El poder de la nostalgia

Beatriz Pallas ENCADENADOS

TELEVISIÓN

31 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Con agosto contando las horas, ya es momento de condecorar como revelación televisiva del verano a la serie Stranger Things, cuya fama ha traspasado las barreras que la recluyen en el sector para abonados a Netflix. El éxito de la ficción de los hermanos Duffer se aúpa en el inmenso poder de la nostalgia bien gestionada y en la honestidad con que rinde homenaje a sus fuentes no plagiándolas, sino copiándolas abiertamente. Porque Stranger Things está hecha a medida para una generación que se deleita en reencontrarse con escenas textuales de E.T. el extraterrestre fundidas con clásicos como Los Goonies, misterios entre Poltergeist, La cosa y La maldición de Damien y referencias a Star Wars. En medio de todo, seres sobrenaturales, a caballo entre dos mundos, se cuestionan si deben irse o deben quedarse al ritmo de The Clash. 

Aventuras infantiles, fantasía y misterios del más allá convergen en un bucle espacio-tiempo por el que se cuelan los protagonistas llevándose con ellos a los espectadores, de la mano de una Winona Ryder enajenada y un Mathew Modine convertido en un perverso científico.

Por ese afán evocador, la serie no hace nada que no se haya hecho antes muchas veces, pero remata su trabajo con mayor puntería que J.J. Abrams en una película como Super 8. y pone a prueba la utilidad del consumo compulsivo que promueve Netflix enlazando episodios automáticamente. Porque una vez que se empieza, es difícil parar.