«Cuando la mujer no pintaba nada, yo ya pintaba»

VIGO

La fotógrafa que ha retratado a varias generaciones de vigueses ha retomado con los pinceles su primera vocación

29 jun 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

«En el salón de arte de la Sociedad de la Alameda se celebró el acto inaugural de una interesante exposición, bajo el título Nuevos horizontes de la fotografía , de cuyos trabajos, francamente admirables, es autora una incipiente artista lucense, la niña de 15 años de edad, Mary Quintero Corredoira». De esta forma se recogía en una nota radiofónica, el debut de la fotógrafa por cuyo estudio de la calle Urzaiz han pasado miles de vigueses desde los años 50. Hoy, Mary Quintero está jubilada, aunque sigue en contacto permanente con el estudio del que ahora se ocupa su hija María, «delegué en ella pero no me desvinculo ni en broma», dice, y además, ha retomado su primera vocación, que fue la pintura. «Ahora he conseguido unir mis dos pasiones», confiesa.

Esperando la luz

En el ático de su casa tiene montado el estudio, y en el caballete todavía está fresco el último óleo que ha hecho. La mayor parte de las obras son naturalezas muertas, que basándose en las fotografías que por supuesto hace ella misma buscando encuadres originales y la iluminación perfecta, transforma totalmente: «Yo aprendí a esperar a la luz. Su magia me tiene loca», confiesa.

Aunque el retrato ha sido su especialidad en materia fotográfica, sobre el lienzo prefiere huir de los rostros: «No me atrevo, no creo que sea capaz -duda-, aunque cuenta que «esARtoy experimentando, por eso estoy haciendo cosas muy diferentes, hago y deshago, y sigo deseando hacer algo que me llegue a gustar mucho. Me ando buscando y no se con qué estilo me voy a quedar». Detrás del caballete tiene la tele. «Pinto escuchando películas», confiesa, divertida.

Su habilidad con los pinceles, combinada con su formación tras la cámara, su facilidad para sacar lo mejor de cada persona y su preocupación metódica por la composición y la luz, hicieron de ella la mejor entre los mejores, cuando las mujeres, si se acercaban a una cámara profesional, era para sacarle brillo. Ella llegó a ese mundo porque sus padres, Aurelio y Amadora, eran fotógrafos. Sabe que de otro modo habría sido imposible, y el de fotógrafo era un oficio al que se llegaba como aprendiz. No había escuelas. Aún así, y gracias a que sus padres adivinaron sus posibilidades, la enviaron a Madrid, donde la adolescente Mary aprendió nociones de fotografía con un amigo de su padre pese a la reticencia de su esposa, que no quería que le revelara a la niña los secretos del retoque, él con aerógrafo, ella con pincel. En la capital también asistió a una escuela de arquitectura para aprender a dibujar. Y hasta se atrevió a ir al estudio de Juan Gyenes, como clienta, para así tratar de averiguar cómo trabajaba. «No era como ahora, que te lo cuentan todo. Antes cada uno se guardaba sus trucos», comenta.

Desconcertante juventud

Mary Quintero nació en Lugo, pero a los 21 años, casada desde los 19 y nacido el primero de sus cuatro hijos, desembarcó en Vigo. Su juventud desconcertaba a la clientela: «En una ocasión abrí la puerta del estudio y una señora me preguntó ¿está tu mamá? Yo le dije, pues no, pero si quiere, le hago una foto», ríe. Al principio, su plató estaba en un hotel, el Alameda, por el que empezó a desfilar la alta sociedad viguesa. Su trabajo tuvo entonces una enorme repercusión mediática. «Me organizaron una exposición y vinieron hasta los del No-Do», recuerda. «Lo que me hizo famosa -afirma- fue pintar fotos, a mano, con colores transparentes. No había color y cuando llegó, fue un desastre para todos. Al principio hacíamos unas fotos horribles, la luz era muy dura, muy plana, y la gente no se gustaba. Luego fueron mejorando las formas de iluminar y nos adaptamos, pero yo me distinguí inventando mi propio retoque», afirma. Ella cuenta que nunca se fijó en las revistas de fotografía, «pasaba de ellas, pero no de las de arte y las de moda. La gente lo que pedía era salir guapa y a la última».

Casi al final de su carrera llegaron otras innovaciones revolucionarias y nuevamente, no se asustó. Al contrario. Sin quitar mérito a los fotógrafos de hoy, la artista lamenta que la era digital no hubiera llegado antes a su vida, porque habría sido más fácil. Lejos de renegar de los avances tecnológicos en el campo de la imagen, le parecen inventos maravillosos. «Siempre estoy aprendiendo», afirma. En su estudio, la retratista siempre usó un tipo de cámaras, las suecas Hasselblad. «Tengo cinco, son auténticas joyas de la fotografía analógica que hoy usamos adaptándoles un respaldo digital», cuenta.

Fangoria, vacas y ojos de cristal

Ahora, Mary Quintero aprovecha las nuevas tecnologías para que no se pierda su legado que conserva en negativos: «Por eso estoy haciendo un archivo digitalizado del trabajo que desarrollé durante cincuenta años», explica.

Cuando el color sólo existía en la vida real, los fotógrafos recibían encargos que hoy suenan exóticos. Por ejemplo, la fotógrafa cuenta que tenía clientes que necesitaban un ojo de cristal e iban a su estudio para que les pintara un retrato copiando el color del ojo sano para enviar la foto a Madrid, donde se hacía esta ortopedia ocular. «Antes era así», resume.

En la granja que su hija Marta montó en Monterroso tiene colgadas las fotos de la última exposición fotográfica que ha realizado, y que tenía como protagonistas a las vacas de la Cow Parade. Allí están como en casa, entre las vacas de verdad que cría su hija, reses que han tenido sus momentos de fama en televisión ya que la joven, que cuando acabó la carrera de empresariales decidió dedicarse a la ganadería, ha descubierto que sus terneras se relajan y dan mejor leche con música de Mozart, «y de Fangoria, que también le gusta», cuenta entre risas.