La tendencia urbana recomienda dejar la iluminación de imitación antigua para cascos históricos e instalar focos a la medida del peatón en las zonas «humanizadas»
12 nov 2009 . Actualizado a las 11:25 h.El mobiliario urbano es una de esas cosas que forma parte del atrezzo de la existencia ciudadana sin que parezca alterar las pulsaciones de nadie. Un día aparece, y aunque forma parte de tu decorado diario en tu particular día de la marmota de cada jornada durante años y años, no suele generar debate público porque no se circunscribe a la república independiente de tu casa. Sin embargo, la farola fernandina es una excepción. La fernandina es un elemento público que genera debate en toda España. En Oviedo, en Cádiz, en Córdoba, en Madrid, Sevilla, Logroño, San Sebastián o en las islas Canarias, ha sido objeto de profundos debates entre detractores y defensores de estas lámparas de señorial porte de rancia imitación cada vez que se han producido cambios.
Vigo se encuentra ahora sumida en uno de esos momentos claves de su historia. Vecinos no identificados, pero al parecer con gran influencia sobre el alcalde de Vigo, han conseguido arrancarle al regidor la promesa pública de que volverá a poner las arcaicas farolas fernandinas retiradas en las calles de nueva humanización para ser sustituidas por otras más modernas, actuales, ecológicas y adecuadas a las tendencias actuales. La fernandina desata pasiones, pero las lámparas más acordes con los tiempos también tienen adeptos, aunque hagan menos ruido que los amigos de la lámpara vetusta.
La estética importa
La política urbana sigue los parámetros internacionales de sostenibilidad, ahorro energético y funcionalidad. El urbanista Carlos Ardid apunta que aunque sea subjetiva, la estética también importa. El experto asegura que en Vigo nunca hubo farolas fernandinas. Este modelo empezó a ponerse de moda a finales del siglo pasado, y forma parte de una expansión globalizada a cargo de las empresas especializadas en mobiliario urbano, que ha uniformizado las ciudades de media Europa.
En Vigo, recuerda Ardid, fue el concejal Agustín Arca el que comenzó a salpicar la ciudad de este tipo de farolas. «Pero las antiguas farolas de Vigo no eran ni parecidas», asegura. En su opinión, «solo tienen razón de ser en zonas antiguas de la ciudad, en sus cascos históricos. Fuera de ese ambiente, no pegan nada, están fuera de contexto, no tienen sentido». El arquitecto se refiere al llamado «falso histórico» que tanto predicamento tiene entre los ciudadanos inclinados por la estética más conservadora. «¿Las más bonitas son las más aparatosas?. No lo creo. Ya está bien. La gente se aferra a lo que conoce, pero conoce poco», señala.
El especialista añade que no tiene sentido humanizar calles si nos olvidamos del ciudadano, porque ensanchar aceras no es humanizar, porque la piedra no es nada humana si no va acompañada de otras cosas: «Desde los 60 a los 90 primaba el coche sobre las personas, pero la iluminación está cambiando a favor del peatón, que es ahora el protagonista, por eso las farolas son más bajas, más cercanas a la gente, y la luz que emiten es más cálida. La potencia solo tiene sentido en vías como puede ser la avenida de Madrid, donde su función es iluminar el tráfico rodado», apunta. Por otra parte, la propensión del urbanismo contemporáneo tiende a aprovechar la evolución y versatilidad del mercado de la iluminación pública, la disminución de la contaminación lumínica y el ahorro energético que ofrecen los nuevos modelos.
Criterios de sostenibilidad
En este sentido, Ardid también encuentra aquí un buen argumento para inclinarse por prototipos recientes y que los gobernantes actúen con criterios de sostenibilidad: «El repertorio actual te permite escoger un poco más, y además hay que pensar en diseños adecuados para cada tipo de vía urbana». El arquitecto toma como ejemplo las farolas del barcelonés Paseo de Gracia. Allí son intocables porque se han convertido en características, pero no son exportables a todo el mundo», razona.