Unas 20 prostitutas se buscan la vida en Beiramar cada noche
04 nov 2013 . Actualizado a las 11:38 h.A las nueve de la noche Marta ya está en la calle Jacinto Benavente en busca de clientes. Hasta que amanezca tiene tiempo para ir a la caza de hombres solitarios que estén dispuestos a pagar no menos de 30 euros por tener relaciones sexuales con ella.
Mejor dicho, espera que la cazada sea ella, que en cualquier momento alguien aparezca y la invite a subir al coche para ir al aparcamiento de Bouzas, a un lugar discreto donde poder poner el preservativo al cliente de turno y que cuando acabe, según el tiempo pactado, la vuelva a dejar donde estaba para esperar al siguiente. Los servicios de limpieza recogen a diario decenas de preservativos que quedaron tirados la noche anterior en Bouzas y en Beiramar. Se presenta como Marta, pero seguramente su nombre sea inventado. Es una de las aproximadamente 20 prostitutas que cada noche pululan por la zona de Beiramar para ejercer el viejo oficio de la prostitución. Andrea, una transexual que dice que conoce muy bien el percal, afirma que en la zona trabajan más de cien prostitutas, pero no todas acuden todos los días. Ella, por ejemplo, si gana 50 euros, llena la alacena y no vuelve hasta que su despensa vuelve a estar vacía.
Hombres solteros, casados, obreros, profesionales o jubilados. Marta asegura que sus clientes no responden a un perfil determinado. «Los hay de todas las clases y edades y todos vienen porque quieren pasar un buen rato», asegura.
Esta brasileña, que dice tener 37 años aunque aparenta 15 más, trabaja en la misma calle donde eran obligadas a prostituirse varias mujeres nigerianas, que fueron coaccionadas por sus proxenetas empleando rituales propios de sus creencias ancestrales. Eran unas diez y solían situarse en las inmediaciones de la rotonda de Barreras y al principio de la calle Jacinto Benavente. «A las negritas de repente no las volvimos a ver, de un día para otro desaparecieron completamente», afirma.
«No me controla nadie»
Como nunca lee la prensa, Marta desconocía que fueran víctimas de una red de trata de blancas y ahora cae en la cuenta de por qué misteriosamente las prostitutas africanas, con las que nunca se relacionaba, dejaron de aparecer hace más de un mes. Pero ella no cree que en general las mujeres o los travestis que se dedican a la prostitución callejera en Beiramar estén en manos de mafias. «Yo estoy aquí por que quiero, llevo dos años en Beiramar y no me controla nadie», afirma.
El espectro de la prostitución en Beiramar es tan variado como la propia clientela. Las prostitutas se han repartido el territorio para evitar interferirse entre ellas y de manera que quienes las frecuentan sepan dónde está lo que quieren encontrar. Así, varias meretrices rumanas han tomado las aceras antes de llegar a la rotonda de Bouzas. Los travestis pasean por detrás de la gasolinera de Beiramar. El final de la calle Jacinto Benavente que carece de alumbrado público es también un lugar elegido por ellos.
La apertura del auditorio no ha supuesto la disminución del fenómeno del comercio del sexo en Beiramar. Algunas prostitutas se cobijan en los soportales del hotel Carrís a la espera de clientes que van de Bouzas al Berbés. En Jacinto Benavente se ven mujeres de la tercera edad ofreciendo su cuerpo y jóvenes drogadictas en busca de dinero rápido para pagarse una dosis.
Doble vida
También hay mujeres como Marta, que durante el día trabaja como limpiadora cuando la llaman, pero que por la noche se ve obligada a ejercer la prostitución para tener un dinero con el que pagar el alquiler de la habitación del piso en el que vive en el centro de Vigo y enviar algo para su familia en Brasil, donde dice que tiene una hija de cinco años.
Su casera desconoce que se dedica al oficio más antiguo del mundo. «Cree que cuidado a un anciano por la noche», afirma. Por ese motivo rehúsa salir en la fotografía y posa con el rostro tapado por las trenzas de su peluca con la que cambia su imagen para tener un aspecto más provocativo. Esta noche espera tener suerte. Un buen día para ella es estar con seis clientes, pero también puede marcharse a casa con las manos vacías.