«Los directores de escena no vendemos entradas en la ópera»

César Wonenburger

VIGO

El británico, que será homenajeado en el Festival Mozart con tres de sus montajes operísticos, cree que las estrellas siguen siendo los cantantes

13 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Graham Vick (Liverpool, 1953) regresa al Festival Mozart, aunque él no lo sabía. «En 1996 ya había dirigido Las bodas de Figaro en Madrid, pero nadie me ha explicado que aquel Festival Mozart fue el origen de este que ahora se celebra en A Coruña», dice. El certamen musical dedica su nueva edición a este reputado director de escena, que estuvo al frente de instituciones como el Festival de Glyndebourne en el pasado y cuyos montajes han recorrido los principales escenarios. En el 2008 ofreció Tamerlano de Händel en el Real madrileño y ahora dirigirá en A Coruña, a partir de la próxima semana, dos óperas juveniles de Mozart, Zaide y Mitridate , además del Werther de Massenet.

-El Festival Mozart dedica su próxima edición a un director de escena. ¿Se trata de la confirmación de que ustedes son las nuevas estrellas de la ópera?

-En mi caso me siento muy honrado por este homenaje, pero no me considero una estrella ni mucho menos. Los directores no vendemos entradas en la ópera. La gente sigue pagando básicamente por escuchar a los cantantes.

-Pero no negará que el trabajo de los directores ha adquirido una relevancia que antes no tenía, a veces incluso por encima de los directores musicales?

-Nuestro trabajo representa solamente una parte de ese gran engranaje artístico que es la ópera, pero nunca tan importante como su aspecto musical, con su poder misterioso. Mi misión es procurar que algo ocurra en el escenario, que el público se sienta emocionalmente implicado con la obra; de lo contrario, traicionaría al compositor y al libretista, que no crearon un oratorio, sino algo más vivo.

-Usted representaría lo opuesto a Calixto Bieito y otros directores de la vanguardia. A estas alturas, Vick puede considerarse todo un clásico, ¿no?

-Lo que me diferencia de Bieito es que yo aspiro a no tener un sello personal, pretendo reinventarme en cada nuevo espectáculo, que el público no espere algo determinado de mí. Me ha pasado ahora con Zaide en A Coruña. Dirigí esta ópera hace casi treinta años, en Italia, y ahora cuando he vuelto a retomarla aquí he sentido que soy otra persona totalmente distinta. Eso influye en mi visión de la obra.

-Tanto «Zaide» como «Mitridate» son dos obras del Mozart más joven. ¿Se pueden apreciar ya en ellas los rasgos más característicos de su madurez creadora, aquellos que marcan sus últimas grandes obras?

-Hay algo, sí. Zaide es muy oscura, por eso creo que Mozart nunca llegó a terminarla. En el fondo, lo asustaba. Más adelante, mezclaría siempre humor y drama. En cuanto a Mitridate , apunta ya a una de sus grandes obras maestras, Idomeneo ; es sobre todo un vehículo para el lucimiento de los cantantes, pero se aprecia el interés por explorar temas complejos, como las relaciones entre padres e hijos.

-¿Y qué conexión hay entre estas dos óperas mozartianas y el «Werther» de Massenet, que también dirigirá aquí?

-Absolutamente ninguna. No se trata de una de mis óperas favoritas; acepté dirigirla en Lisboa, por primera vez, porque me lo pidió el tenor Giuseppe Sabbatini, al que conocí en Madrid. Tiene interés, posiblemente mayor que las dos óperas mozartianas que dirigiré en A Coruña, desde el punto de vista dramático. ¿No dicen que a la ópera solo va gente mayor? Pues esta es para ellos: trata sobre las frustraciones personales de toda una vida, el remordimiento, lo que pudo ser y no fue. Todo eso.

-Trabaja estos días en el Colón y en el Palacio de la Ópera, ¿qué le parecen las infraestructuras teatrales de la ciudad?

-El Colón tiene problemas de acústica que no lo hacen aconsejable para la representación de óperas. Además, su foso es demasiado pequeño. El Palacio se nota que no fue concebido como recinto operístico, es un salón de conferencias reformado. Hay demasiada distancia entre el público y el escenario, lo que dificulta el intercambio de emociones. En este caso, su foso también resulta un obstáculo, separa demasiado a la gente.