Me encuentro a un amigo embobado en plena calle. «¡Qué hermosura!», dice, «¡La milla de oro!». Vuelvo la mirada y me encuentro en un cruce bastante feo. «¿Pero la milla de oro no era la calle del Príncipe?», le pregunto. «Lo era», me responde, «pero ahora es aquí: ¡México con Venezuela!».
Hago repaso mental de una reciente información. Según el INE, la plaza de Compostela ha desbancado a Príncipe como el metro cuadrado más caro de la ciudad. Como no se vende una escoba, la pasta está ahora en el rancio abolengo de la Alameda y en las cartillas de ahorros de sus proverbiales clases pasivas. Nadie paga un duro por un comercio en el centro. Pero aún hay gente dispuesta a invertir en un piso de lujo con vistas al guano que cubre la estatua de Méndez Núñez.
Sin embargo, nada había leído yo sobre una milla de oro en el barrio de Casablanca. Las cafeterías Raquel y Juana de Juanes no son el hotel Nagari. En el escaparate de la mercería Tuya no veo bolsos de Louis Vuitton. Y un aparcamiento de hormigón tampoco es el Guggenheim de Nueva York, aunque algo lo parezca. «¿Pero dónde ves tú aquí la milla de oro?», pregunto a mi amigo. «¡Veo que no entiendes nada!», me espeta, «aquí está el nuevo paradigma».
Y procede a explicarme que México con Venezuela es el cruce de los mecenas, los próceres, los salvadores, los nuevos patriarcas de esta ciudad. Tras lo de Barreras y Novagalicia Banco, mi amigo ya recoge firmas para que se ponga en el lugar una placa, «o rotonda de las grandes».
Luego propone cambiar al Cristo de la Victoria por la Virgen de Guadalupe. Y pienso en lo desesperada que estaba la gente en Vigo por que llegase por fin pasta, de alguna parte. Salgo huyendo cuando sugiere entregar los Mariachis Distinguidos...
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