscarlo al albergue día sí, día no, para llevarlo al hospital.

Fran acaba de completar un curso de manipulador de alimentos que ofrece la fundación. También ha hecho otro de gestión de alérgenos. Ahora espera encontrar trabajo en un supermercado, aunque su verdadero sueño es ser enfermero o auxiliar, para lo que ya se formó en su país.

«Esto es algo que no existía», dice José Luis Santos para explicar por qué montaron un piso para pacientes. La fundación renal sí tiene desde hace tiempo un fondo social de ayudas. Subvencionan a quien no tiene recursos para, por ejemplo, pagarse el alquiler. Pero hay ocasiones en las que la ayuda económica es solo un parche, y el paciente no acaba de salir adelante con autonomía. «Una estabilidad habitacional es fundamental, para que puedan preocuparse por cuidarse y no por si van a poder pagar el alquiler o no, o por si van a poder cenar», dice la trabajadora social Natividad Isorna.

Por eso abrieron el piso. Lo gestiona la Asociación ProVivienda, es un espacio modesto pero amplio, cerca del centro de la ciudad.

Otro de sus habitantes es Antonio, que lleva un año allí. Antes vivía en otra casa, pero llevaba años arrastrando problemas económicos. Ahora está haciendo un curso de informática.

El angoleño Manzambi lleva más de cinco años en hemodiálisis. Hace un año llegó a este piso, pero antes estaba en otro que habitaban nueve personas. Había de todo. Cuenta tétricas anécdotas, salpicadas por el alcoholismo y la conflictividad constantes. «Ahora mejoro cada día», dice en su precario castellano, que espera mejorar gracias a un curso.

Amancio es ahora monitor de pesca. «Lo he pensado muchas veces. ¿Va a ser todo esto?, ¿volver de la diálisis y meterme en la habitación y ya está?», reflexiona, «es importante aportar algo que la gente valore».

«El piso intenta ser una solución integral, que su vida no sea solo enfermedad», explica el psicólogo. Los cuatro usuarios del piso aseguran que su salud ha mejorado y que les ha permitido cuidarse. Pero lo ideal es abandonar la vivienda. Pretende ser una manera de romper el círculo vicioso de la pobreza y la enfermedad, dar un respiro y que el paciente empiece a ser económicamente autónomo. Que se busque la vida. O, como dice el salvadoreño Fran, que «se rebusque».

Oscar Vázquez

El ejercicio físico durante la hemodiálisis mejora los efectos secundarios de la terapia 

 

Una de las terapias que la Fundación Renal Íñigo Álvarez de Toledo está tratando de aplicar en sus centros de diálisis es la actividad física al mismo tiempo que el paciente recibe el tratamiento. Como son entre tres y cuatro horas, tres días a la semana, que el paciente está recostado en una camilla mientras su sangre pasa a través de una máquina, es un tiempo que se aprovecha.

«La terapia de diálisis provoca sedentarismo. Al paciente se le quita mucho líquido, y le pueden dar calambres, dolor de espalda, cansancio...», explica el educador deportivo Adrián González en el centro Os Carballos II, en O Porriño, «esta actividad mejora la fuerza física y la capacidad aeróbica».

José Manuel Bravo, un tudense de 51 años, es uno de los que hacen ejercicio cuando pueden. Lleva tres años en diálisis y antes entrenaba un equipo de fútbol de veteranos. El ejercicio le ha venido bien. «Ahora salgo a pasear bastante, antes era más vago; ya respiro mejor y tengo más resistencia», dice mientras trabaja con una pelota.

Uno de los que pedalean sin parar en la camilla es Rubén Fernández, de 48 años y de As Neves. «No es un ejercicio superintenso, pero estoy entretenido», se resigna. En su caso, puede hacer vida prácticamente normal.

Rafael Piñeiro, tomiñés de 77, también hace ejercicio cuando se conecta a la hemodiálisis. Puede ser algo tan sencillo como trabajar con una pelota mientras está conectado a la máquina.

En el centro de O Porriño hay 58 pacientes, mientras que el de Vigo tiene 135. Del total, 38 siguen el programa deportivo, que ha tenido 110 pacientes desde que comenzó.

Estos centros de diálisis reciben pacientes que le deriva el servicio de nefrología del Hospital Álvaro Cunqueiro. Este centro sanitario, cumple ahora seis años, y nefrología fue, precisamente, el primer servicio que se implantó. Abrió con los mismos recursos que tenían el Xeral y el Meixoeiro.