En casa del Herrero

VIGO

22 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

No soy el único vigués al que le encanta el monumento titulado El Herrero, de Guillermo Steinbrügger. Este oxidado precursor de Terminator golpea un yunque con un martillo en la plaza de Eugenio Fadrique, antes llamada «de La Industria». Inaugurado en 1970, rinde homenaje a los obreros del metal y fue soldado in situ, pieza a pieza, por el propio artista. Antes de que llegasen el Sireno, la Puerta del Atlántico, los Rederos, los Caballos o el Nadador, El Herrero de Steinbrügger fue la primera escultura moderna de la ciudad. Su estética rompió totalmente con el canon dominante, que era mucho Camilo Nogueira y mucho Asorey. El androide metálico que bate el hierro anunciaba los grandes cambios que Vigo viviría a partir de la década de los 80. Hay que valorar El Herrero por su modernidad pero, sobre todo, por lo que representa: el Vigo industrial. Que tal vez sea la seña de identidad más potente de la ciudad. Si me preguntasen cuál es mi composición musical favorita, qué sinfonía, ópera, canción pop o riff de rock elijo, respondería sin dudarlo: la sirena de Barreras. La sirena de Barreras no la compuso nadie. Y sus sucesivos intérpretes no fueron grandes virtuosos, sino unos honrados obreros que, a las 8 de la mañana, le daban a la manivela, en los primeros tiempos, y a un botón, después. Pero, a riesgo de parecer chiflado, reconozco que, a mí, ese sonido agudo, ese maullido de astilleros, aún me emociona. Para muchos críos vigueses de As Travesas, Coia o Bouzas, aquella bocina y el martilleo sobre los barcos eran como una nana. Decía el sábado el catedrático de Historia Económica Xoán Carmona, en las jornadas Vigo no diván, que la ciudad debería tener «orgullo industrial». Que nada tiene de malo que presuma de haberse forjado como producto del trabajo. Y añadía que, además, Vigo es una de las escasas ciudades industriales que existen en la Península Ibérica, sólo comparable con Bilbao, en España, y Setúbal, en Portugal. Otra cosa es que Vigo no haya sabido poner en valor su patrimonio industrial. Porque, cuando pudo hacerlo, optó por el derribo para construir edificios residenciales o centros comerciales. Ahora, recibimos la noticia de que, por fin, el Concello ha decidido hacer algo con la Panificadora. Se asume el reto de rescatar el edificio, para convertirlo en un centro cultural y en la sede de la biblioteca estatal. La Panificadora, hoy en ruinas, está llamada a ser un emblema de esta ciudad. Tal vez sea, también, el germen de ese «orgullo industrial» que Carmona proponía. Y que en Vigo, aunque algunos no lo crean, en realidad existe hace mucho tiempo.