Las huellas del hambre que pasaron los vigueses

VIGO

Trece años, un mes y un día. Fue el tiempo que duró la condena de la cartilla de racionamiento. El hambre. El profesor Antonio Giráldez ha recogido la historia de aquel episodio en Vigo.

23 nov 2002 . Actualizado a las 06:00 h.

¿Cómo explicarle a un joven que nada en la abundancia que hace sesenta años sus abuelos tenían absolutamente racionados el pan, las patatas, el aceite, el arroz, la carne y el pescado? Quizá no se crea que existían unos cupones con los que se podía acudir únicamente a una tienda o que los plátanos eran un lujo que a veces se le daba a los enfermos. El Instituto de Estudios Vigueses acaba de editar Sobrevivir en los años del hambre en Vigo, un trabajo del profesor Antonio Giráldez en el que recoge la historia de aquella dura posguerra. El libro muestra las vivencias de muchas personas entre 1939 y 1952, el tiempo que estuvo en vigor la cartilla de racionamiento y sirve para comprobar que hoy en día aún quedan muchas huellas y testigos mudos de la época. Vigo padeció como las demás grandes ciudades (aunque menos gracias a su componente rural y marítimo) el resultado de la guerra. Franco implantó la cartilla el 14 de mayo de 1939. En la urbe vivían unas 95.000 personas, que pasaron a ser 134.000 con la anexión de Lavadores. El censo permitió la elaboración de las cartillas en la Comisaría de Abastos, que eran para los cabezas de familia y que servían para retirar la comida en las tiendas asignadas al efecto. Ración tipo El 10 de julio del año en que acabó la Guerra Civil, el Boletín Oficial de la Provincia publicó una orden que regulaba la distribución de alimentos. La ración de tipo individual que se fija para cada hombre adulto es: 400 gramos de pan, 250 de patatas, 100 de legumbres secas, 50 de aceite, 10 de café, 30 de azúcar, 125 de carne, 25 de tocino, 75 de bacalao y 200 de pescado fresco. A los niños menores de catorce años le correspondía el 60% de las raciones; a las mujeres, el 80%; y a los mayores de sesenta años, también el 80%. Enseguida se comprobó que algunos artículos faltaban frecuentemente. En realidad estaban intervenidos. La leche, el pescado, la fruta, las hortalizas y la achicoria eran de venta libre. No estaban racionados pero muchos de ellos eran un lujo. Curiosamente, el que no escaseaba tanto era el marisco. Muchos vigueses recuerdan que almejas y croques mataron mucha hambre. Una cuestión a tener en cuenta es que ni el café era realmente café ni los alimentos estaban, en bastantes ocasiones, en muy buen estado. En el puerto, por ejemplo, se decomisaban cargamentos de fruta sobremadurada que iban a parar a comedores de la beneficencia. Productos La carne sí que era un auténtico lujo. Sobre todo en 1941, que para muchos sigue siendo el año negro, la referencia a la hora de hablar de hambre (no había trigo y el pan se racionó a 80 gramos diarios). Faltaba la carne en buena parte de los hogares, donde se engañaba al estómago a base de hidratos de carbono y de tocino. El pollo era para los días de fiesta o para los ricos. Los huevos también estaban racionados e intervenidos; de hecho se prohibió la circulación de gallinas fuera de la provincia, porque las autoridades de cada sitio vigilaban mucho para favorecer a los de su zona. Muchos de los testimonios que se recogen en Sobrevivir en los años del hambre en Vigo recuerdan cómo en sus casas había que tomar sopa de desayuno porque la leche escaseaba. Austeridad. Era la consigna oficial en aquella España de Franco. En Vigo, la prensa local se ufanaba de tener el remedio adecuado. «El mar está ahí, frente a nosotros»», se decía. Y lo cierto es que la despensa marítima solucionó muchos problemas. En Bouzas cualquiera tenía una chalana , en Teis se recogían navajas, en Beiramar era abundante el marisqueo. También el campo ayudó a matar el hambre. Quien tenía un campo de patatas en Cabral o Sárdoma tenía un tesoro. Una merienda especial para un niño vigués era una onza de chocolate La Perfección o Viso, ambas marcas propiedad de Joaquín Rodríguez, un indiano que se instaló en la calle de García Barbón. Y lo que ya estaba al alcance de pocos era acudir los domingos a la confitería Las Colonias, en la calle del Príncipe.