El Dépor que amilanó a Europa

Alfonso Andrade Lago
alfonso andrade REDACCIÓN / LA VOZ

TORRE DE MARATHÓN

MANUEL QUEIMADELOS

Las bandas por las que llegaron tres de los cuatro tanto, fueron una de las claves ofensivas

07 abr 2014 . Actualizado a las 14:02 h.

El suizo Meier había decretado cuatro eternos minutos de descuento, pero decidió prolongar la agonía del deportivismo 44 segundos más. Con el público infartado, Irureta blanco, Luque espídico junto al banquillo y Ancelotti (el entrenador rival) desencajado, el silbato sonó al fin en el 94:44, y jugadores y afición pudieron liberar una mezcla de tensión y felicidad como pocas veces se recuerda en Riazor. El Dépor acababa de completar su obra maestra en Europa pasando por encima del Milan (4-0), vigente campeón de la Champions, considerado por todos el favorito de la competición y que traía un contundente 4-1 de San Siro en la ida de cuartos. En octavos, el Dépor había eliminado ya a la Juve, subcampeona continental.

El partido es todavía hoy un hito. Era la primera vez que un equipo conseguía remontar tres goles en una eliminatoria de vuelta de la Champions desde que cambió el formato en la temporada 91-92... Y lo sigue siendo, porque nadie lo ha vuelto a hacer, de manera que aquel encuentro será mañana la referencia del Borussia Dortmund ante el Real Madrid, por ejemplo.

Hoy se cumplen diez años de un cuento con final feliz, un regalo del fútbol a peloteros de leyenda que estaban en el ocaso de sus carreras, y también por eso, el canto del cisne de una generación irrepetible. La gesta del 7 de abril fue la última del Eurodépor. Tras ella, la malograda semifinal con el Oporto y una última temporada en la Champions en la que no se ganó ni un partido. Después..., la oscuridad.

El equipazo de Ancelotti

Pero aquel triunfo fue mucho más que una simple remontada, pues socavó los cimientos del fútbol italiano; toda una afrenta al catenaccio difícil de digerir. «¡Humillación!», sentenciaba un rotativo lombardo herido en el orgullo. Sí, porque el mito del Milan nace en los años sesenta de la mano de Nereo Rocco, padre del cerrojo, que supo contrarrestar a su manera el dominio absoluto que ejercían Real Madrid y Benfica. A los portugueses les ganó la Copa de Europa en 1963, y el Milan se convirtió de su mano en la gran enciclopedia del arte de la defensa y la contra. Sacchi le dio otra vuelta de tuerca en los ochenta con su zona presionante, y en aquel equipo dirigía los engranajes basculantes Carlo Ancelotti, entrenador de los rossoneri aquel 7 de abril del 2004.

Su Milan era otra máquina defensiva y de contragolpe. Ese año se llevaría de calle la Serie A con solo dos derrotas y una media de 0,7 goles en contra. El campeón de Europa sumaba al rigor de Nesta o Maldini la velocidad de Tomasson, Shevchenko, Inzaghi o Kaká. La calidad de Pirlo al servicio de aquellos fenómenos impulsaba un ataque imparable que lo convertía, según Irureta y Mauro, «en el mejor del mundo».

Dos partidos en uno

¿Qué hizo el Dépor aquella noche para hacer trizas la lógica? Pues completar un partido perfecto. Mejor dicho, dos; uno en cada tiempo. El objetivo en la primera parte era romper la defensa del Milan, y se logró a base de velocidad, una intensidad altísima y, sobre todo, un empleo inteligente de las bandas que obligó a bascular y a descomponerse a la zaga rival. Tres de los cuatro goles llegaron por los costados.

El primero, a los 4 minutos, es el mejor ejemplo. El balón lo llevan de la banda izquierda a la derecha Romero, Valerón, Sergio y Manuel Pablo. Y vuelve en sentido contrario con Manuel Pablo, Sergio, Valerón y Romero. El Milan bascula dos veces en segundos y se descoloca. Romero mete un centro preciso desde la izquierda, Pandiani, muy libre, se quita de encima a Maldini con un control orientado y... primer gol.

El segundo es otra jugada desde la banda: centra Luque y remata Valerón de cabeza. Y el tercero, antes del descanso, una pillería de Luque, que le roba la cartera a Nesta. El 3-0 ya clasificaba a los coruñeses. Cuando Meier pita el descanso, los jugadores vuelan hacia el vestuario, pero ni se sientan. «Queríamos que se reanudase el partido de inmediato», confesó Luque.

Irureta tenía otro plan para la segunda parte. El objetivo había cambiado. Empezaba otro partido en el que tocaba contener al Milan y asegurar el resultado. Y volvió a rozarse la perfección. Las armas esta vez fueron una defensa avanzada (a 30 metros de Molina), combinada con la excelencia en el fuera de juego y una presión asfixiante de todo el equipo -brillante aquí el trabajo de Andrade, Mauro y Pandiani-. El Dépor acabó fundido, pero el Milan solo llegó a la portería al final. Además, se buscaron posesiones más largas, a lo que ayudó la entrada de Fran. Posesiones que el Dépor entendía como un arma, una transición a la verticalidad, no como un dominio estéril y horizontal. Fue O Neno el que metió el cuarto, de nuevo después de un centro desde la banda (Víctor).

La gesta no sería redonda sin el inevitable sufrimiento final. Rui Costa puso a prueba a otro de los héroes de la noche, Molina, que voló para sacar de la escuadra un disparo envenenado. Con el partido en la uci, Inzaghi, solo, pudo marcar, pero el portero se encontró con el balón y Riazor comprendió que incluso la suerte vestía de azul y blanco aquella noche.

Visto desde la perspectiva del tiempo, aquel maravilloso Deportivo-Milan, la obra maestra en Europa del equipo de Irureta, deja un legado eterno, una lección para el fútbol: que por muy adversas que parezcan las circunstancias merece la pena soñar. Y si no, que se lo pregunten hoy a Jurgen Klopp.