Dos viajes, dos revoluciones

Soledad Antón García
soledad antón VIGO / LA VOZ

VIGO

Hasta París en autoestop en julio del 68 y a Lisboa en avión en el verano del 74

14 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Ha tenido Ventura Pérez Mariño muchas vacaciones especiales, viajes que, por uno u otro motivo, le han dejado poso. Tras tomarse un día para bucear en la memoria termina eligiendo dos: Julio del 68 en París y verano del 74 en Lisboa, justo después de que una y otra ciudad vivieran sendas revoluciones que han dejado huella en el calendario político y social de Europa.

En el primer caso el juez, por entonces universitario en Madrid, aún no había cumplido los 20. Su precaria economía de estudiante no le permitía grandes dispendios -«tenía mucho tiempo y poco dinero», afirma-, así es que optó por desplazarse en autostop, un método muy socorrido en aquel momento y ahora prácticamente en desuso porque nadie se arriesga a posibles «sorpresas».

Había quedado Pérez Mariño de encontrarse en la capital francesa con un amigo, que llegaba desde Londres, a mediados de julio. Por razones obvias, sin hora ni día fijos. Y es que desde Vigo a París en autostop se puede llegar en tres días o en dos semanas. Al final, lo hizo en poco más de una. Otro tanto le llevaría el camino de vuelta.

Lo primero que recuerda de aquel viaje es la desilusión que le produjo descubrir que en las calles parisinas no quedaba ni rastro del mes de mayo. Como ocurría con abril en la canción de Sabina, sintió que se lo hubieran robado «Habían pasado dos meses, pero ante la calma total que se respiraba parecía que no hubiera existido. No quedaba ningún signo de revolución», explica. Añade divertido que, a mayor abundamiento, ni su amigo ni él ligaron nada.

Claro, que ya que había llegado hasta allí, aprovechó para hacer lo que se suponía que tenía que hacer un progresista, y más si, como él, llegaba de la reprimida y represora España, esto es, patearse el Barrio Latino y buscar en sus pequeñas librerías los que se consideraban títulos imprescindibles. «El progresismo venía dado por los libros que tenías, no importaba si los habías leído o no», ironiza. Por supuesto se compró El Capital, «que no hay dios que lo lea», dice, y el Libro Rojo de Mao.

Reconoce que observado con la perspectiva del tiempo, lo mejor de aquellas vacaciones fue el propio viaje, que inició una mañana de julio en la plaza de España de Vigo ligero de equipaje -«llevaba una pequeña maleta que era un verdadero suplicio porque entonces se cargaban a pulso»- y dos mil y pico pesetas en el bolsillo.

Tiene dudas sobre si relatar el momento más surrealista del viaje. Finalmente, lo cuenta: «Un hombre de mediana edad que me recogió en Ourense y me llevó hasta Allariz me propuso relaciones. Le dije que no y ahí quedó la cosa, pero me quedé atónito».

Habitualmente pasaba las noches al raso en su saco de dormir, aunque de vez en cuando se daba el lujo de alquilar una cama en una pensión. Incluso le cayó simpático a algún taxista, como el vasco que se ofreció a cruzarle la frontera en San Juan de Luz. Ya en territorio francés se coló sin pagar en algún albergue para jóvenes. Recuerda vivir a bordo de un 2CV el monumental atasco del semáforo de Europa en Burdeos, la comida en Cognac tras un buen trayecto en Vespa o las horas de espera a pie de carretera con el dedo en alto. Parecidas peripecias vivió en el camino de vuelta. Cuando llegó a casa comprobó que aún le quedaban 40 pesetas en el bolsillo.

Cena con Don Juan

El viaje de la segunda revolución, la de los Claveles portuguesa, le pilló ya medio instalado profesionalmente, así es que lo hizo en avión y con reserva de hotel. Ejercía ya entonces de profesor en la Complutense y de abogado. Trabajaba en el despacho de Tierno Galván, donde también lo hacían José Bono, Emilio Cassinello y Raúl Morodo.

Fue precisamente con este último con el que se desplazó a Lisboa. Uno de los cometidos de aquel viaje era entrevistarse con Don Juan de Borbón para pedirle que se sumara al manifiesto de la oposición española, cosa que no lograron. «Le dije que tenía que tomar una postura más comprometida con el sistema democrático», recuerda. La cita tuvo lugar en un hotel de Estoril. Raúl Morodo había organizado una cena con líderes de la revolución que acababa de cambiar el mapa político luso. Allí estuvieron, entre otros, Raúl Rego, Mario Soares, Pereira de Moura...