Una familia de Vigo quiere salir de las chabolas pero no encuentra alternativa
15 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.No hay que alejarse del centro de Vigo para encontrarse con situaciones tercermundistas. A un paso de la futura de la ciudad de la justicia y de la calle Pizarro, al final de la Travesía do Forno, en el barrio de Ribadavia, una familia sobrevive sin apenas ingresos bajo unas tablas de madera. En una campa abandonada, sobre el parque de los Capuchinos y el Mercadona, levantaron sus chabolas, en las que ya llevan 13 años residiendo.
La vida es dura en esas condiciones, especialmente en invierno, cuando están expuestos al frío y a la lluvia. José Antonio Jiménez, de 59 años, afirma que han intentado cambiar su situación. Sin embargo, ni encuentran trabajo ni una respuesta en las administraciones públicas cuando han reclamado el derecho a una vivienda digna. «Llevamos mucho tiempo aquí. Los gobiernos no miran por nosotros. No nos dan otra alternativa. Vivimos bajo cuatro palos y aquí da mucho miedo con estos días de mal tiempo. Esto lo levanta el aire. Queremos alguna vivienda. Pero ni la Xunta ni el Concello nos quieren dar nada», afirma.
Su mujer, María Isabel, es la única que percibe una prestación social de 378 euros que apenas alcanza para cubrir sus necesidades básicas. Ni muchos menos para poder alquilar algún espacio digno donde poder vivir. Se sienten atrapados en este submundo en pleno centro de la ciudad.
«Estamos muy mal viviendo. Cuando llueve hay mucho barro, todo está húmedo. Entra el agua por todos los lados. Tenemos que darle a la fregona. No merece la pena vivir aquí», afirma José Antonio. Para cocinar utilizan unos hornillos conectados a bombonas de butano. Afirman que la luz la reciben gracias a una vecina de la zona que es «muy amiga» y el agua tras «empatar» una tubería cercana.
La dueña del terreno consiente que estén en este lugar. También hablan de un «comisario cojo», antiguo responsable policial, que hace años les dejó quedarse. Si algún día el terreno se vende y algún promotor decide edificar, no tendrán más remedio que marcharse y buscar otro lugar donde vivir.
Dos hijos
José Antonio e Isabel tienen dos hijas. Una está independizada con su marido en un piso de alquiler dentro del barrio. Sus ingresos también son bajos y lleva a sus tres hijos a la chabola para que puedan estar al calor de la estufa de leña. Ella no puede pagar la calefacción en casa.
La estufa de hierro fundido mantiene una buena temperatura dentro del hogar. José Antonio lo recicla todo. También encontraron una lavadora en la basura y han conseguido ponerla a funcionar. La tienen fuera de la chabola y cubierta con una lona porque no cabe dentro.
Carmen, su otra hija, de 37 años, ocupa otra infravivienda independiente en la misma campa. Ella carece de ingresos. Vive al día de la limosna que le dan por la calle. En su pequeña habitación guarda todas sus pertenencias, incluida la ropa de sus hijos, con los que prefiere no vivir en esas condiciones. Los chavales están con su suegra, pero los ve todos los fines de semana.
El portavoz de Os Ninguéns, Antón Bouzas, explica que conoció a Carmen porque todos los días pide en la puerta de un supermercado. Ayuda a muchas personas mayores con las bolsas de la compra. Un día se acercó a ella interesándose por su situación y le explicó que vivía en una chabola como sus padres. «A partir de ahí intentamos acompañarles en el proceso de ver si pueden conseguir alguna prestación social y, últimamente, el ingreso mínimo vital y en eso estamos», afirma Antón Bouzas. La propuesta le ha sido denegada porque durante el confinamiento hubo un mes en el que no acudió a sellar la cartilla del paro. «Con el coronavirus se han suspendido las consultas presenciales y todo es telefónico. Hace que estas personas se vayan quedando más en esta situación», dice.
Cree que si las cosas funcionaran de otra manera, a una persona sin ningún tipo de ingresos ni trabajo, «qué menos que acelerar al máximo la búsqueda de una solución». Según su experiencia en contacto con las personas más desfavorecidas de la ciudad, «los hijos, por desgracia, también heredan la pobreza. Es un círculo del que es difícil salir».
Antón Bouzas afirma que la situación de esta familia es conocida desde hace tiempo en la Xunta y en el Concello. «Carmen tiene citas. Habla con la concejala de Benestar Social. Pero lo de siempre. Los instrumentos para cambiar esta situación, no los tienen», lamenta.
Los Jiménez están empadronados en sus chabolas. Ocupan el 38 de la Travesía do Forno. Curiosamente, el número anterior es el 28. Allí acaba la calle y empieza la campa donde está su poblado, protegida por unos perros desafiantes. Están a pocos metros de las casas, un parque y un supermercado, pero a una distancia insalvable para poder acceder a otro tipo de vida.