«Nos sentíamos mal en casa sin ayudar»

m. v. f. VIGO / LA VOZ

VIGO

CEDIDA

Las jugadoras del Guardés Sara Bravo y Estefanía Descalzo han retomado sus trabajos como sanitarias

23 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Estefanía Descalzo y Sara Bravo han cambiado temporalmente el balonmano por sus profesiones de enfermera y auxiliar de enfermería, respectivamente. Las dos jugadoras del Guardés han retomado los trabajos para los que se formaron y ahora arriman el hombro en la lucha contra el coronavirus en Valencia, de donde son originarias. El club estuvo de acuerdo y las apoyó para que pudieran dar este paso a falta de una resolución sobre qué va a pasar con la liga en División de Honor Femenina.

«Me sentía mal estando en casa sin poder ayudar mientras otros compañeros estaban ahí día a día», explica Fani unas palabras que suscribe su compañera. De hecho, fue Descalzo quien animó a Bravo a activarse en la bolsa de trabajo como había hecho ella. A la primera la llamaron al día siguiente -«ahí te das cuenta de que realmente hace falta gente», valora- y a su compañera una semana después, pero ahora ambas están inmersas en la pelea y dando lo mejor de sí mismas para contribuir a frenar la pandemia.

Descalzo lleva ya un mes al pie del cañón en la planta de neumología del hospital La Fe de Valencia, donde todos los pacientes están contagiados, aunque en estado leve. «Pueden tener síntomas como fiebre, vómitos o diarrea, pero en cuanto se ponen un poquito mal ya los pasan a la uci o, al contrario, si evolucionan bien, al hotel medicalizado», comenta. Son pacientes «que están solos y, como es normal, no lo llevan bien». «Intentamos darles ese cariño que no tienen, conversación... Es lo mejor que me llevo de esta experiencia, a pesar de que vayamos disfrazados y ni nos puedan ver la cara».

También para Bravo, que ha empezado a trabajar hace menos días, el trato humano con los enfermos está siendo lo más gratificante. En su caso, es un contrato por acumulación de tareas y según el día trabaja en hospital, ambulatorio o residencia dependiendo de las necesidades. «Ves gente mayor que está bien pero otra no tanto. Ayer tuvimos el caso de una madre y un hijo que se iban a casa felices y agradecidos. No les conocía de nada, pero me hizo muchísima ilusión. No les podías ver la boca, pero sí la sonrisa en la expresión de sus ojos», destaca.

Las dos hablan de lo reconfortante que es sentir que su labor es útil para otros. «Estudié para ayudar a las personas. Alguna igual al día siguiente no puede recordarlo, pero han estado limpios y cuidados y tú te vas a casa de otra manera», dice la auxiliar sobre unas sensaciones que también vivió durante los meses que trabajo en la residencia de A Guarda, compaginando ese trabajo con el deporte. Para Descalzo «la mejor parte es el trato humano, es lo que necesitan e intentas dárselo», señala.

Pero las tareas que desempeñan ahora están condicionadas por el coronavirus y las medidas de protección que deben tomar. No temen al contagio, pero saben que tienen que extremar las precauciones. «Cuando llegué me quedé asombrada de cómo había que proceder. Por suerte tenemos todos los epis posibles y vamos protegidos de arriba a abajo», detalla Descalzo. Los trajes, además, son pesados y a veces resultan molestos. «Sudas muchísimo y te hacen daño en la cara, depende de si llevas la pantalla o usas gafas», desgrana Fani. Sara sabe incluso de gente que ha llegado a desplomarse del calor por no querer salir de la habitación.

Una y otra tuvieron el apoyo de sus familias para afrontar este complicado reto profesional. Sara está con mi progenitora y su hermana. «Sí que piensas que si lo coges se lo vas a pasar a ellas y mi madre bromeaba con que una vez que empezara no me acercara a ella. Pero tengo todo el cuidado del mundo y nada más llegar me voy directa al baño, me quito la ropa, me ducho y otra vez», cuenta.

Descalzo está sola, con el resto de la familia en una segunda vivienda desde el primer momento, lo que le quita presión. «Yo estoy muy tranquila. Ellos seguro que en el fondo están preocupados y más viendo que hay tantos sanitarios contagiados, pero me animan mucho», comenta. Uno de sus compañeros dio positivo y al resto les sometieron a test, pero ya está recuperado.

«Los días que trabajo doce horas no me puedo mover, pero si libro, entreno»

Pese al cansancio de llevar un mes entero trabajando en el hospital, Descalzo sigue sacando tiempo para entrenar en casa. «Los días que trabajo doce horas no me puedo ni mover, y cuando salgo de noche, luego estoy todo el día durmiendo porque llego muerta», explica. Pero cuando tiene dos días libres, siempre encuentra el momento. «Mi cuerpo me lo pide y, si no lo hago, me siento mal», desgrana.

Más suerte con los horarios tiene Bravo, que por ahora tiene turno de mañana o de tarde y siempre aprovecha la otra mitad del día para ejercitarse, aunque en cuanto empezó a trabajar le comunicó la nueva situación al entrenador y al preparador físico para que supieran el motivo si un día se lo salta, cuenta. «Llevo poco tiempo e igual en dos semanas estoy agotada, no quiero sobrecargarme y pagarlo luego. Intento que sea un fifty-fifty», dice.

Partidarias de no retomar

Las dos jugadoras coinciden en la necesidad de que la Federación tome cuanto antes una decisión sobre la continuidad o no de los campeonatos. Partiendo de esa base, la que a ellas les parece más acertada es que no se siga jugando.

«Reanudar la liga no me parecería lógico», afirma Bravo. Recuerda que llevan cerca de dos meses paradas y que los cuerpos no están preparados, de modo que se expondrían a lesiones. Descalzo va más allá y recuerda que las sanitarias, como es su caso, tendrían que pasar la cuarentena y que en caso de que jugadoras con asma u otras patologías se contagiaran podrían «pasarlo muy mal».

No les convencen las soluciones de coger la clasificación del año pasado ni tampoco la actual sin los partidos que faltaban. Ambas creen que la suspensión es la mejor alternativa.