La honra de los barcos

VIGO

28 ago 2008 . Actualizado a las 11:44 h.

Don Casto Méndez Núñez, el insigne marino vigués, dio la clave para la prosperidad astillera de Vigo cuando dijo aquello de «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra». Quería decir el héroe de El Callao, y natural de la plaza de A Constitución, que hay que construir como Dios manda para competir en una economía global. Y los empresarios del sector le hicieron caso y ahora se ríen de la crisis.

Claro que hubo tiempos en los que el sector naval era sinónimo de reconversión, y cientos de obreros luchaban en las calles por un futuro. «Mira nena son coma o sector naval, hey hey, resistirei», cantaban entonces Os Resentidos para significar como andaba el cotarro, y añadían aquello de «Os do tirabolas somos todos», un remedo vigués al Fuenteovejuna lopevedesco. Aquello sí que fue una crisis.

Y es que Vigo fue cambiando de escenarios económicos a lo largo de su historia. Con traumas, pero con ingenio y firmeza, y sin desaprovechar la oportunidad más nimia. No hace mucho, un historiador catalán aseguraba que el maremoto de 1755, que asoló la costa atlántica desde Cádiz hasta Lisboa, fue el motivo de la llegada de los primeros empresarios catalanes que trajeron la industria conservera a Vigo. Sobre aquella ola llegó la industrialización a nuestras costas.

La aún villa se benefició después de la apertura del comercio con América, y eso que no había un puerto de atraque, ni carreteras buenas que nos unieran con el interior. Más tarde, llegó el lazareto de San Simón y con él una cita obligatoria para todos los navíos que comercializaban con ultramar.

¿Y qué hacemos ahora? «Barcos», dijo alguien de Bouzas. Y como motos hasta que llegaron los coches a mediados del siglo pasado. Ahora, todos repiten lo de los huevos y las cestas, y se quiere diversificar el asunto, aunque no dudo de que todos los empresarios de esta ciudad siguen fieles a la frase de don Casto, que además de tener una estatua con gaviota perenne en su gorro, dio nombre a un afamado bar de la ciudad cuyos camareros lucieron chaqueta blanca hasta que el progreso se los llevó por delante.