El profesor del balonmano vigués

l. Méndez VIGO / LA VOZ

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Carlos Rey labró una carrera en los banquillos fijándose en la base y en la didáctica del balonmano

24 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Aun admite echarlo de menos. «Vuelvo alguna vez al pabellón pero sufro y lo paso mal en la grada. Creo que no valgo para estar ahí», comenta. El balonmano centró su vida durante muchos años, prácticamente medio siglo. 47 años como técnico. 52 si se le suma su breve incursión como jugador. Carlos Rey (Vigo, 1954) lleva el balonmano en la sangre. Su historia de amor con la pelota comenzó pronto y pegado a la televisión. «Cuando la Televisión Española empezaba a retransmitir ponían partidos de balonmano. Ahí me senté con 11 o 12 años a ver al Atlético de Madrid y me quedé prendado de Miguel Medina. Se convirtió en mi ídolo», cuenta nostálgico.

Así comenzó a «tontear» con el deporte que después le marcaría para siempre. Primero se enroló como jugador en el equipo de su instituto y después en el Galicia Social. Con la mayoría de edad, se planteó empezar a estudiar el juego de la pelota. Así se sacó su primer curso para entrenar en la base. Poco después, una lesión le hizo quedarse para siempre en la banda. «Tuve una lesión de codo con 20 y ya fue el paso definitivo para centrarme en entrenar. En el 82 saqué el título de nacional y ya empecé a moverme por equipos», apunta Rey.

Y es que su vida ha estado ligada a los banquillos allá donde fuese, pero sobre todo en Vigo y su zona de influencia. Hasta haciendo la mili en la otra punta de la península, en Cádiz. «En la SAR es donde más he entrenado. En el 91 entré al femenino y, en el 93, al masculino. Allí tuve varias etapas muy buenas y fue donde definitivamente me retiré en 2018. Lo mío siempre ha sido la pista. Nunca me interesó ser directivo. Siempre preferí la parte didáctica del juego», resume.

Carlos siempre optó por una labor educativa con los más jóvenes, aquellos que llegaban a sus equipos y que solían encontrar acomodo gracias a los métodos de entrenamiento del técnico vigués. Explica que si algo no se explica en los libros es el hecho de gestionar un vestuario y la llegada de los jóvenes. Con ellos siempre tenía gestos, como por ejemplo abrirles las puertas de su vestuario en la charla prepartido. En esas previas, entre veteranos de la categoría, Rey incluía a cadetes o infantiles para que viviesen el ambiente de un partido de la élite del balonmano. «Genera una motivación en la gente de la base porque ven que es factible llegar», sentencia.

Admite que, en su época, todo era diferente. «Eché varios veranos yendo a Madrid para formarme. Ahí aprendí a desarrollar mis objetivos en la pista en base a los entrenamientos», comenta. A la dificultad para formarse en su labor de entrenador se le unía los medios de los que disponían los equipos. En muchos de su carrera como entrenador trabajó por amor al balonmano, sin percibir más allá que una dotación pequeña para desplazamientos cuando le tocaba ir fuera de Vigo.

Charlar con él es hacerlo con un estudioso del juego. Carlos, que tantos clínics y formación recibió, imparte un cursillo avanzado de balonmano. «Ahora estoy jubilado y echo de menos estar al pie del cañón aunque es un poco un hobby masoquista. Durante los partidos estás con esa tensión, con el plan de partido, echas de menos esa emoción de estar cerca, dar instrucciones, intentar ayudar a los jugadores. Fueron muchos años de mi vida», resume.

El balonmano, tradición familiar

Preguntado por cómo ha compaginado el balonmano con su vida familiar y laboral, Carlos Rey contesta sin titubear. Cuando dice que el deporte forma parte de su vida, es que verdaderamente es así. «Todo es gracias a que mi mujer también es una apasionada del balonmano, le encantaba y me apoyó siempre», dice orgulloso. Con ella tuvo dos hijos y, sorpresa, tirarían por el balonmano. «A partir de mis hijos, que continuaron el legado, ya se metió toda la familia. Cuando los niños eran pequeños teníamos que desdoblarnos porque jugaban en diferentes categorías y cada uno iba a un sitio. Estuvimos todos unidos en eso y se hizo más fácil», dice.

Su deporte también le ha dado un ahijado del exjugador ruso Alexander Prasolov, con el que mantiene contacto. Desde la barrera, sigue recordando muchas anécdotas en la carretera. «Con la selección gallega absoluta le ganamos a la inglesa en el Cuatro Naciones, en plena previa de sus Olimpiadas en 2012. Ahí, Galicia fue olímpica», comenta entre risas.

Aun así, admite el exentrenador que el mayor logro de su carrera ha sido poder entrenar a sus hijos en la SAR, club al que prácticamente dedicó su vida. «La experiencia fue sencilla, eh. Conocían mi forma de ver el balonmano y siempre diferenciaron al padre del entrenador», comenta. Todavía hoy, la pelota centra muchas conversaciones en su familia. Carlos Rey lo tiene claro: vivirá toda su vida con un balón en la mano.