Un concurso de los de antes

TELEVISIÓN

18 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay cosas que se repiten con precisión cíclica que acaban por provocar un soporífero aburrimiento. Otras, en cambio, generan una confortable sensación de seguridad, la convicción de que, ocurra lo que ocurra, siempre seguirán en su sitio, impertérritas, inmutables. Algo así es lo que sustenta a Saber y ganar. Uno puede predecir la hora con exactitud suiza cada vez que arranca el programa, mientras unas figuras en penumbra se mueven con naturalidad impostada en lo que quiere parecer una charla entre camaradas. Su sintonía es la magdalena de Proust que evoca la modorra de manta y sofá.

Saber y ganar es arqueología del género del concurso. Muchos se han esforzado a lo largo de los años con ingenierías que amenicen las preguntas y respuestas, agujeros por los que caen a plomo los perdedores, equipos de artificieros para desactivar bombas y recompensas millonarias. Luces de colores y puesta en escena. Saber y ganar es de otra escuela. Aunque algunas fuentes lo datan en el cretáceo, el programa del primo de Jordi Évole cumplió ayer su mayoría de edad, solo dieciocho años de éxito con premios comedidos y el aliciente más simple: el que sabe, gana; el que no sabe, no gana. Sin artificios.

Su fortaleza garantiza que, durante muchos años más, siempre habrá alguien esperándonos al día siguiente, en el mismo lugar, a la misma hora.