El juego de las apariencias

José M. Fernández PUNTO Y COMA

TORRE DE MARATHÓN

14 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando parece que todo va bien, que el Dépor consigue enfriar al rival y se instala en ese estado de tocar para, ciertamente, no llegar a demasiados sitios, llega el bofetón. En forma de penalti, de despiste colectivo o de inesperada carambola. Como en el Bernabéu, en Almería o frente al Sevilla, ayer el conjunto coruñés hizo, o al menos lo pareció, méritos para algo más. ¿Cuánto? Probablemente, no lo suficiente como para sumar en un campo del que solo se ha llevado un punto en sus últimas ocho visitas y frente a un rival que se sitúa a menos de dos triunfos del liderato, pero al menos para llegar al tramo final con la sensación de que no todo estaba perdido. El Dépor compitió hasta que se adelantó el Valencia. A partir de entonces, se esfumó la confianza que desarrolló en el tramo final de la primera parte y desapareció la sensación de que podía poner en apuros a Alves.

Para entonces, Víctor Fernández ya había dejado una decisión para el debate. Con empate a cero, mandó a su único delantero, Oriol Riera, al banquillo; quizá dosificarlo para un futuro exigente, quizá para controlar el ritmo en busca de un empate. Por escasa ambición o por estrategia, la decisión privó al cuadro coruñés de pólvora cuando más la necesitaba. Pescar en Mestalla era más un regalo que una necesidad; las urgencias aparecen ahora, cuando en el horizonte próximo se vislumbran las visitas del Espanyol y el Córdoba y los viajes a Getafe y San Sebastián. La Liga real.