Se puede discutir si Vigo necesita que se humanicen sus calles, si urgen juzgados nuevos o si es bueno el presupuesto que acaban de pactar el PP y el PSOE. Se puede discutir si se deben pagar más impuestos o si se deben amortizar las deudas bancarias por anticipado. Se puede discutir todo apasionadamente, incluso creyéndose eso que todos dicen de que «es por el bien de Vigo».
Pero no se puede ser un matón.
Y el gobierno local de Vigo lo es.
No me meto en si gestionan bien o mal. Me meto con el tipo de sociedad que proponen, inmadura, resentida, victimista y encastillada. Me meto con la calidad de la democracia que practican. Esta semana, la vicealcaldesa Carmela Silva trató de deslegitimar a la portavoz del BNG «porque pasa as fins de semana nunha cidade do norte». Ya el edil de Deportes, Manel Fernández, pidió en su día a un atleta olímpico que no opinase, «porque non é de Vigo». El concejal de Empleo (sic), Santos Héctor Rodríguez, llegó a criticar a un edil de la oposición porque su padre salía en una foto de 40 años atrás con el brazo derecho en alto. Abel Caballero, muy berlusconiano, censuró al Consejo General del Poder Judicial porque «esde derechas»; por no hablar de cuando no quería subvencionar a una asociación de ayuda a necesitados alegando que su presidenta «es del PP».
Gobiernan en plan camisas pardas. Tú puedes hablar, tú no; tú eres válido, tú no; tú eres legítimo, tú no. Qué gracia, ver a toda esa tropa demócratas recitando el evangelio de la concordia según Suárez o el de la reconciliación según Mandela. Qué chiste malo. Ese estilo granhermanista lo legitimó el BNG en los últimos años y hoy lo aprueba el PP, con votos y silencios. Qué pena que ninguno haya leído a Martin Niemöller: «Después vinieron a por los judíos, y yo no hablé porque no era judío...».
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