El asilo de Pi y Margall es el edificio que más personas alberga entre sus ruinas

María Jesús Fuente Decimavilla
María J. Fuente VIGO / LA VOZ

VIGO

M. MORALEJO

Algunas residen entre estas paredes desde que el exjugador céltico Valery Karpin lo compró, hace más de una década

12 oct 2014 . Actualizado a las 04:00 h.

Lo único bueno que le queda al antiguo asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados son las vistas de la ría. A estas alturas ni siquiera la iglesia se libra de la ruina y las imágenes han sido sustituidas por grafitos. El templo iba a ser traslado piedra a piedra a Navia, pero la realidad es que se pudre día a día en su ubicación original, al principio de la calle Pi y Margall.

La verja de la entrada principal permanece cerrada con un candado, pese a que al fondo la puerta de la iglesia permanece abierta de par en par.

Los okupas han preferido no forzar el candado y acceder al edificio por la parte posterior, donde un boquete en la fachada permite entrar sin ningún esfuerzo. Una vez en el interior lo primero que se ve es una especie de esqueleto de lo que fue el ascensor. Tampoco las escaleras se salvan de la quema y la barandilla huelga pro su ausencia.

Caminar por el pasillo requiere de una buena linterna para saber por donde se pisa y, sobre todo, para evitar topar con las jeringuillas. No obstante, la existencia de una sala para inyectarse, llamada chutadero, hace que la mayoría de los inquilinos respeten las otras estancias.

Las habitaciones se distribuyen por cada uno de los pisos y no es extraño encontrarse a un okupa cubierto con una toalla de un hotel de lujo como única vestimenta.

En otra de las alas del inmueble aparece otro residente acompañado de un pitbull y acto seguido aparece Celestino, un visitante que acude a ver a sus amigos. Siempre que se respeten los espacios de cada uno, entre ellos existe buen rollo.

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