Y luego dicen que comer es caro

S. Antón

VIGO

Cada vez son más los establecimientos de la ciudad que se suman a la filosofía de la tapa y el pincho como reclamo para fidelizar a la clientela

18 feb 2009 . Actualizado a las 11:29 h.

La fiebre de los pinchos empezó a atacar tímidamente en Vigo hace unos años y en muy poco tiempo ha empezado a extenderse, hasta el punto de que, con la consiguiente alegría de los potenciales clientes, va camino de convertirse en epidemia. Cada vez son más los establecimientos que se suman a la filosofía de la tapa como reclamo. Fundamentalmente para garantizarse la fidelidad de los clientes, pero también, como reconoce un hostelero con trienios de oficio, para garantizarse un incremento de las consumiciones. «No es lo mismo tomar un vino a palo seco que acompañado de tortilla, callos, empanada... Uno te sabe a poco y pides un segundo vino», afirma.

Aunque la lista de bares, cervecerías, cafeterías... que, tal vez fruto de los buenos resultados de otros, se están incorporando al rito del pincho más allá de las tristes aceitunas o las aún más tristes patatas fritas industriales, sigue habiendo unanimidad entre los fans del aperitivo a la hora de dar nombres. En la lista de los más generosos, irremediablemente, siempre aparecen Imperial, A Fonda, Bonín, El Orensano, El Centro, Vinotales...

Amadeo Da Silva regenta el Imperial (Colombia, 24) desde hace siete años. Explica que los fogones de la cocina están permanentemente activos entre las 10 de la mañana y la una de la madrugada. Por la mañana hay un mínimo de cinco tapas y por la tarde-noche no menos de ocho. «Muchos aseguran que ya van cenados, pero supongo que es una exageración», dice. Pero para muchos clientes es una realidad. Después de un par de vinos o refrescos y cuatro platillos de lentejas, callos, chorizos al vino, tortilla... ¿quién va a cenar?

Algo parecido pasa en A Fonda (Sanjurjo Badía-esquina Doctor Corbal), donde a partir de las 8 de la tarde encontrar mesa es una lotería. Los viernes la demanda es tal que hay lista de espera. «La gente monta guardia en la calle esperando que quede alguna mesa libre», afirma Ana Rosa Álvarez, la cocinera. Sanaa En-Nejmy, la propietaria, lo tuvo claro desde el primer día. Y la fiel clientela no hace sino darle la razón.

Juan Valle, propietario de Casa Bonín (calle Oporto), es otro de los profesionales que se ha sumado a la filosofía del pincho. «Empecé a aplicarla después de un viaje por el sur», afirma. Lleva muchos años en la hostelería -«me crié en esto»-, así es que lo que le sobra es experiencia para adaptarse al mercado.