«Si tengo más de tres de algo, entonces ya es una colección»

VIGO

El guitarrista ganador de un premio Grammy ha recopilado múltiples objetos en sus viajes alrededor del globo

03 feb 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

David Russell (Glasgow, Escocia, 1953), tiene la casa llena de recuerdos de los múltiples viajes que ha hecho gracias a su habilidad con la guitarra clásica. El músico, ganador de un Grammy en el 2005 por el disco Aire Latino , reside en el municipio de Nigrán, con su mujer, María Jesús, que le ha acompañado en la mayoría de sus periplos alrededor del globo.

«Tenemos una regla, es como un juego. Al tener tres de algo, es una colección», explica sobre la multitud de objetos que ha ido acumulando a lo largo de los años. Algunos los ha ido abandonando, como los cocodrilos que decoran una mesa y que empezaron a recopilar porque una de las hermanas de David les regaló uno hecho por ella. Otros, continúan creciendo, como los instrumentos de cuerda que cuelgan sobre la pared de madera del salón. El último es una especie de guitarra rústica que compraron este verano en Tailandia, «en uno de los pocos viajes de vacaciones de verdad que hemos hecho, acompañados por dos sobrinos. La guitarra está hecha de madera teca, que allí crece como aquí el eucalipto», cuenta. Pero también tiene instrumentos de Venezuela, Argentina, Grecia, Yugoslavia...

Otros objetos nuevos, dos cencerros de camello, tienen posibilidades de convertirse en los primeros de una serie. «Pero si no llegamos a tres, no cuentan», bromea sobre la norma pactada. «Hace 25 años que estamos casados. Al principio vivimos en Londres y la afición por el coleccionismo empezó allí», recuerda tratando de explicar ese afán: «no es por la posesión del objeto. Es una forma de mantener la ilusión. Es importante en la vida. Una vez que consigues algo, vas a por otra cosa. La ilusión es quererlo», razona.

Durante muchos años, gracias a los programas culturales del British Council en los que trabajó, David Russell ha llevado los sonidos de la guitarra a los rincones del planeta más insospechados. Prácticamente ha recorrido toda África: Zambia, Malaui, Zimbawe, Botsuana... De todos ellos tiene algún recuerdo, casi siempre alguna pieza rudimentaria con valor sentimental, que es lo que le importa. De casi todos sus viajes se ha traído un pedacito a casa. La pareja se enamoró del continente y consciente de sus necesidades, crearon una oenegé a través de la cual realizan actividades concretas y tan necesarias para contribuir al desarrollo de los pueblos menos favorecidos como es la construcción de pozos.

Pareja y mánager

David Russell es un hombre de mundo. A los 5 años se trasladó con su familia a Menorca, donde creció. Su padre vive en Escocia, su madre, en Barcelona, y sus cuatro hermanos, que se dedican, como él, a actividades creativas, se reparten en varias ciudades. Su mujer ya le acompañaba antes en los viajes, pero ahora más, porque desde que se murió su mánager, ella ocupa su lugar. «Si no viajáramos juntos, probablemente estaríamos separados, aventura teniendo en cuenta los ejemplos de sus muchos amigos músicos que han roto con sus parejas. Si viajas tanto y durante tantos años, cada uno crece y madura por su cuenta, y casi siempre, en direcciones opuestas», explica.

El músico ha recorrido muchos kilómetros. Ha tocado en ciudades grandes y pequeñas de Estados Unidos (de Nueva York a Iowa), en Canadá, en Japón, en Latinoamérica y en prácticamente todas las ciudades europeas. En los tours a países lejanos es donde tiene más tiempo para conocer los lugares que visita. Lleva yendo de gira por Estados Unidos desde que tenía veintipocos años, y ahora está a punto de irse de nuevo. Esta vez, aprovechará para grabar nuevamente en la sala de Baltimore donde acostumbra a hacerlo, «porque tiene una acústica preciosa y no me gusta el sonido seco del estudio».

Este año, dos discos nuevos

David editó su primer álbum en 1978, y desde hace quince años, saca al menos uno por año con la compañía Telarc Internacional. Esta vez serán dos: uno de música sudamericana «y otro de autores contemporáneos que han escrito piezas para mí. Aunque quizás no venda tanto, considero que es mi deber hacia los compositores actuales, porque su aportación a la vida musical actual es imprescindible y muy valiosa». Antes, pasará por Alemania, país en el que está el artesano que le construye las guitarras, aunque el intérprete de origen británico no cambia mucho de instrumento. Siempre toca con una, y no lleva repuesto. «Si se rompe, siempre hay alguien que te puede dejar una. Hay guitarras en todas partes», asegura, despreocupado. La última tiene siete años, pero se le acerca la jubilación.

El guitarrista es consciente de lo que supone ganar un Grammy en un apartado minoritario como la música clásica: «No me cambió la vida, pero ahora soy un producto más fácil de vender. Tenemos más ofertas y eso te permite escoger un poco más». El famoso gramófono dorado ocupa un lugar no demasiado destacado en el salón, donde el prestigioso premio comparte estantería con otros trofeos de golf no menos apreciados por el músico, que es un apasionado deportista amateur de los palos. De todas formas, su última pasión ya no es esa. Ahora está «colgado» de la fotografía. «Estoy totalmente obsesionado. Me paso horas en los foros de los canonistas », reconoce.