Teledemocracia

Beatriz Pallas ENCADENADOS

TELEVISIÓN

18 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cree Frank Underwood que la democracia está sobrevalorada. Qué diría entonces este político sin piedad acerca de la nubosa teledemocracia, ese recurso comercial con el que concursos y realities sugestionan al público para imprimirse una pátina de sufragio universal a cobro revertido.

El televoto de pago, que el sábado provocó una convulsión en el ránking del festival de Eurovisión, puso de manifiesto el divorcio entre los jurados profesionales y la presunta representatividad popular, dando por hecho que eso es algo mensurable a golpe de SMS premium. No es impensable creer que más pronto o más tarde acabaremos votando en las auténticas elecciones desde el móvil o el ordenador, pero esta interactividad televisiva se parece más a un sondeo casero entre donantes voluntarios elevado a dogma de fe.

Este año Eurovisión le dio a esta medida un especial protagonismo, con el que logró los dos fines que perseguía: uno, el ingreso extra que supone el recargo de los mensajes; otro, mantener la intriga hasta el último minuto. Lo hizo a costa de cargarse la mejor parte del festival, que desde siempre ha sido esa letanía bilingüe con la que se aprendían nombres de países impronunciables y se ensayaba la cuenta de uno a doce en inglés y francés. La menguante cantinela quedó este año reducida al twelve points, douze points, un anticlímax para un espectáculo que si en algo se sostiene es en su carácter ritual.