El «backstage» episcopal

Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es

VIGO

27 abr 2010 . Actualizado a las 02:50 h.

Tres noches lleva Luis Quinteiro durmiendo en su nueva residencia de A Guía, tiempo más que suficiente para darse cuenta de que la fama de ciudad proletaria de Vigo también es aplicable a las dependencias episcopales. Nada que ver con las ourensanas que acaba de dejar.

Con todo, seguro que no es este el único cambio notable al que tendrá que acostumbrarse el obispo. Dicen los que le conocen bien que, bagajes intelectuales al margen de los que, al parecer, está más que bien servido, una de sus cualidades es saber vadear y, llegado el caso, adaptarse a cualquier situación, sea buena, mala o mediopensionista.

De hecho, alguna pista en este sentido ya ofreció el domingo, con motivo de la presentación ante sus nuevos diocesanos vigueses. Sabe que Ourense ha quedado atrás y que ahora le toca pastorear en la que se considera la ciudad más laica de Galicia, así es que, sin cambiar el fuero, es consciente de que tiene que cambiar el huevo. La homilía del domingo en la Concatedral fue un primer paso.

Con todo, para la mayoría de los cientos de personas congregadas en el templo, lo más llamativo del oficio religioso fue la presencia de Abel Caballero. Un murmullo generalizado -«pues al final ha venido», «así me gusta, que cumpla con su cargo»- recorrió las naves cuando el alcalde avanzó por la principal en compañía de Xulio Calviño hasta el primer banco. Cosas de la vida, la que no apareció aunque la esperaban fue Corina Porro. Sí estuvieron, entre otros, Lucía Molares, Luis Espada, Franco Cobas, Pérez Varela -«mira, ahí está Jesús del gran poder», comentó en voz baja uno de los asistentes que, por lo que se ve, aún no ha olvidado su época de conselleiro de Cultura-; Ignacio López Chaves y Julio Fernández Gayoso. El abrazo en el que se fundieron este último y Luis Quinteiro dejó claro que lo suyo no es meramente protocolario. La amistad debe de venir de antiguo.

Efusión parecida tuvo el día anterior, en este caso en la catedral de Tui, con José Luis Méndez. Mientras contemplaba la escena no pude evitar pensar que tal vez una comida a tres bandas en el sobrio chalet de A Guía fusionara lo que hasta ahora ha sido imposible fusionar.

La del sábado fue para una servidora su primera investidura, así es que no tuve más remedio que preguntar y preguntar. Menos mal que gracias a aquella obra de misericordia que obliga a enseñar al que no sabe, todas las respuestas fueron amables:

¿Pero es que el fondo de armario de esta sacristía es infinito? «No, es que salvo excepciones, cada concelebrante trae su propio alba, su propio cíngulo y su propia estola». Las excepciones, claro, fueron Rouco Varela, Carlos Amigo, Ricardo Blázquez, Julián Barrio, Martínez Camino (cuyo dominio del gallego litúrgico sorprendió a más de uno) y cuatro más.

¿Y de verdad el pergamino viene desde Roma? «Claro, es la bula papal que confirma que Benedicto XVI ha nombrado obispo de Tui-Vigo a Don Luis. Lleva su firma» (la del Papa). ¿Por qué la leen en castellano si está escrita en latín, por cierto con unas capitulares kilométricas? «Para que todos entiendan lo que dice». Que me quedaron dudas de que fuera así en todos los casos. Más que nada por el empleo de tanto plural mayestático. Lo que quedó claro es que estampó su firma en Roma, «junto a San Pedro» el 23 de enero del 2010.

¿Por qué unos oficiantes lucen solideo rojo, otros morado y otros llevan la coronilla al aire? «Para diferenciar a los cardenales de los obispos y de los sacerdotes a pelo, valga la expresión».

Rouco Varela, uno de los de solideo rojo, rojísimo, fue uno de los primeros en abandonar la catedral de Tui en cuanto Quinteiro dijo aquello del ite missa est. Eso sí, no pudo sustraerse a formar parte, siquiera por unos minutos, del corro salmocantarín que habían montado en la plaza los neocatecumenales. Muy en su papel, aprovechó para repartir estampitas, en este caso en forma de chapa.

¿Por qué habéis encarcelado a todos esos curas? «Je, je. Porque no caben en el altar mayor y en algún sitio, lo mas cercano posible, había que ponerlos». Algo parecido pasó al día siguiente en la Concatedral viguesa, donde los organizadores se las vieron y se las desearon para buscarles acomodo a todos. «Yo ya firmaba si me garantizaran tanto sitio en el cielo», comentó una de las fieles que aguantó de pie la ceremonia mientras contemplaba las dificultades de la organización para cuadrar las apreturas.

Moraleja: el fin de semana es el pasado. El futuro profesional de Luis Quinteiro empieza hoy.